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"Victorinada" de saldo

EFE
Actualizado 04-10-2009 21:30 CET

Madrid.-  Tarde sin trofeos, ni siquiera una vuelta al ruedo, pese al notable esfuerzo de la terna de toreros, por la gran decepción que significaron los toros, una vergonzante "victorinada", encierro de saldo.

FICHA DEL FESTEJO.- Cuatro toros de Victorino Martín, desiguales de presencia, muy escasos los dos primeros, mansos y difíciles; el tercero fue un sobrero de Julio de la Puerta, grandón y deslucido; y el sexto, un "remiendo" de Carriquiri, con cuajo y, sin llegar a ser toro completo, fue el que más se dejó.

José Luis Moreno: estocada desprendida (ovación tras aviso); y estocada (ovación tras aviso).

Diego Urdiales: pinchazo y estocada desprendida (vuelta tras petición insuficiente); y estocada tendida (ovación).

Sergio Aguilar: dos pinchazos y estocada (silencio tras aviso); y estocada (ovación).

Al término del paseíllo se guardó un minuto de silencio en memoria del profesor José Serrano Carvajal, ilustre aficionado, que fue vocal del Consejo Asesor Taurino de la Comunidad de Madrid.

La plaza tuvo lleno de "no hay billetes" en tarde agradable.

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FRACASA VICTORINO

Andaba el ganadero en los prolegómenos del festejo queriendo aclarar por qué no se lidiaba la corrida completa. Según él, los veterinarios tenían aprobados los seis toros desde la víspera, pero a la mañana había aparecido uno en los corrales con varetazos producto de una pelea entre ellos. Dicen -dijo Victorino- que no daba tiempo a ir al campo a buscar otro toro, y eso fue el motivo de que sólo salieran cinco con el hierro de la "A" coronada.

Pero la decepción fue otra. La corrida no tuvo remate alguno, con dos primeros ¿toros? impropios de esta ganadería y más tratándose de esta plaza y feria. El primero, una sardina. El segundo, se tapaba algo por la cara, pero ídem de lo mismo. El tercero fue para atrás por blandear en exceso antes incluso de ir al caballo. El cuarto, flojo y quedado, ni dio facilidades ni tuvo ninguna emoción. Ya el quinto, el de más presencia, fue lo que un día se dijo del toro complicado de esta divisa, una alimaña, sin embargo tampoco llegó a interesar, ni valió la pena el esfuerzo del torero.

Fracaso ganadero, por tanto, sin paliativos. Qué más da si los veterinarios dejaron un toro dentro. Fue el ganadero el que se dejó, al menos cinco, en el campo, los cinco que hubieran justificado tanta expectación en torno a esta corrida. Y aplíquese el cuento, puesto que es su nombre, Victorino Martín, lo que da realce y carácter al espectáculo del toro, clásico en los cierres de feria por San Isidro y Otoño.

A todo esto la terna de toreros se justificó sobradamente, muy por encima de las posibilidades que ofrecieron los astados.

Moreno llevó a cabo en el que abrió plaza una faena larga y voluntariosa, aunque con escaso eco por la esmirriada presencia del bicho. Apuntes sueltos de cierta consistencia. Una serie a derechas muy ligada y de pausado ritmo, un saleroso cambio de mano por delante, y desde luego la evidente y firme disposición del torero en todo momento. Como grande también fue el esfuerzo en el cuarto, que al segundo muletazo se quedaba debajo. Naturales de uno en uno, y otra vez los detalles de torero comprometido y en sazón. José Luis Moreno estuvo muy por encima de su lote.

Con Urdiales, algo parecido, aunque en otra onda. Tuvo mucho mérito su primera faena, a base de valor, de muchos arrestos, con un "pájaro" como suelen llamar los profesionales en su jerga al toro que no se deja y encima desarrolla a más las dificultades. Urdiales le consintió una barbaridad, mientras el animalito se resistía a pasar. Medios pases de mucha verdad y arrojo por parte del riojano. El quinto no tuvo lo que dice ni un pase, y después de probarlo lo macheteó por la cara, como procedía.

El primero de Aguilar no embistió, de acuerdo a su configuración de toro grande y basto. Se tragó pases espaciados y entre continuas coladas. El hombre resolvió la papeleta con mucha dignidad. Y el sexto, excepción de la tarde, vino a ser el tuerto en el país de los ciegos, pues dio esperanzas por aquello de moverse, aunque lo hacía sin clase, rebrincado. Todo el mérito fue del torero, que se la echaba (la muleta) para dejársela también al final del pase, cada vez más despacito, cada vez más acomodado con la brusca embestida del toro. Por un momento tuvo buena expresión la faena, sin embargo, sin llegar a redondear. Qué tarde.

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