Bolonia, guste o no guste, ha encumbrado a Ángel Gabilondo a lo alto del Ministerio de Educación. ZP necesita un peso pesado que le lave la cara a este controvertido plan, que tiene en pie de guerra a parte de la comunidad universitaria. Un trámite aparentemente inofensivo e indoloro pero que, desde hace meses, al ritmo que las protestas se han ido haciendo más y más ruidosas, ha ido causando mayores dolores de cabeza al Gobierno.
Los primeros análisis coinciden en que el nombramiento del rector de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) responde a un objetivo: culminar y apuntalar el proyecto europeo de reforma de la educación superior, que deberá estar listo para 2010 con la creación del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) y con la homologación de las titulaciones en el conjunto del continente. Para ello, la elección del filósofo no es en absoluto casual. Además de tratarse de un especialista con un marcado perfil académico y con gran experiencia en gestión educativa, se trata de una persona con el "máximo prestigio" en los despachos y en los decanatos, como ha destacado Zapatero en la rueda de prensa en la que ha anunciado los cambios en su gabinete.
Pero si algo puede haber catapultado a Gabilondo al frente del Ministerio de Educación es su enérgica defensa de Bolonia como presidente de la CRUE, una actitud que ha contrastado notablemente con la de la huida Cristina Garmendia, todavía ministra de Ciencia e Innovación. Al mismo tiempo que ha criticado duramente las actuaciones de los estudiantes que han pretendido alterar la vida normal de las facultades, Gabilondo siempre ha mostrado su voluntad de debatir los claroscuros del proceso, siempre sin perder de vista la necesidad de una profunda reforma que requiere la educación superior en España.
Mientras tanto, a Garmendia, como en la canción de Manu Chao, la llamaban la desaparecida. La empresaria, que siempre ha parecido más interesada por la parte científica y tecnológica de su ministerio, ha llevado a cabo una errática política comunicativa durante meses. Mientras los encierros de estudiantes anti-Bolonia se multiplicaban (y, con ellos, su presencia y el debate en los medios), crecían las críticas a su falta de gestos públicos en defensa de Bolonia. Los rectores de las cinco universidades más afectadas por las revueltas estudiantiles llegaron a ‘llamarle al orden’ y le dirigieron una carta recordándole que la implantación del proyecto era una responsabilidad de todos, pero principalmente del Gobierno. Al tiempo que Garmendia se iba desvaneciendo, el presidente de los rectores practicaba la ubicuidad para romper una lanza tras otra a favor de Bolonia.
Para los estudiantes, además, es posible que el rostro de Gabilondo les resulte más familiar y de confianza que el de Garmendia, un personaje con un perfil muy vinculado al universo empresarial. No en balde, se trata de un profesor que lleva años habituado a lidiar con los movimientos de protesta contra la reforma europea. Ya el pasado curso, se prestó a acudir a una asamblea en la Universidad Complutense de Madrid, donde debatió durante horas los aspectos más peliagudos de Bolonia con decenas de estudiantes que se agolparon hasta la noche en una carpa para escuchar y rebatir las opiniones del rector de la Autónoma.
Sin embargo, tampoco se debe confundir a Gabilondo con un abanderado a ultranza de Bolonia. Él mismo se ha mostrado cuidadoso y escéptico con algunos de los aspectos más controvertidos de la reforma. Aunque rechaza el monstruo de la mercantilización de la universidad pública que agitan los anti-Bolonia, sí ha advertido de que será necesario hacer un esfuerzo en lo relativo a las ayudas económicas y becas para garantizar un acceso equitativo a la educación. Algunos de los detractores del plan han visto en él una figura que comparte muchos de sus temores, pero que, por su posición, no ha podido manifestarlos con libertad ("Hacen bien los que previenen sobre los riesgos de este proceso", el filósofo dixit).
Con su nombramiento, por otra parte, la secretaría de Estado de universidades vuelve a su lugar natural, el Ministerio de Educación. Ciencia e Innovación le arrebató el pasado año la joya de la corona a la entonces ministra Mercedes Cabrera. Como muchas otras autoridades educativas, Gabilondo nunca se había mostrado partidario de la segregación de la educación superior. Hoy Zapatero ha rectificado, admitiendo que los estudios universitarios deben estar integrados en Educación. El invento de vincular la política universitaria a Ciencia e Innovación con la idea de convertirla en motor de desarrollo y crecimiento no ha sido un acierto.
¿Es ésta la primera victoria para Gabilondo? Quién sabe. En cualquier caso, no lo tendrá nada fácil. Con la cartera le llega también la marea de contestación que han prometido seguir ofreciendo los contrarios a la reforma universitaria. La batalla continuará tras el parón de las vacaciones y, con ella, el debate sobre Bolonia, siempre etéreo y abstracto. Seguramente le venga bien su cátedra en metafísica.
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