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La teoría de la necedad de los terroristas

  • ¿Por qué no ha habido otros ataques terroristas a EEUU tras el 11-S?
  • Iniciamos la publicación de una serie de reportajes de investigación al respecto
Por TIMOTHY NOAH (SLATE)
Actualizado 04-03-2009 10:46 CET

Este reportaje de investigación es el primero de una serie de ocho donde se analiza por qué no ha habido otros ataques terroristas a Estados Unidos tras el 11-S. (Lee la introducción de Slate a esta serie).


Los atentados del 11-S fueron anunciados como los precursores de una nueva era de terrorismo de corte extranjero que amenazaba a Estados Unidos. ¿Y si ocurrieron por pura chiripa?

La exitosa aniquilación de las Torres Gemelas, parte del Pentágono, cuatro aviones comerciales y cerca de 3.000 vidas inocentes hace parecer a posteriori al grupo que sembró el terror como diabólicamente brillante. Pero cuando se repasan los hechos sobre cuán cerca estuvieron los terroristas de exponerse a los servicios de inteligencia estadounidenses, el 11-S ya no parece fruto de un ingenioso plan que triunfó gracias a una astuta y concienzuda programación. Parece más bien un estúpido plan que tuvo éxito por pura suerte.

Consideremos varios aspectos:

  • El conspirador Khalid al-Mihdhar, que estaba —al menos en teoría— bajo vigilancia estadounidense, sospechoso de haber intervenido en el ataque al destructor USS Cole, levantó sospechas en la academia de vuelo de San Diego con su impaciente insistencia en aprender a pilotar un Boeing. (En el 11-S, al-Mihdhar ayudaría a estrellar el vuelo 77 de American Airlines contra el Pentágono, matando a 189 personas).
  • Otro conspirador, Nawaf al-Hazmi, levantó sospechas cuando se jactó ante el empleado de una gasolinera de que se haría famoso. (Al-Hazmi participaría junto a al-Mihdhar en el vuelo 77. Para consultar más información sobre qué sabía el FBI sobre al-Mihdhar y al-Hazmi antes del 11-S, haz clic aquí).
  • Hacia finales de julio, el por entonces director de la CIA, George Tenet, declaró a la Comisión del 11-S que el sistema fallaba y, anteriormente ese mismo mes, el agente especial del FBI Kenneth Williams envió un memorando desde la oficina de Phoenix a Washington donde destacaba "un número desorbitado de individuos que interesaba investigar" en materia de seguridad nacional que recibían clases de vuelo en Arizona. (El memorando está disponible aquí.)
  • A principios de agosto, el presidente Bush recibió un documento secreto clasificado cuyo título es ya de sobra conocido: "Bin Laden, decidido a atacar EEUU" (se puede consultar aquí).
  • Más tarde, también en el mes de agosto, se interrogó a Zacarias Moussaoui en la sede del FBI en Minneapolis, que había despertado recelos en la academia de vuelo de Minnesota al interesarse por los patrones de vuelo de Nueva York y al preguntar si las puertas de la cabina de un avión de pasajeros se podían abrir durante el vuelo. (Para leer un resumen de lo que sabía la sede del FBI en Minneapolis a día 19 de agosto, visita esta página.) La imprudencia y volatilidad de Moussaoui sembraron reticencias entre sus superiores de Al Qaeda para usarle en los ataques del 11-S. Probablemente se le estaba manteniendo en la reserva para un atentado futuro de Al Qaeda o posiblemente como piloto suplente para el 11-S.
  • Tenet, a pesar de saber que el sistema hacía aguas, no movió un dedo tras ser informado sobre Moussaoui el 23 de agosto (En esta página se puede leer el informe actualizado de la amenaza terrorista de Tenet.)
  • Al tratar de obtener una orden judicial para examinar el ordenador portátil de Moussaoui, un funcionario local de la sede del FBI en Minneapolis informó a la sede central del FBI de que "estaba intentando evitar que alguien tomara un avión y lo estrellara contra el World Trade Center". El FBI no halló la prueba del vínculo entre Moussaoui y Al Qaeda, considerada concluyente para obtener la orden judicial hasta dos días después del 11-S.

Transcurridos más de ocho años desde los atentados del 11-S, resulta físicamente desquiciante repasar todos estos detalles con efecto mariposa sobre qué sabía el Gobierno de EEUU antes del 11-S. Los sucesivos intentos fallidos de los servicios de inteligencia estadounidenses de recopilar y compartir su información sobre la trama no deberían sorprender a nadie familiarizado con la cultura burocrática de Washington. Pero no es menos cierto que contar con la baza de un grado sumamente extremo de disfunción gubernamental, como efectivamente hizo Al Qaeda, fue de lo más imprudente. Los terroristas asumieron un riesgo sumo e inaceptablemente alto de ser atrapados, y, por poco, lograron lo improbable. Que lo consiguieran no significa que actuaran con astucia en el intento.

