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Castella, a la gloria

EFE
Actualizado 03-10-2009 21:36 CET

Madrid.-  Dos orejas de un mismo toro consiguió Sebastián Castella, hoy en Las Ventas, un triunfo que todavía fue corto, pues se hubiera llevado también las dos del otro si llega a matarlo bien, la tercera salida a hombros del diestro francés en la monumental madrileña, ésta sin duda la de más gloria de su carrera.

FICHA DEL FESTEJO.- Toros de Núñez del Cuvillo, desiguales de presencia, bajos de raza y deslucidos, en general de poco juego, a excepción del buen tercero, aplaudido éste en el arrastre.

Julio Aparicio: estocada (silencio); y estocada (silencio).

José Antonio "Morante de la Puebla" media a paso de banderillas (silencio); y estocada corta y descabello (pitos).

Sebastián Castella: estocada en todo lo alto (dos orejas); y casi media y cinco descabellos (ovación tras un aviso).

En cuadrillas, saludó Curro Molina por dos soberbios pares al tercero, invitando a compartir los aplausos a José Gómez. El mismo Curro Molina bregó oportuno y eficaz en el sexto.

Lleno de "no hay billetes" en tarde deliciosamente otoñal.

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LA PERFECCIÓN

La mejor tarde de Castella en Las Ventas. La mejor tarde en conjunto, y la mejor faena. Dos orejas parecen poco.

La primera faena del francés rayó en la perfección. Por técnica y seguridad, por arrojo y buen gusto. Por la naturalidad e improvisación, por la arrogancia, la quietud y las estrecheces entre el y el toro.

Castella se había lucido con el capote en el recibo y en un quite por chicuelinas. Dos grandes pares de Curro Molina prestaron más ambiente. Y el toro, poco picado a petición del propio matador, encastadito y moviéndose mucho en los primeros compases de muleta. Le bastó a Castella tres pendulazos y uno de las flores para poner aquello a revienta calderas.

La siguiente fase, al natural, enganchándolo por delante. El trazo perfecto, largo y sentido, vaciándolo en el sitio justo donde iba a comenzar el siguiente. Así, tres, cuatro y hasta cinco veces, sin solución de continuidad. Sin rectificar posiciones el torero, los pitones del toro cada vez más cerca del bordado del traje de luces. Rotos todos los registros de los terrenos hipotéticamente del toro.

Se impuso el mando y la ligazón. También cuestión de temple, de firmeza, asombrosa quietud... Y ahí las improvisaciones, la naturalidad del pase de trinchera sobre la marcha, u otro por detrás donde nadie se podía imaginar. Todo tan exacto, tan limpio, tan sentido. Toreo hondo. Una hondura para adivinarla desde las mismísimas entrañas del toreo.

Hasta aquí habían sido dos tandas, dos, de naturales. Tan valiente, tan en el sitio.

Importantísimo ese primer tramo, pero habría más. Con la misma naturalidad y galanura, ahora a derechas. Dos series en idénticos parámetros de quietud, de coraje y poderío. A todo esto sin pestañear el torero. La plaza con el corazón en un puño, y él tan quieto y relajado.

Alivio en las "alegrías" finales, dos cositas por arriba y un par de remates por abajo, ya sobre la marcha, andándole al toro por la cara, derroche de torería.

Fue faena de mucha sinceridad y buen gusto, de excelente planteamiento técnico y de enorme precisión. Sin olvidar al toro, que también puso lo suyo. El aguante del toro también fue fundamental.

Y la estocada, en todo lo alto. La muerte fulminante. La plaza loca de felicidad en la petición de las orejas, y en los aplausos en el arrastre del animal, y en la vuelta del torero, de clamor.

Lo bueno es que teniendo Castella la salida a hombros asegurada, todavía no se conformó. Y con el sexto, otro lío. Humillaba el toro, pero no era lo mismo, había que "llevarlo" en el sentido de esperarlo más, consentirle, engancharle y aguantarle. Jugársela con más exigencias. Fue lo que hizo Castella, hasta que empezó a pararse "el núñezdelcuvillo", y ahí los circulares por la espalda, el parón en su más espléndida expresión. Qué pena, la espada.

Con lo caliente que estaba la gente. Se esperaban otras dos orejas. Pero no fue buena la ejecución de la suerte suprema, y cinco descabellos fueron definitivos para dejar aquello en una simple ovación, aviso incluido.

Pero estaba abierta de par en par la Puerta Grande para el torero francés. Pocas veces con tantos merecimientos.

Con Castella hicieron el paseíllo Aparicio, que no tuvo "material" propicio ni ánimo para ir más allá de cuatro detalles aislados en el que abrió plaza, y Morante, también con un lote de los que en el argot se dice a contra estilo, que igualmente no terminó de ponerse en el sitio donde los toros aún siendo malos podrían embestir o ayudar algo más. Pero nada de nada, ninguno de los dos.

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