La librería Cámara de Bilbao es una de esas buenas librerías de siempre que aún sobreviven en cada capital de provincia. Pero eso no quiere decir que su catálogo sea tradicional. En su escaparate de la calle Euskalduna, entre la vanguardista revista de fotografía C y un volumen sobre los nuevos diseñadores de moda barceloneses, llaman la atención otros dos libros... electrónicos, el iLiad y el Hanlin.
"Si son libros, aunque sea electrónicos, los tiene que vender una librería. Igual que hay tapa dura, blanda o audiolibros", nos explica el propietario, Javier Cámara. Su librería fue pionera en atreverse a colocar estos aparatos en sus estanterías hace diez meses. Una hazaña teniendo en cuenta que aún hoy es difícil encontrar en España lectores de libros electrónicos en otro lugar que no sea internet o ciertas grandes superficies. Pero lo que defienden la veintena de librerías de todos los tamaños y a lo largo de toda España que han comenzado a vender tímidamente ejemplares electrónicos es que ellas son el lugar donde acudir en busca de lectura, sea digital o analógica.
"Tenemos que posicionarnos, marcar nuestro territorio", defiende el librero bilbaíno. "Se trata de mostrar al cliente que en su librería puede encontrar también libros electrónicos, no sólo en las tiendas de electrónica". De momento, los clientes han respondido: desde que comenzaron a comercializarlos, cada dos meses se triplican las unidades vendidas. El negocio tiene mucho de aventura, y en ella intentan conservar los cauces habituales de distribución ("la cadena del libro"). Pero existe un gran problema: aunque hay dispositivos de lectura, las librerías los venden y los lectores los compran, las editoriales —excepto algún caso excepcional— no proporcionan contenidos.
Mientras las editoriales deciden si optarán por la venta directa a través de internet e-books o si mantendrán el canal de venta tradicional, los libreros ya se han organizado a través de su federación CEGAL y los distribuidores (FANDE) para comercializar ebooks. En la mente de todos está la sensación de que hay que tomar posiciones rápido, por lo que pueda ocurrir. "Mira lo que pasó con las tiendas de música", explica Juan Miguel Salvador, de la librería madrileña Diógenes, que también vende ebooks desde Navidades. "Las tiendas de música no eran tiendas de música, sino del formato CD. Cuando el formato se acabó, ellas se acabaron".
"No va a depender de nosotros que el libro electrónico triunfe o no. Pero sí que tenga un papel en la librería tradicional o que salgan definitivamente de aquí y se vendan en tiendas de electrónica o supermercados", justifica Salvador, que cree en el papel del librero clásico, como un mediador que asesora, facilita y aconseja sobre literatura, y en el de la librería como punto de encuentro físico y espacio de relación insustituible por la virtualidad de la red.
Tanto Cámara como Salvador tienen claro que son sus clientes (el público lector) y no otros quienes comprarán libros electrónicos en el futuro, y quieren mantenerlos. A diferencia de los aficionados a la música, los lectores son pocos y fieles. El bilbaíno divide en tres los tipos de personas que se acercan a su librería a por un ebook. El primero, "el lector compulsivo, que además es amigo de la tecnología y para el que resulta rentable adquirir un dispositivo especializado". El segundo, el ejecutivo que lo utiliza fundamentalmente para leer documentación lejos de la esclavitud del ordenador. Y el tercero de los perfiles es el más variopinto, que va "desde el marino que va a pasar cuatro meses en el mar pescando hasta gente con problemas de visión o profesores que tienen que corregir trabajos que les envían en PDF", explica.
"Cada vez más librerías se están apuntando", explica desde Leer-e Ignacio Latasa. Ellos están proporcionando asesoramiento, soporte y lectores electrónicos a las librerías, como las citadas Cámara y Diógenes, pero también otras como Happy Books o Elkar. También entra dentro de su cometido distribuir los exiguos contenidos disponibles hoy en día, como los títulos representados por Carmen Balcells que pueden comprarse físicamente en forma de código en la librería para después ser descargados de internet. Latasa cree que las librerías pueden aportar un gran valor añadido a sus clientes lectores, aunque quizá los más 'techies' estén inclinados a adquirirlos en las tiendas de electrónica. De hecho, afirma que algunas librerías están vendiéndolos a un ritmo mejor que las cadenas informáticas, y que la venta de libros electrónicos es habitual en algunas grandes cadenas libreras europeas, aunque en España primen los pequeños comercios independientes. "Es más importante la parte de 'libro' que la de 'electrónico'. Aparatos hay muchos, pero al final lo importante es el contenido", dice.
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