"Mira, ahí están esos ácratas salvajes e indocumentados". Carlos Fernández Liria bromea al pasar por delante de un grupo de alumnos encerrados que está leyendo papelotes en el vestíbulo de la facultad de Filosofía, aludiendo a los que acusan de desinformación a los estudiantes contrarios a la reforma universitaria. Liria encarna el espíritu anti-Bolonia. Se nota hasta en el salvapantallas que da la bienvenida en su ordenador, una fotografía de los encierros de alumnos en la facultad. Las opiniones sobre la convergencia europea de este catedrático de metafísica de la Universidad Complutense de Madrid lo han convertido en un personaje clásico del movimiento de oposición. Una especie de pope influyente en el alumnado. Desde 2000, ha estado denunciando la deriva mercantilizadora y comercial que paulatinamente toma la enseñanza superior española. El plan Bolonia es la confirmación de todos sus temores. Ya durante las protestas contra el proyecto del año pasado, hablamos con él. Durante estos meses, su opinión no sólo no ha rebajado sus tintes apocalípticos, sino que se ha radicalizado.
Hemos seleccionado los fragmentos más significativos de su opinión sobre el llamado proyecto Bolonia. Este plan contempla una serie de transformaciones que culminen en la creación de Espacio Europeo de Educación Superior en 2010. La homologación de los títulos, el fomento de la movilidad de alumnos y profesores y la creación de un sistema común de créditos son los principales cambios. Pero la idea de hacer del conocimiento un valor para el crecimiento y el desarrollo del continente es la que más ampollas ha levantado. Algunos alumnos y docentes opinan que así se potenciarán sólo las carreras con utilidad práctica que interesen a las empresas, devaluándose la formación en contenidos, o sea, el saber por el saber.
Bolonia son dos páginas en que no se dicen más que vaguedades contra las que nadie puede estar en contra, pero en realidad es la tapadera de otro proceso: la privatización y mercantilización de la educación superior. Las empresas se van a adueñar de dinero público y de un ejército de becarios pagados por el Estado. Invertirán únicamente en los programas de investigación que les interesen y éstos serán los que sobrevivan finalmente, porque la rentabilidad en el mercado (medida como "la utilidad social") se ha convertido en el criterio fundamental a la hora de modelar los planes de estudio. La universidad se pone así al servicio del mundo empresarial y laboral: no hay dinero para lo que no es rentable.
La formación no puede ser más que generalista, porque las carreras se quedan en la mitad de las horas lectivas. Ahora los grados [titulaciones que sustituirán las actuales licenciaturas] van a tener cuatro años, pero muy deteriorados. El primero será un curso común de corte muy general, una especie de continuación del bachillerato y el cuarto estará vinculado a las prácticas en empresas. Los cursos específicos serán sólo dos, lo que supone un gran mazazo a la educación en contenidos. Los estudiantes van a terminar con una cultura general muy precaria y, actualmente, un licenciado no tiene ese perfil. Este modelo obedece a la estrategia suicida de acercar y adaptar la universidad a un mercado laboral basura. Para pagar a un telepizzero no necesitamos que haga una carrera larga, ni a alguien que sepa entender a Hegel o leer latín y griego.
Ya nos estamos empezando a encontrar que, a la hora de pedir financiación para un proyecto de investigación, una beca o cualquier propuesta que salga de un departamento, se está empleando como criterio fundamental de evaluación la "utilidad social" de la iniciativa. ¿Y qué significa? Que se cuenta como principal mérito la obtención de financiación externa, es decir, de empresas. Puntúa tan alto que si no la tienes es prácticamente imposible conseguir dinero público. Así, a la larga será inevitable que las carreras que no tengan interés empresarial directo sean dañadas o directamente suprimidas. Nosotros queremos estudiar la fenomenología de Hegel, ¿pero a qué empresa le interesa eso?
Es la confirmación de la lógica de Bolonia y de que tenemos razón. La educación se ha divido en dos y la universidad se ha ligado al mundo empresarial, a los intereses privados. El mensaje que se transmite es que la educación superior debe estar más cerca de la empresa que del bachillerato. Las políticas de I+D+i, son además incompatibles con muchos estudios universitarios como las humanidades o la ciencia teórica. Mientras, el Ministerio de Educación queda para algo así como la gestión de la asistencia social a los sectores problemáticos de la sociedad.
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