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Estudiantes a tiempo completo: ¿es un modelo exportable a España?

Por MARÍA SÁNCHEZ DÍEZ (SOITU.ES)
Actualizado 23-12-2008 21:51 CET

Rune Bredahl estudió ciencias políticas y filología hispánica. Durante sus años de estudiante, el gobierno de su país (Dinamarca) le proporcionó mensualmente alrededor de 630 euros, una ayuda que le ha permitido emanciparse y pagar la carrera. Como contrapartida, su dedicación a los estudios universitarios ha sido casi total: de su paso por la facultad recuerda una enseñanza muy práctica, con un fuerte protagonismo del trabajo individual, traducciones en grupo, ponencias y presentaciones y un largo etcétera de métodos de aprendizaje participativo. O sea, el vivo retrato del modelo de educación secundaria y de estudiante 'a tiempo completo' que pretende alcanzar el plan Bolonia de reforma universitaria.

Además de la homologación de los títulos en el nuevo Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), la convergencia educativa europea traerá consigo la creación de un sistema común de medición de los estudios: los créditos ECTS, siglas del inglés European Credit Transfer and Accumulation System. Matemáticamente, esta nueva valoración cuantitativa del aprendizaje supone que cada curso debe constar de 60 ECTS. Se considera que cada alumno, dedicado 'en cuerpo y alma' a sus estudios, dedicará entre 1.500 y 1.800 horas anuales, lo que da una media de entre 25 y 30 horas de trabajo por cada crédito. Este tiempo no sólo incluye las horas que pasen los estudiantes en la facultad, sino el trabajo que deben destinar por su cuenta a las asignaturas.

La nueva medida común de créditos, como casi todo en este controvertido proceso cuya oposición tiene a varias universidades del país patas arriba, es objeto de crítica por parte de los grupos de estudiantes anti-Bolonia. El discurso oficial ve en ella una forma ideal de alcanzar la uniformidad y facilitar la movilidad de estudiantes en el conjunto de la Unión Europa. La implantación de los ECTS será, por ejemplo, uno de los puntos que simplificarán los complejos procesos de convalidación de asignaturas de los estudiantes que participen en el programa Erasmus de intercambio con otras universidades extranjeras. Los detractores de la reforma, sin embargo, opinan que este modelo profesionaliza al estudiante y entra en conflicto con una realidad muy extendida: el universitario que compagina sus estudios con un trabajo con el que poder costeárselos.

Desde luego, si a las cifras nos atenemos, la realidad de la política de becas en España dista mucho de alcanzar la generosidad de los países escandinavos. "Se quiere imponer el mismo modelo de 40 horas que en otros sistemas educativos sin contar con lo más importante: pagar para que la gente pueda dedicarle tanto tiempo a la universidad", explica un alumno perteneciente a una asamblea anti-Bolonia de la Universidad Complutense. El resultado que auguran a la implantación de esta política es que sólo podrán acceder a la universidad aquellas personas cuyo estatus económico les permita pagarla. Es decir, una faceta más de la denunciada 'mercantilización de la universidad'. Como otros planteamientos del movimiento anti-Bolonia, éste ha sido tachado de alarmista y apocalíptico por las autoridades educativas.

Pero ésta no es la única crítica que planea sobre los créditos ECTS. Los estudiantes implicados en la lucha insisten en que no se trata de oponerse al sistema de créditos ECTS "por vaguería o por pereza" y que ellos estarían de acuerdo con dedicar 40 horas semanales al estudio de sus carreras. "La cuestión es a qué van a dedicarse estos créditos", explica Víctor José Moreno, otro estudiante participante en los encierros. "Hasta ahora los créditos se pagaban por disponer de los servicios que brindaba la universidad: clases de un profesor, uso de laboratorio, materiales, biblioteca, etc. Ahora vamos a empezar a pagar también por las horas de trabajo que empleemos en nuestras casas", se queja Moreno. En este sentido, creen que los ECTS son una manifestación más de uno de los cambios sustanciales que atribuyen a Bolonia: la merma del conocimiento por el conocimiento (personificado las clases tradicionales) en favor de la adquisición de competencias y habilidades prácticas (personificadas en el desarrollo de un aprendizaje con más protagonismo del alumno).

Incluso algunos defensores del plan Bolonia recogen parcialmente el testigo de la visión de los 'anti-bolonios'. "Es cierto que dificulta las cosas a la gente que estudia y trabaja", opina Rafael Feito, profesor de Sociología en la Universidad Complutense y partidario de la reforma. Sin embargo, docentes como Feito ven necesaria la profesionalización de los estudiantes, ya extendida 'de facto' en algunas carreras técnicas y científicas como la biología, la química o las ingenierías, plagadas de prácticas y laboratorios que extienden los horarios de los estudiantes. "No asumir que una carrera implica echar unas horas de trabajo supone crear titulaciones de primer y segundo grado", afirma. Como él, muchos defensores y detractores de Bolonia ven que la clave del éxito (y la propia viabilidad) de un modelo de 40 horas semanales de estudio camina irreversiblemente de la mano de un cambio en la política de becas. La incógnita que queda por despejar es si realmente alguien estará dispuesto a poner más ceros en los cheques en blanco a los estudiantes.


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