VITORIA.- La elección hoy de Patxi López como cuarto lehendakari de la democracia supone no sólo la llegada, por primera vez en la historia, de un no nacionalista a la presidencia del País Vasco, sino un cambio profundo en la concepción de país que entraña el final de los retos soberanistas y abre una etapa de incertidumbre ante una fórmula de gobierno inédita.
El hombre que saldrá con toda probabilidad investido hoy como lehendakari tiene arraigada la política en su ADN. "Es la pasión de mi vida", aseguró hace años cuando se convirtió en líder de los socialistas vascos. No en vano, Francisco Javier (Patxi) López Álvarez (Portugalete, 1959) era —y para muchos seguirá siendo— 'el hijo de Lalo', el histórico militante del PSOE y la UGT Eduardo López Albizu, que le metió en sangre esta pasión cuando era apenas un adolescente en los últimos años de la dictadura y los albores de la transición.
Poco antes de la muerte del dictador se afilió a las Juventudes Socialistas, acompañado de su amigo de infancia Nicolás Redondo Terreros, a quien años más tarde sucedería al frente del PSE. Ambos se conocían casi desde la cuna, pues sus padres eran íntimos amigos, y los dos vieron desfilar por sus casas a dirigentes como Felipe González, Alfonso Guerra y Manuel Cháves, que buscaban en aquellos años el anonimato de la clandestinidad.
Diez años después de afiliarse al partido, Patxi López da el gran salto en su vida y decide abandonar su carrera de ingeniería industrial y con 28 años se convierte en el segundo diputado más joven del Congreso. El primero era un leonés que acabaría convirtiéndose en el presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Desde que se sentara en ese escaño, López ha ido ocupando distintos cargos de responsabilidad dentro de su formación, hasta que en 2003 sucede a su amigo Redondo Terreros al frente de la secretaría general del PSE-EE.
Este político —al que un medio le definió entonces como "líder sin brillo hecho en el aparato"— ha conseguido los mejores resultados de la historia de los socialistas vascos (tanto en elecciones autonómicas, como generales) y ha logrado limar las fisuras endémicas dentro de una organización que mantiene una relación de amor-odio con el nacionalismo vasco.
Desde el primer momento apostó por lo que algunos calificaron de actitud "ambigua": los entendimientos con el PNV no serían de subordinación, pero tampoco quería mantener el frentismo constitucionalista por el que apostaron Redondo y Mayor Oreja. Eso le valió algún que otro disgusto con su amigo Nicolás —ya superados— y con su ex compañera de filas Rosa Díez. Por el contrario, ese discurso integrador y conciliador fue calando entre el electorado vasco que, según los analistas, ha valorado su apuesta decida por el frustrado proceso de negociación con ETA.
Ahora vivirá un momento histórico al convertirse en el primer lehendakari socialista de la democracia —Ramón Rubial fue presidente preautonómico—. Eso le quitará tiempo para sus grandes aficiones —ampliar su coleción de vinilos, ir a conciertos de Springsteen o los Punsetes, o fotografiar su natal Margen Izquierda—. Pero él decidió jugarse hace tiempo la cara —en más de una ocasión se la 'partieron' políticamente— y parece que sus paisanos se lo han reconocido.
El otro protagonista de la jornada también se ha jugado muchas veces la cara, incluso ha puesto dos mejillas (o consultas) para que en Madrid se la pusieran colorada. Como aficionado ciclista que es, Juan José Ibarretxe (Llodio, 1957) comenzó su carrera dentro del pelotón, sin destacar mucho pero sin perder la pedalada. A los pocos años de afiliarse al Partido Nacionalista Vasco (PNV), consiguió el bastón de alcalde de su pueblo natal y de ahí pegó el salto al Parlamento Vasco donde pudo poner en práctica sus conocimientos en Ciencias Económicas y Empresariales.
Esta capacidad de gestión, de buen 'tecnócrata' económico, le valió la designación en 1995 de vicelehendakari de José Antonio Ardanza, que pasó a ocupar, según él mismo reconoció años más tarde, la figura de 'Reina Madre', descargando en Ibarretxe casi todas las tareas de gestión. Por eso no sorprendió tanto su designación como candidato a lehendakari por la coalición nacionalista de PNV-EA en 1998. Esa primera legislatura supuso un radical cambio en la imagen de Ibarretxe, pues el 'negociador pragmático' decidió apostar por el Pacto de Lizarra-Estella, que aislaba a los no nacionalistas. Ese acuerdo estaba avalado por una tregua, que ETA rompió un año después, lo que hizo totalmente inviable la actividad parlamentaria (Euskal Herritarrok decidió abandonar la Cámara e Ibarretxe tuvo que superar dos mociones de censura).
Aunque ya contaba con el apoyo de la dirección del partido, Ibarretxe se ganó la lealtad inquebrantable —incluso en estos momentos donde el partido perderá el poder— tras las elecciones adelantadas de 2001. Se batió a cara de perro con un frente constitucionalista de PP-PSE, a cuyo servicio se pusieron no sólo los grandes partidos nacionales, sino también grandes grupos de comunicación y económicos. Y el ciclista salió del pelotón y se escapó sólo: consiguió 33 escaños y vencer a las encuestas.
Esa victoria propició que el discurso del 'peneuvismo' adquiriera un tono claramente soberanista, con una apuesta por la independencia del País Vasco. Ese cambio se plasmó en el famoso 'plan Ibarretxe' —que reconocía la "libre asociación" con España—, que nació con un gobierno de Aznar y fue finiquitado por un Congreso con mayoría socialista en 2004. Los affaire con los 'abertzales', su monotemático discurso y la inestabilidad parlamentaria no le dieron los mismos resultados a Ibarretxe en su tercera cita con las urnas. Los socialistas crecieron, también los herederos de Batasuna y el PNV se alejó más de la mayoría absoluta.
Además, durante estos últimos cuatro años, Juanjo —como le llaman sus compañeros y amigos— no ha sido el protagonista. Su segunda apuesta de consulta ya no llevaba su apellido y el intento de acabar con ETA a través de la negociación estuvo capitaneado por el presidente Zapatero y el rostro más visible dentro del nacionalismo en este asunto fue Josu Jon Imaz —presidente del partido—, que desde el primer momento marcó distancias con Ibarretxe. No se quemó (como sí lo hizo su compañero de filas, que acabó marchándose), pero perdió esa bandera política que suele agitar el PNV de estar siempre en la resolución de los conflictos que afectan a Euskadi.
Por eso, y a la vista del hartazgo social que se vislumbraba en las encuestas tanto por los experimentos soberanistas como por los escarceos con el 'abertzalismo', Ibarretxe —y el nuevo presidente del EBB, Iñigo Urkullu— decidieron retomar durante la última campaña un discurso más pragmático, en donde vender los éxitos —indiscutibles— de crecimiento económico en la comunidad y la profunda transformación que en los últimos años ha colocado al País Vasco en pleno siglo XXI.
Les funcionó (ganaron las elecciones por 80.000 votos más que los socialistas), pero los diputados del tripartito no suman más que los de socialistas y 'populares'. Y en los regímenes parlamentarios, los presidentes los eligen las Cámaras. La incógnita quedará resuelta en pocas horas. Las dudas están ahora en la bancada nacionalista, en saber qué deriva van a tomar los que siempre han estado en el poder y ahora tienen que navegar en las aguas turbias de la oposición
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