Ni de Bono, ni de James Joyce, ni de Colin Farrel. 500 millones de europeos han estado pendientes desde el viernes de otros irlandeses, anónimos y sin trascendencia internacional, pero que tenían de nuevo en su voto el futuro inmediato de la Unión Europea de los Veintisiete. La ratificación del Tratado de Lisboa —a la segunda—, es determinante para que la maquinaria comunitaria siga funcionando en medio de la mayor crisis económica.
Es cierto que Irlanda tiene numerosos atractivos para captar nuestra atención: sus verdes paisajes, su música folclórica, su divertida fiesta de San Patricio o su deliciosa cerveza negra. Y también está más que confirmado que el 'espíritu comunitario' cada vez es menor entre los europeos, que, elección tras elección, muestran mayor desinterés por el futuro de la actual Unión. Pero el pasado viernes los tres millones de irlandeses llamados al segundo referéndum del Tratado de Lisboa tenían en sus manos el futuro de una Europa que busca ser más eficaz y tener mayor peso en estos momentos convulsos.
El pasado 12 de junio de 2008, Irlanda daba la campanada y decía 'no' al acuerdo pactado entre los Gobiernos de los Veintisiete que trataba de reflotar a la nonata Constitución Europea. No era la primera vez que esta pequeña república rechazaba un texto comunitario: en 2001 tampoco aprobó el Tratado de Niza, aunque año y medio después acabó ratificándolo. La historia vuelve a repetirse. Los sondeos apuntaban a que en esta ocasión, los irlandeses sí apoyarán el texto. Aunque los demás países han cedido a sus exigencias —conservarán su comisario, su neutralidad militar, su ventajoso régimen fiscal o la prohibición del aborto—, parece que lo que más ha calado entre los ciudadanos es el mensaje de que fuera de Europa, salir de la crisis económica será más difícil para el 'tigre celta'.
Pero, ¿y si hubiese salido el 'no'? El Sinn Fein de Gerry Adams es el único partido con representación parlamentaria que mantiene su rechazo al Tratado, pero el heterogéneo grupo de pacifistas, ultracatólicos, izquierdistas y neoliberales a los que siguen sin convencer las 'garantías' dadas en los últimos meses por la Unión han contribuido a dar la sorpresa. Un segundo 'no' habría sumido a la institución en una parálisis de sus reformas y su ampliación, justo en un momento muy delicado. La actual crisis económica requiere, según coinciden muchos expertos, de un liderazgo claro. El ejemplo al que miran muchos es Obama, quien al otro lado del Atlántico ha tomado las riendas de una situación heredada que requiere de autoridad e iniciativa.
El retraso de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa supondría no contar con un presidente estable de la Unión —en vez de las presidencias rotativas semestrales, marcadas por los intereses nacionales de turno—, elegido para dos años y medio (renovables sólo una vez) y con potestad ejecutiva ; o con un ministro de exteriores común, con plenas competencias presupuestarias y diplomáticas en el contexto internacional. Es decir, Europa tendrá, en principio, una voz única tanto dentro como fuera de sus fronteras. También, según sus partidarios, con el Tratado la institución —que desde 2003 se regula por un sistema concebido para quince miembros y no para veintisiete— podrá tomar decisiones de forma menos farragosa —a través del sistema de doble mayoría (55% de los Estados, siempre que representen al 65% de la población)— y se "democratizará más" —ampliando las competencias del Europarlamento y las Cámaras nacionales—.
En el caso de España, donde el Parlamento ratificó el Tratado de Lisboa por amplia mayoría, los grandes partidos coinciden en destacar las ventajas que supone el nuevo documento. Es cierto que ganamos mayor peso político con respecto al Tratado de Niza, con cuatro eurodiputados más (los 50 recientemente elegidos pasarán a ser 54 cuando entre en vigor) y el nuevo sistema de votación termina con el veto de algunos países a materias de su máximo interés, como seguridad, política migratoria, justicia y reformas agrarias. Además, el Gobierno español asumirá el próximo semestre (enero-junio 2010) la presidencia de turno de la Unión, que, en principio, tendría que estar centrada en la búsqueda de soluciones para salir de la crisis económica.
Ahora bien, el 'sí' irlandés no garantizará la entrada en vigor del Tratado —que exige ser ratificado por los Veintisiete—. Aún quedan pendientes dos países cuyos principales dirigentes tienen un marcado talante euroescéptico. Polonia y República Checa, países que entraron a formar parte de la Unión hace apenas cinco años, pueden paralizar también el avance de la institución. Tanto el polaco Lech Kaczynski, como el checo Václav Klaus, se resisten a ratificar el texto, a pesar de que sus Parlamentos sí lo han aprobado.
Es más, en Bruselas se teme que a pesar del 'sí' irlandés al texto, Klaus pueda aplazar la firma del documento hasta después de las elecciones generales del Reino Unido (previsiblemente para primavera de 2010) y esperar a que los conservadores —con los que mantiene una estrecha relación— cumplan su promesa de convocar un referéndum, que supondría una sentencia de muerte para el Tratado de Lisboa.
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