Este reportaje de investigación es el sexto de una serie de ocho donde se analiza por qué no ha habido otros ataques terroristas a Estados Unidos tras el 11-S. (Lee la introducción de Slate a esta serie)
En su discurso de despedida del pasado 15 de enero, el presidente George W. Bush declaró: "Después del 11-S, la mayoría de los norteamericanos fueron capaces de retomar su vida más o menos tal como había sido hasta el 11-S. Sin embargo, yo nunca pude".
Y prosiguió:
Cada mañana, recibía información acerca de amenazas a nuestra nación. Juré hacer todo cuanto estuviera en mis manos para mantenernos a salvo. […] Cabe poco debate en cuanto a los resultados. Han transcurrido más de siete años sin que se haya perpetrado otro atentado terrorista en nuestro territorio. Rindo homenaje aquí a quienes trabajan de sol a sol en aras de nuestra seguridad: agentes de orden público, analistas de los servicios de inteligencia, agentes de seguridad fronteriza de nuestra nación, personal diplomático y hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos.
Una nota informativa de la Casa Blanca especifica seis complots terroristas "evitados en Estados Unidos" ante los que Bush estaba en guardia:
La Administración Bush merece al menos un reconocimiento en los casos enumerados, pero ciertas salvedades son pertinentes. El más grave de los planes terroristas enumerados, la conspiración para hacer estallar aviones comerciales con rumbo a la costa este, que motivó que ahora no podamos subir al avión con líquidos y otras sustancias, fue frustrada cuando ya estaba en su fase más avanzada. Como se indicó en 'La teoría del melting pot' esta trama se originó en el Reino Unido, que llevó la voz cantante en la investigación (el agente secreto que se infiltró en el grupo terrorista era británico). También en 'La teoría del melting pot' explicamos que el director adjunto del FBI calificó el plan para derribar la torre Sears de "más aspiracional que operativo" y que en la acción judicial que se interpuso finalmente el juicio fue declarado nulo.
La trama contra el aeropuerto JFK no guardaba conexión con Al Qaeda y, por tanto, era técnicamente inviable que el 'New York Times', el diario nacional de la metrópoli, enterrara el asunto en la página 37 de su sección local. El ataque a la torre Library de Los Angeles lo planeó en octubre de 2001 el principal conspirador del 11-S, Khalid Sheikh Mohammed, quien reclutó a voluntarios del sur de Asia para estrellar un avión comercial contra el rascacielos. Sin embargo, Michael Scheuer, un veterano experto en la lucha contra Al Qaeda que trabajaba en 2002 para la CIA, mantuvo en unas declaraciones para la publicación 'Voice of America' que jamás había oído hablar de ellos, y un funcionario del Gobierno de EEUU reveló a 'Los Angeles Times' que el complot jamás alcanzó su estadio operativo. Es más, tal como puso de manifiesto el trágico caso del vuelo 93 de United Airlines, la táctica de estrellar aviones de pasajeros contra edificios, que dependía de que los propios pasajeros no concibieran algo semejante, dejó de ser viable independientemente de lo ocurrido la mañana del 11-S: ("echémonos a rodar").
La confabulación contra la base militar de Fort Dix se inspiró en Al Qaeda pero no obedeció a órdenes de la organización. Los cinco terroristas musulmanes que tramaron el ataque contra Nueva Jersey, declarados culpables de conspiración en diciembre, visionaban vídeos yihadistas y fueron lo suficientemente estúpidos no solo como para filmar su propio vídeo, sino como para llevar la cinta a una tienda de la cadena minorista de productos electrónicos Circuit City para que les grabaran una copia en DVD. Un dependiente menor de 20 años alertó al FBI, que se infiltró en el grupo, le vendió armas automáticas y lo trincó. El intento de hacer explosionar granadas en el centro comercial CherryVale de las afueras de Chicago también bebió de ideas y métodos de Al Qaeda, pero esta tampoco lo dirigió. En este caso, los conspiradores eran tan sólo dos, uno de los cuales era un informante del FBI. El otro individuo fue arrestado cuando un agente secreto del FBI aceptó el trato de intercambiar dos altavoces estéreo por cuatro granadas y un revólver. Actualmente, está cumpliendo cadena perpetua.
