Donde el autor describe una rutina a base de radios que no se oyen, libros que no se leen, filetes que no se cortan, ventanas que no se abren y cafés descafeinados.
Ayer terminé mi relato con un sms que me acusaba de expandir la pandemia por Asia y hoy empiezo con otro mensaje de otro amigo que me anima a prolongar mi cautiverio en la burbuja: "Han echado a 20 personas del trabajo, incluido a X e Y. La cosa está fea. Y Guti se lesionó esta mañana, se pierde el clásico. Mejor no salgas de ahí".
Tengo dos camas. En la izquierda duermo, veo la televisión e intento escuchar la radio en uno de esos transistores imposibles de sintonizar. En la cama derecha me tumbo a leer, pero no leo. Tengo ahí desplegados varios libros, cómics y revistas, pero es inútil. En la silla más grande, con ambiciones de butaca, me siento cuando no sé qué hacer o cuando escribo crónicas a mano para soitu.es, que luego dicto por teléfono a diligentes redactoras.
La puerta de mi habitación no tiene cerrojo, lo que significa que yo podría salir andando por el pasillo sin problemas, una fantasía especialmente poderosa por la noche. No lo hago, no me escapo, por un nocivo sentido de respeto a la autoridad. Ya lo dice el refrán: "Quien no copia de pequeño en el colegio, no se escapa de los hospitales de mayor".
En verdad os digo que mi habitación, a primera hora de la mañana, es más luminosa que un loft en Ibiza, lo cual no es necesariamente bueno cuando está la calefacción encendida y las ventanas cerradas. Que el café del desayuno es descafeinado y de sobre. Que muy malo no puedo estar cuando por las tardes, mirando por la ventana, lo que más me apetece es irme de cañas. Entiendo, no obstante, que la ciencia y los médicos busquen otros datos más empíricos.
También os digo que cortar con un cuchillo de plástico un filete de rosbif de plástico, insertado a presión en un tupper también de plástico, no es sencillo. Es lo más cerca que he estado de montar en cólera, es decir, de arrojar el filete contra la pared, o mejor aún, contra la ventana que no se abre, y quedarme mirando como se derrumban a cámara lenta las gotas de salsa por el cristal.
Esta debería ser mi última mañana en el hospital, pero me han dicho que dicen que los laboratorios están tardando más de 48 horas en tener los resultados definitivos. Si eso ocurre, tendré que empezar a pensar seriamente en eso de copiar en los exámenes.
*Actualización: Ambrosius fue dado de alta el viernes 1 de mayo. Su resultado ha dado negativo.
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