La sombra del hambre se cierne sobre el mundo. Y sobre la FAO, que se reúne a partir de hoy y durante tres días en una Cumbre sobre Seguridad Alimentaria, Cambio Climático y Bioenergía que se celebrará en Roma para tratar de dar una solución al alza de los precios de los alimentos, que podría ser mortal para millones de personas.
La importancia que vuelve a cobrar la crisis alimentaria en la agenda de esta institución coincide con las nefastas previsiones que la última semana han hecho los organismos internacionales. Aunque tras los récords alcanzados en los últimos meses, podría parecer que las aguas han vuelto a su cauce, la semana pasada la OCDE y la FAO alertaron de que su prospección a diez años prevé que los precios de los productos agrícolas se incrementen entre un 10 y un 25 por ciento, amenazando con aumentar en 100 millones de personas a los ya 862 millones afectados por la malnutrición.
Las causas que han llevado a esta subida estructural de los precios, complejas y de muy diferente naturaleza, serán uno de los ejes sobre los que se vertebrará la cumbre de la FAO. Intentamos desgranar aquí algunas de ellas para comprender mejor cómo hemos llegado a la coyuntura actual:
Los países asiáticos, particularmente China e India, con unas enormes poblaciones de alrededor de 2.500 millones de personas entre ambos países cuyo nivel de vida ha experimentado un gran aumento en los últimos años al calor del desarrollo económico, reclaman mayores cantidades de cereales para el consumo interno.
Especialmente, ha tenido una gran incidencia en el costo de los productos agrícolas un sector ganadero en expansión, que necesita grandes cantidades de alimento para los animales. Criar ganado requiere mucho cereal: concretamente y según cálculos de Acción contra el hambre, por cada kilogramo de carne hay que emplear 8 de cereales.
Pero no sólo es la cantidad de consumo la que ha propiciado una incidencia en los precios de los productos. Con el desarrollo, los hábitos de consumo han cambiado en muchos países que están experimentando su despegue económico. Los chinos también quieren comer ternera y esto tiene enormes repercusiones en el sistema alimentario mundial.
Según Alicia Langreo, especialista en una consultora en el campo de la agricultura y la alimentación, que los asiáticos adopten el mismo modelo de alimentación que en Europa y Estados Unidos puede conllevar una verdadera revolución en los mercados y en el abastecimiento. "Europa tampoco va a dejar de comer carne, y en esto llevan las de perder los países pobres, porque nosotros podremos seguir pagando las subida, pero ellos no", explica.
Las cifras hablan por sí solas: en algunos de los países más pobres se dedica cerca del 80 por ciento del gasto a la compra de alimentos, porcentaje que se reduce en los desarrollados a menos del 20 por ciento. Es decir, que una tendencia alcista en los precios podría incidir en ciertos cambios en la composición de nuestra cesta de la compra (cuyo coste se podría seguir afrontando holgadamente) pero para los países más pobres, tendría consecuencias desastrosas.
Tenemos, en definitiva, un panorama en que se evidencia la necesidad de incrementar la producción para abastecer a una población mundial con altas tasas de crecimiento demográfico, mientras que aumenta el éxodo rural en el Tercer Mundo y el crecimiento exponencial de las ciudades se produce en detrimento de la superficie dedicada a la agricultura. O sea, que se afronta el reto de dedicar más hectáreas a la producción agrícola, al mismo tiempo que se tiene conciencia de la imposibilidad de dilapidar los recursos naturales. "No podemos deforestar todo el planeta", sintetiza Langreo.
A lo largo de la historia casi el único destino de los cereales era el consumo humano. Sin embargo, el vislumbramiento del fin de una era marcada por un desarrollo económico con el petróleo como motor ha llevado a la búsqueda de nuevas fórmulas energéticas. Una de las que más ha calado ha sido la producción de biocombustibles, una controvertida solución al fin de las reservas de oro negro.
Según los cálculos de la OCDE y la FAO, una tercera parte del crecimiento de los precios de los productos agrícolas tendrá como causa la producción de biocarburantes. Las acusaciones de que la utilización de productos básicos para la fabricación de biocombustibles aumenta el precio de los alimentos y pone en peligro la seguridad alimentaria del Tercer Mundo no llegan sólo por parte de ONGs, sino también de organismos como la propia ONU. También la FAO ha manifestado en reiteradas ocasiones que los países subdesarrollados están sufriendo la "distorsión" en los precios causada por las subvenciones que el Primer Mundo dedica a la fabricación de combustibles de origen vegetal.
Los productores se defienden alegando que no es tanta la cantidad de cereal que se destina a la producción de bioetanol, pero las expectativas que los porcentajes de las cosechas dedicados a los biocombustibles levantan en los mercados sí han contribuyen al alza de precios. Por otra parte, la actuación de capitales financieros que, ante la crisis, han dirigido sus inversiones a futuros al mercado agrícola, comprando grandes cantidades de granos a largo plazo, ha incidido en una especulación y en una escasez artificial que también ha repercutido en el coste de los cereales.
La FAO deberá enfrentarse a un futuro marcado por este negro horizonte en un contexto de desconfianza creciente hacia su labor. De hecho, uno de los debates que ha protagonizado la celebración de la cumbre es su propia utilidad y eficacia en un mundo donde parece encontrarse atada de pies y manos ante el ritmo que bailan los mercados. El presidente de Senegal, Abdoulaye Wade, atacó a principios del pasado mesa la organización, a la que responsabilizó de la actual crisis y de la que puso en duda su eficacia, llegando a pedir su eliminación. Aunque no ha sido el único en criticar a la institución: algunas ONGs opinan que se ha convertido en un gigante con pies de barro y un informe determinó que adolece de un "excesivo centralismo y jerarquización y poca eficacia". "Puede intentar influir en las estrategias de desarrollo y de stocks, pero su capacidad operativa es muy poca", coincide Langreo.
Las soluciones por las que pasa la solución de un problema que personas como Olivier Longué, director general de Acción contra el Hambre, definen como "una crisis post moderna donde el mercado global se queda pequeño frente a la demanda planetaria", son más difíciles de determinar que las causas expuestas.
Recuperar los stocks alimentarios de seguridad, desaparecidos en los últimos años por su alto coste de mantenimiento, aumentar la inversión en innovación agrícola (particularmente en el Tercer Mundo), establecer ciertos mecanismos de control en los mercados o fomentar la agricultura de los países en desarrollo, permitiendo que se cree una estructura productiva al margen de la exportación son algunas de las soluciones propuestas por los expertos.
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