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'Mis padres no lo saben...' ni lo quieren saber: aún es difícil ser gay en el s.XXI

  • Los periodistas Marce Rodríguez y Mariola Cubells recogen 30 historias de homosexuales
  • La falta de apoyo, el desprecio familiar o el miedo al rechazo están presente en sus relatos
  • La homofobia sigue estando presente en medios, instituciones y en la calle
Por EDU SÁNCHEZ (SOITU.ES)
Actualizado 06-07-2009 15:58 CET

Cada año la maniFIESTA del Orgullo Gay —como la define Antonio Poveda, presidente de la Federación Estatal de Gays, Lesbianas, Transexuales y Bisexuales (FELGTB)— se supera. Casi dos millones de personas, según los organizadores, colapsaron las calles céntricas de Madrid durante este fin de semana. El sábado, en la tradicional marcha por la capital, homosexuales y heterosexuales volvieron a reclamar en alto su derecho a ser diferentes, a amar, sentir y disfrutar sin más corsés morales que los que uno quiera ponerse.

Pero una vez apagada la fiesta, recogidas las carrozas, guardados los trajes y las plumas, vestidos de nuevo los espectaculares cuerpos y plegadas las banderas multicolor, muchos gays volvieron a sentir el vacío de sus familias, el desprecio de los que se dice que son los seres más queridos y la lejanía de los más cercanos. Para muchas personas, en pleno siglo XXI, su condición sexual sigue siendo un estigma social que guardar en el armario.

Los periodistas Marce Rodríguez y Mariola Cubells recogen en 'Mis padres no lo saben' (editorial Plaza&Janes) el testimonio de más de treinta homosexuales (sólo dos lesbianas —"que sufren la doble discriminación"—) cuyos progenitores desconocen sus sentimientos, penas, alegrías, amores y desamores por miedo a su reacción. O lo que es peor: sabiéndolo les han exigido la máxima discreción, la ocultación al resto del mundo o les han puesto ante la terrible disyuntiva de 'o dejas de ser maricón o dejas de ser mi hijo'.

"Se trata de un libro de amor. Somos más iguales de lo que nos creemos, porque a todos nos mueve lo mismo", apunta Cubells, quien reconoce que se enfrentó a esta obra con varios tópicos sobre el colectivo homosexual, "y también cierta falta de sensibilidad ante los dramas personales de esta gente". Fue su amigo Marce, que tantas veces le había repetido que "todavía ser homosexual en España es muy duro", quien le acercó las historias de Iñaki, de Ernesto, de Jacobo, de Tomás, de Ángela...

Pedro, 42 años

Había llegado el momento de sincerarme y confesarle hacía dónde había dirigido mis afectos [...] Ella, muy debilitada por la enfermedad, me cogió la mano, cerró los ojos y esbozó una sonrisa. [...] Me sentí relajado, como si me hubiera quitado un gran peso de encima. Tan relajado, que quise de inmediato compartirlo con el resto de mi familia [...]
Me equivoqué. Mi padre, tan mezquino como siempre, no me dio tregua ni con la agonía de mi madre. Esperó a que ella muriera para dejarme las cosas claras [...] —O dejas de ser maricón o dejas de ser mi hijo.

Alberto. Murió en accidente

Cuando tuvo el accidente y me llamaron del hospital para decirme que se había muerto, no supe a quién avisar. Llevaba tantos años desconectado de los suyos [...] A través de la embajada pude localizarlos. Me contestó una mujer en francés. —¿Y tú quién eres? — Un amigo, compartíamos apartamento... Me sorprendió la frialdad. Intuí que en aquel momento le importaba más la posibilidad de que yo pudiera ser un amante de Alberto que la muerte del hijo.

Cayetano, 33 años

El hombre, de 54 años, estaba viudo y era padre de tres hijos. Era de derechas y trabajaba como funcionario de un ministerio. Vivió con su mujer y sus hijos hasta que ésta murió [...] Le gustaba decir que en la época de Franco el paseo de la Castellana "era mucho más tranquilo y seguro, te daban hasta las buenas noches". Pero olvidaba siempre mencionar un detalle: él recorría el paseo en busca de chaperos.

Enrique, 42 años

Cuando mi madre estaba a punto de morirse me preguntó qué estaba haciendo con mi vida. No se había preocupado nunca y de pronto allí la tenía, en el lecho de muerte y soltándome una perorata [...] Estuve a punto de contarle la verdad horrible sobre mi vida, y sobre todo aquello que me había llevado a acostarme primero con don Antonio, su confesor, y después con ese otro hombre de Dios, de su dios, y de la Iglesia, de su iglesia, que gritaba de placer cada vez que yo le follaba después de dar misa en la catedral.

Tomás, 65 años

La familia de Ramón lo rechazó cuando se enteró de que estaba enfermo y se opuso a mi deseo de que muriera en la casa de Atocha [...] A efectos legales, en el hospital, con los médicos, yo no era nadie, aunque hubiera sido la única compañía de Ramón durante los últimos veinte años. Su familia, con la que apenas había tenido relación, y que jamás le había visitado durante los días que duró la agonía, se presentó en nuestra casa a su muerte para exigirme todo lo que ellos consideraban que era propiedad de Ramón.

Jaime, 41 años

Él era demasiado joven para morirse y yo para todo lo demás. Me quedé solo, tremendamente solo, y como no lograba salir del agujero, intente acercarme a mis padres pero no encontré respuesta [...] —Tú tomaste una determinación y yo te advertí de las consecuencias... Ahora tienes que asumir que nosotros ya no somos tu familia. Sus palabras retumbaban en mi cabeza —aún lo hacen— mientras él me daba la espalda y desaparecía.

Eduardo Mendicutti, 61 años

A veces me pregunto por qué tengo que dar más, ¿porque soy gay y me tengo que hacer perdonar algo? Soy el mayor. Mi padre murió cuando yo tenía 25 años y aquello (mi madre y ocho hermanos) cayó encima de mí. Hice cosas que quizá otro no habría hecho, y todo el mundo lo habría entendido, y si yo no lo hubiera hecho habría sido un desagradecido. Y yo me digo que ése es el precio que he pagado, lo acepto para evitar el conflicto.

Jesús Encinar, 37 años

Cada vez que yo aparezco en un medio de comunicación hablando como gay, la hundo (a mi madre) en la más profunda de las tristezas durante unos días, aunque ha llegado un punto que, no sé si es la edad o la aceptación, le da igual ya todo. Durante un tiempo me recriminaba que yo había salido del armario para meterla a ella en la cocina, que desde que yo vivía mi homosexualidad ella no se atrevía a salir de casa.

Y además...

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