Tampoco está claro que fueran tan listos en cuanto a su triunfo. En Afganistán, los atentados desencadenaron la furiosa reacción de los militares estadounidenses que destruyeron la infraestructura de Al Qaeda de campos de entrenamiento y refugios, derrocaron a los protectores de Al Qaeda, los talibanes, y capturaron o mataron a dos terceras partes de los líderes de Al Qaeda —en especial a Khalid Sheikh Mohammed, considerado el cerebro de los atentados del 11-S y actualmente el prisionero más famoso de Guantánamo—. Según Lawrence Wright, ganador del premio Pulitzer con su ensayo 'The Looming Tower: Al-Qaida and the Road to 9/11', cerca del 80% de los miembros de Al Qaeda asentados en Afganistán murieron durante la invasión estadounidense del país. Las estimaciones de los servicios de inteligencia sugieren que los miembros actuales de Al Qaeda pueden ser tan sólo 200 ó 300. Como poco, las fuerzas estadounidenses han logrado que la jerarquía de Al Qaeda quede rezagada durante varios años. Como mucho, Estados Unidos tal vez haya acabado para siempre con la capacidad operativa de Al Qaeda de actuar como una empresa que se gestiona de forma centralizada, reduciendo a su presidente, Osama Bin Laden, y a su consejero delegado, Ayman al-Zawahiri, a simples figuras decorativas simbólicas más que líderes de facto. Entre tanto, el objetivo de Al Qaeda de restablecer el califato islámico que se extendió durante un milenio por los tres continentes hasta principios del siglo XX queda, más que nunca, en una quimera. (El argumento contrario es que al contraatacar en Afganistán y especialmente en Irak, Estados Unidos se autoinfligió un daño incalculable al alienar a la mayoría del mundo musulmán en tanto que regaban más sangre y cosechaban un tesoro mayor de lo que podían permitirse perder. Abordaré este supuesto dentro de una semana cuando alcancemos el extremo contrario del espectro de la preocupación).

A pesar de cierta euforia inicial, el 11-S y sus secuelas sangrientas parecen haber debilitado la posición de Al Qaeda no sólo entre los musulmanes en general, sino incluso entre los miembros de la yihad islámica (Peter Bergen y Paul Cruikshank discutieron este extremo en un artículo de The New Republic), quienes vieron cómo el 11-S condujo a la muerte a muchos más musulmanes (especialmente en Afganistán e Irak) que ningún otro acontecimiento. Muchos de estos musulmanes fueron asesinados directamente por Al Qaeda y otros miembros del terrorismo islamista. En su artículo titulado 'Overblown: How Politicians and the Terrorism Industry Inflate National Security Threats' ('Cómo los políticos y la industria terrorista inflan las amenazas a la seguridad nacional'), John Mueller, politólogo del Estado de Ohio, relata cómo los atentados suicidas coordinados vinculados a Al Qaeda contra tres hoteles jordanos en 2005 terminaron matando a un amplio grupo de ciudadanos palestinos y jordanos que asistían a una fiesta nupcial. "Es difícil imaginar un blanco con probabilidad de resultar más estúpido desde el punto de vista de los terroristas", escribe Mueller. Miembros de Al Qaeda en Irak, un grupo insurgente afiliado a Al Qaeda, alienaron a sus camaradas suníes al atentar contra civiles, imponiendo una represión de corte talibán y provocando ataques de la mayoría suní del país. Como revancha, las milicias suníes se aliaron para formar 'Al Sahwa' (el Despertar), un movimiento insurgente fundado y apoyado por EEUU, que, dependiendo de a quién se pregunte, merece bien parte, bien casi todo el mérito comúnmente atribuido al aumento de tropas estadounidenses en paliar la violencia en Irak desde 2006.

Hay incluso quienes dentro de Al Qaeda han llegado a considerar que el precio a pagar por el terrorismo ha sido demasiado elevado. En junio de 2008, Wright escribió una reseña bibliográfica sobre el líder fundador de Al Qaeda conocido como doctor Fadl. Autor de dos libros de los que Al Qaeda se sirvió para reclutar miembros, Fadl escribió más recientemente desde su celda de una cárcel egipcia: "Tenemos prohibido cometer agresiones, incluso aunque lo hagan los enemigos del Islam". Para el doctor Fadl, los atentados del 11-S fueron suicidas, pero no sólo porque se inmolaron los secuestradores, sino para Al Qaeda en su conjunto. En 2007 argumentó por escrito que era inmoral atacar a los jefes de Estado musulmanes si eran creyentes y que era imprudente hacerlo si estos líderes ostentaban poder suficiente como para imponerse. Parafraseando al profeta Mahoma, el doctor Fadl escribió: "Quienes se rebelan contra el sultán tendrán una muerte pagana". Más aún, Fadl aseguró que matar incluso a quienes no fueran musulmanes era inmoral en cualquier circunstancia. Estos razonamientos fomentaron la discusión en el mundo islamista, y no podemos obviar que el doctor Fadl las realizó bajo amenaza de tortura; pero fueron secundados por un clérigo kuwaití llamado Sheikh Hamid al-Ali, que ha sido identificado por el Departamento del Tesoro de EEUU como recaudador de fondos para Al Qaeda. El miembro de Al Qaeda al-Zawahiri consideraba necesario refutar estos argumentos en un largo e irrisorio escrito donde equiparaba el 11-S y el bombardeo contra la planta farmacéutica de Al-Shifa en Sudán bajo el mandato del presidente Clinton (que se creyó por error que era una instalación de armas químicas de Al Qaeda). En 1998, las bombas explosionadas mataron a un vigilante nocturno —un trágico error garrafal, pero apenas comparable con la deliberada masacre de 3.000 civiles—.