Al abordar la cuestión desde un punto de vista político más amplio, los expertos en terrorismo se muestran de acuerdo en que los logros más destacables de la Administración Bush fueron la derrota del régimen de los talibanes en Afganistán en 2001 y la destrucción de los campos de entrenamiento de Bin Laden. Como se indicó en 'La teoría de la necedad de los terroristas' y en 'La teoría del melting pot', se dio caza a dos terceras partes de los dirigentes de Al Qaeda, que fueron capturados o matados. El periodista Lawrence Wright estima que la invasión estadounidense acabó con cerca del 80% de los miembros de Al Qaeda radicados en Afganistán y las estimaciones de los servicios de inteligencia sugieren que Al Qaeda contará hoy con tan solo unos 200 o 300 miembros.
Un informe NIE (por sus siglas en ingles, National Intelligence Estimate) de los servicios de inteligencia estadounidenses expuso que Bin Laden había "protegido o regenerado elementos clave de su capacidad de atentar contra EEUU", estableciendo un refugio seguro en las tierras tribales fronterizas de Afganistán a través del nombramiento de jefes de operaciones. El pasado 25 de febrero, Dennis C. Blair, el nuevo director de Inteligencia Nacional de la Administración Obama, dijo al Congreso que los líderes de Al Qaeda usaban este refugio seguro como "base desde la que evitar ser capturados, hacer propaganda, comunicarse con células operativas de Al Qaeda en el extranjero y adoctrinar a nuevos terroristas". Pero la Administración Bush y el Gobierno de Pakistán reaccionaron ante la capacidad renovada de Al Qaeda intensificando los ataques contra los zonas tribales fronterizas, y esta estrategia continúa bajo el mandato de Obama. El 'New York Times' se hacía eco recientemente de las conclusiones de agentes de los servicios de inteligencia pakistaníes, que hablaron a condición de que no se revelara su identidad, afirmando que los ataques por tierra —en lugar de atentados suicida con aviones— están reduciendo la probabilidad de que Al Qaeda ataque Estados Unidos, pero aumentando la posibilidad de que tanto esta como los los talibanes desestabilicen Pakistán (véase 'La teoría del enemigo cercano'), porque se está acabando con muchos civiles además de con terroristas. La Administración Bush se esforzó por mantener el equilibrio entre estas dos consideraciones. Y el equipo de Obama hará otro tanto.
El experto en terrorismo de la universidad de Georgetown Bruce Hoffman atribuye al Centro Nacional Antiterrorista (NCTC), creado en 2004, el mérito de acabar con gran parte de la resistencia a compartir información de interés para la seguridad nacional que existía entre agencias federales de investigación, que tuvo mucho que ver con que el 11-S llegara a suceder (véase 'La teoría de la necedad de los terroristas'). Seguramente los nuevos procedimientos para investigar los antecedentes de pasajeros de aviones comerciales e integrar listas de terroristas sospechosos hayan contribuido. Incluso la tan objeto de burla Agencia Nacional de Seguridad en el Transporte estadounidense (TSA) (que tiene el mote de "miles de individuos matando moscas" en Israel, que tanto se ocupa de la seguridad) ha ayudado probablemente a mejorar la seguridad, no porque sus métodos sean infalibles, sino porque el mero hecho de que los terroristas perciban que corren siquiera un poco más de riesgo de ser descubiertos puede marcar una gran diferencia en sus especulaciones mentales sobre lo que podría pasar. Lo que ya no está tan claro es que haya servido de algo doblar el número de agentes que patrullan las fronteras estadounidenses, aunque solo sea porque vigilarlas del todo siga siendo prácticamente imposible.
Uno de los esfuerzos de Bush cuyos resultados tal vez sea más difícil de evaluar es el rastreo del Departamento del Tesoro de los fondos terroristas. En torno a 262 millones de dólares en activos de talibanes fueron bloqueados y a continuación puestos a disposición del nuevo Gobierno de Afganistán tras la invasión estadounidense, y el Informe de 2007 del Departamento del Tesoro de EEUU sobre activos y financiación del terrorismo (el año más reciente para el que disponemos de datos) enumera 11 millones de dólares en activos bloqueados a Al Qaeda (cifra que supera la de ocho millones de dólares para el año anterior). La CIA sostiene que antes del 11-S Al Qaeda tenía un presupuesto anual de 30 millones de dólares. Prácticamente nada procedía de la fortuna personal de Osama Bin Laden, que fue embargada por los saudíes en 1994. Hasta dos terceras partes del presupuesto de Al Qaeda pueden haber sido canalizado directamente hacia los talibanes a cambio de protección. Richard Clarke, que estaba a cargo de la oficina antiterrorista de la Casa Blanca durante el 11-S, les dijo a Robert Windrem y a Garrett Haake de la MSNBC que la cifra de 30 millones de dólares "era pura invención". Nadie pretende siquiera saber de cuánto dinero dispone Al Qaeda hoy; gran parte será en efectivo. Los 11 millones de dólares congelados por el Gobierno de EEUU pueden muy bien constituir tan solo una fracción de la cantidad acumulada con entusiastas donaciones de fanáticos tras los ataques del 11-S. Por otra parte, llenarle los bolsillos con dinero en efectivo a los principales dirigentes de Al Qaeda habría supuesto sin duda un reto excesivo inmediatamente después del 11-S y lograrlo ahora es más difícil todavía. Y, no solo eso, sino que además están los costes indirectos.
