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Guatemala: sequía, pobreza y hambre (III)

  • La vida en ciertas aldeas permanece desconectada del resto de la realidad guatemalteca
  • La falta de información lleva a las mujeres a convertirse en madres a los 15 años
  • El hambre hace que se alimente a los más pequeños de manera inadecuada
Por ANDRÉS MARTÍNEZ CASARES (SOITU.ES)
Actualizado 09-10-2009 11:30 CET

Mario López se dirige a Rodeito, una aldea guatemalteca del departamento de Chiquimula, casi en la frontera con El Salvador, adonde sólo se puede acceder tras más de tres cuartos de hora en todoterreno. Es la primera vez que va allí a pasar consulta. Tiene que cubrir a un compañero que con la ONG ADICCA da asistencia a aquellas aldeas del municipio de Jocotán a las que el equipo del doctor Velarde y su Centro de Recuperación Nutricional no llega.

No está lejos, simplemente la ruta es mala. La camioneta que va por delante de coche se queda atascada en un charco y tras varios intentos consigue salir. "Menos mal que no llueve, si no, no podríamos venir. Estos caminos se ponen impracticables", dice al llegar a la caseta. Allí acude un médico una vez al mes a atender a pacientes cuya única conexión con el exterior es el transporte que los domingos lleva por unos quetzales a aquellos que tienen algo que vender en la plaza de Jocotán. Como es el caso de Juan.

Nos invita a entrar a la sala en la que pasará consulta. "No son las mejores condiciones", lamenta al tiempo que aparta con la mano el trozo de plástico negro que separa la sala de espera con el consultorio. En la habitación contigua se pesa y mide a los niños del pueblo mientras todos los que caben observan el proceso. Pasan por turnos. Les acompaña un perro que descansa tumbado en el suelo. Fuera, un niño vestido sólo con una camiseta juega y corretea con los demás.

Las madres lucen vestidos coloridos que ellas mismas cosen. Muestran una vejez prematura. Muchas de ellas han crecido demasiado rápido y no es difícil encontrar primerizas de apenas 15 años. Otras, cubiertas ya por arrugas, amamantan a su último hijo. Mario les explica la importancia de los métodos anticonceptivos. Les habla de una inyección que las protege de embarazos, pero entiende que no lo pueden hacer sin el consentimiento de su esposo. Trata de hacerlas comprender lo necesario que es tener un control sobre la natalidad, y que consigan convencer a sus maridos.

En estas regiones todo lo que venga de fuera es en principio malo y luego cuestionable. Sólo el hambre los iguala con los habitantes de las ciudades, eso sí, con los más desfavorecidos. Allí también se dan casos de desnutrición, aunque no tan graves. La vida en estas aldeas permanece desconectada del resto de la realidad guatemalteca.

Los hombres aportan la fuerza necesaria para el trabajo en el campo, por eso lo habitual es que las familias tengan varios hijos. Las mujeres, en cambio, no importan tanto. Su función es ser madres y amas de casa: permanecen siempre en un segundo plano bajo la supervisión de su esposo.

Aquí el hambre lleva a una desesperación que obliga a todos, hombres y mujeres, a llevarse a la boca cualquier cosa con tal de llenar el estómago. También a alimentar a los niños con lo que sea que puedan tragar. Esta ignorancia hace que los padres inexpertos cometan muchos errores a la hora de alimentar a sus hijos. No son raras las conversaciones como la que pude escuchar en la sala de recuperación del Hospital de Jalapa, cuando un médico preguntó a una paciente sobre la dieta de su bebé:

—A ver, ¿entonces qué le daban de comer?

—Avena

—¿Avena? ¿Por cuánto tiempo?

—Por dos meses le estuvimos dando

—¡Pero si tiene tres! ¿Usted no sabe que eso no es bueno?

—Eh... (duda). Ahora sí, pero... no había más que darle.

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