Por poco sentido que tengan, los puntos de vista de al-Zawahiri siguen vigentes entre Al Qaeda. Pero, ¿dispone de medios para perpetrar otro atentado en EEUU? "Conservemos un sano escepticismo [...] cuando leamos acerca de estos cerebros del terrorismo a quienes dispusieron para matar a miles de personas y causar un perjuicio incalculable", escribió el criptógrafo Bruce Schneier en una columna de una edición de junio de 2007 de la edición digital de The Wired titulada 'Portrait of the Modern Terrorist as an Idiot' ('Retrato del terrorista moderno como un idiota'). Schneier considera que el terrorismo constituye una amenaza real, pero también cree que el peligro surgido con los varios presuntos y posibles terroristas a quienes se debería haber dado caza en Estados Unidos desde el 11-S, muchos de entre ellos captados en entramados por imperativos legales ocultos, es exagerado enormemente. (Entraré en detalles sobre estas controvertidas operaciones en dos entregas posteriores.) En su libro 'The Looming Tower', Wright cita a Issam al-Turabi, un amigo de Bin Laden de sus tiempos en Sudán: "Adoraba a ese hombre. (...) Desafortunadamente, su coeficiente intelectual no era todo lo alto que debiera".

¿Son necios los terroristas?

Podría ser que la fortuna de la familia de Bin Laden y su entrega extramundana aventajaran claramente su inteligencia natural. (Al-Zawahiri parece ser el cerebro de la operación). Pero la verdadera cuestión es si los terroristas son listos per se o si son racionales. Thomas C. Schelling, eminencia de la Teoría del juego, sostenía hace ya veinte años que "los actos terroristas casi nunca parecen traer consigo ningún efecto político significativo". Max Abrahms, un estudiante de doctorado del Centro de Estudios para la Seguridad Internacional y la Cooperación de Standford, corroboró esta idea en un estudio de 2006 titulado 'Why Terrorism Does Not Work' (Por qué el terrorismo no funciona). Abrahms investigó a 28 grupos que el Departamento de Estado norteamericano denominaba desde 2001 'organizaciones terroristas extranjeras', entre los que identificó un total de 42 objetivos. Los grupos alcanzaron dichos objetivos tan sólo en el 7% de los casos. Abrahms concluyó que la clave del éxito estaba en si su blanco eran víctimas civiles: los grupos que atentaban contra la población civil con mayor frecuencia que contra objetivos militares "fracasaban sistemáticamente en la consecución de sus objetivos políticos".

En un ensayo que escribió en 2008 como continuación de este primer trabajo, 'What Terrorists Really Want' ('Lo que los terroristas realmente quieren') Abrahms explicó que los grupos terroristas son típicamente incapaces de mantener un conjunto coherente de objetivos estratégicos, y mucho menos de alcanzarlos. Entonces, ¿para qué se vuelven terroristas? Lo hacen para "desarrollar fuertes lazos afectivos con sus compañeros terroristas". Lo que ansían son vínculos fraternales, no territorio, ni influencia, ni tan siquiera, en la mayoría de los casos, hacer valer sus creencias religiosas. Si las reivindicaciones de un grupo terrorista tienden a sonar improvisadas, es porque 'son' improvisadas, irreflexivas; lo que importa realmente a sus miembros —incluso a sus dirigentes— es que son una banda de hermanos. Marc Sageman, un psiquiatra forense y antiguo agente de la CIA en Afganistán, recopiló biografías de 400 terroristas cuyo blanco era EEUU. Descubrió que el 88% se convirtieron en terroristas no porque quisieran cambiar el mundo sino porque tenían "relación de parentesco o de amistad con la yihad". Entre los 400 casos, Sageman encontró tan sólo cuatro con "algún atisbo de desorden psíquico", una incidencia menor que entre la población general. Separados del liderazgo principal de Al Qaeda, son de sobra peligrosos, pero no están tan centrados en sus objetivos como imaginamos.



* Artículo originalmente publicado en el medio digital estadounidense Slate. Próximamente, publicaremos el segundo reportaje de la serie: 'La teoría del enemigo cercano'.

(Traducción: Carola Paredes)

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