La saliente Administración Bush asegura que derrocar a Saddam Hussein sirvió para evitar actos terroristas en Estados Unidos, pero esta afirmación apenas cuenta con partidarios, salvo en lo que respecta a que atrajo a algunos yihadistas hacia Irak (véase 'La teoría del efecto flypaper'). La guerra de Irak hizo que cayera la posición de EEUU ante el mundo musulmán, sobre todo cuando salió a la luz que militares de EEUU habían torturado y humillado a prisioneros de la cárcel iraquí de Abu Ghraib. La nota informativa de la Casa Blanca de Bush no menciona en absoluto los sepelios de Guantánamo ni que la CIA torturara a terroristas sospechosos. Probablemente fuera una decisión acertada. Pero el vicepresidente Dick Cheney defendió estas prácticas en su salida de la Casa Blanca, refiriéndose en especial a "la valiosa información" proporcionada por Khalid Sheikh Mohammed, sobre quien se informó de que se le había aplicado la forma de tortura de asfixia simulada conocida como 'submarino mojado'. Cheney sostuvo que "hubo un periodo de tiempo, hace tres o cuatro años, durante el que en torno a la mitad de todo cuanto sabíamos de Al Qaeda procedía de una única fuente". 'Capturar' a Sheikh Mohammed sin duda aportó seguridad a Estados Unidos, pero, tal como ya por entonces señaló la periodista de Slate Dahlia Lithwick, casi nadie cree que con la tortura se obtenga información válida, y quienes consideran que es legal "prácticamente igualan en número a quienes podrían ser procesados por crímenes de guerra precisamente porque no lo es".
Las prácticas de la política antiterrorista de Bush que no son controvertidas continuarán bajo el mandato del presidente Obama; las controvertidas, probablemente no. Esta perspectiva inquieta a Cheney, quien en una entrevista con la publicación 'Politico' sostuvo:
Cuando tenemos a personas que cada vez se ocupan más de leer los derechos que tiene un terrorista de Al Qaeda que de proteger a Estados Unidos contra individuos que se dedican en cuerpo y alma a hacer absolutamente todo cuanto puedan para matar a norteamericanos, entonces es cuando me preocupo.
Si le damos la razón a Cheney, entonces los estadounidenses estamos bajo mayor peligro bajo la Administración Obama que bajo la administración Bush. Si consideramos que se equivoca, entonces las políticas de tortura de EEUU nunca proporcionaron mucha seguridad en primer lugar e incluso podrían haber empeorado las cosas enfervorizando a los enemigos de EEUU. Efectivamente, una pieza informativa que el 'Washington Post' publicaba recientemente en dos partes sugería que el abuso sufrido por un preso de Guantánamo llamado Abdallah Saleh al-Ajmi hizo que un soldado talibán de a pie relativamente inofensivo pasara a convertirse en un terrorista suicida convencido que, una vez puesto en libertad, mató a 13 soldados iraquíes e hirió a otros 42.
En cualquiera de los casos, la habilidad del Gobierno para evitar otro 11-S —a pesar de ser mayor que hace ocho años— es sin duda insuficiente. Al igual que la teoría del efecto 'flypaper', la teoría de 'Bush al menos nos mantuvo a salvo' suscita poca tranquilidad, puesto que, incluso aunque se tome al pie de la letra como verdad histórica, hay demasiadas eventualidades actuales y futuras a las que no puede dar respuesta.
* Artículo publicado originalmente en el medio digital norteamericano Slate
Próximamente, publicaremos el séptimo reportaje de esta serie: 'La teoría de los ciclos electorales', donde contemplaremos la posibilidad de que Al Qaeda programe sus ataques para que éstos precedan o sigan a elecciones nacionales de peso.
(Traducción: Carola Paredes)
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