La credibilidad de la Fórmula 1 vuelve a quedar en entredicho tras la sentencia del caso Singapur 2008, desvelada ayer por el Consejo Mundial de la Federación Internacional de Automovilismo. El texto que cierra el caso desvincula de por vida a Flavio Briatore de cualquier campeonato reglamentado por la FIA, prohibiéndole incluso la asistencia como espectador; aparta a Pat Symonds durante cinco años y suspende la licencia de Renault como concursante en la F-1, medida anulada cautelarmente durante un período de dos años. También se reconoce la implicación en los hechos de Nelson Piquet, aunque le exime de cualquier condena. Fernando Alonso escapa del asunto sin cargos.
Max Mosley ya puede abandonar la presidencia de la FIA con la cabeza bien alta. En menos de un año, el británico se ha llevado hacia la oscura sombra del retiro a sus dos principales enemigos dentro de la F-1, Ron Dennis y, ahora, Flavio Briatore. La salida del italiano resulta bastante pintoresca, igual que el texto emitido por el Consejo Mundial, reunido extraordinariamente ayer para depurar responsabilidades del caso Singapur 2008. Un primer análisis de la sentencia invita a dudar de los principios de justicia esgrimidos por el ente, que culpa por igual a Renault, Briatore, Symonds y Piquet, pero les aplica sus condenas a la carta. En otras palabras, que estamos en un terreno donde confluyen los intereses económico-deportivos (evitar a toda costa que Renault se retire de la F-1) y las vendettas personales (el duelo extradeportivo Mosley-Ecclestone).
Las sensaciones que se derivan de este caso conectan con el affaire de espionaje entre Ferrari y McLaren del año 2007, durante el que la escudería británica fue acusada de "copiar" el diseño del F2007. Pese a la gravedad del caso y la evidencia de los hechos, la FIA también optó por primar los intereses deportivos y redujo la condena a una multa de 100 millones de euros. No interesaba retirar la emoción a un mundial dominado por el duelo entre Hamilton y Alonso. Justicia a la carta, una vez más.
Pero volvamos al caso Singapur. El más perjudicado es el enemigo público número uno, según Mosley, Flavio Briatore. El italiano ha recibido una jubilación anticipada y, desde hoy mismo, deberá romper sus vinculaciones como mánager de Fernando Alonso, Mark Webber, Romain Grosjean y Heikki Kovalainen. Y más aún, el GP de Italia habrá sido la última carrera de coches a la que haya asistido, pues la sentencia le prohíbe la entrada a un circuito donde se esté disputando un evento reglamentado u organizado por la FIA. Tampoco podrá crear un equipo o participar en alguno ya existente, so pena de exclusión del mismo de la competición. La desproporción del castigo a Flavio contrasta con la laxitud aplicada con Renault, que, según la sentencia, merece la expulsión del campeonato por dos años, pero se procede a suspender la pena que deja en suspenso si no se detecta reincidencia.
La salida de Flavio deja la F-1 en mano de nuevos nombres... y nuevas artes. El hombre que robó a Michael Schumacher a Jordan en 1991, consagró a Benetton con dudosas artes y luego elevó a la categoría de campeón a la primera joven estrella del siglo XXI, Fernando Alonso, abandona la escena por la puerta de atrás. Por un asunto turbio, igual que hace varias décadas, cuando la mafia hizo explotar una bomba en el jardín de su casa y Briatore optó por mudarse a Estados Unidos...
El nuevo poder establecido de la F-1, pues, queda en manos de Martin Whitmarsh, Stefano Domenicali, Vijay Millya y otros viejos conocidos, como Frank Williams y su eterno socio, Patrick Head. En otras palabras, Mosley ha completado su limpieza total. Pero es una limpieza a medias, o sospechosamente a medias, pues el principal favorito a heredar su cargo es, precisamente, su delfín, Jean Todt. El ex director deportivo de Ferrari se disputará la presidencia con el adalid del cambio, Ari Vatanen, la candidatura preferida por el mundo del automovilismo fuera de los círculos de la categoría reina.
¿Y qué hay de los pilotos? El texto definitivo libera de culpa a Fernando Alonso, que ni supo ni debió imaginarse lo que urdían su vecino de box y sus jefes de equipo. Era de esperar. El contraste lo encontramos con la reconocida implicación de Nelson Piquet en el complot, que la FIA ha saldado exculpándole del castigo. Aquí es donde yace la cuestión más incomprensible de todas. El brasileño chocó contra un muro de hormigón a más de 140 km/h por su propia cuenta y riesgo —demostrando, por cierto, poca estima hacia su integridad física—, pero arriesgando el pellejo de los comisarios deportivos que actuaban en esa zona del circuito. La sentencia, pues, da la espalda a este importante colectivo, que en la mayoría de casos trabaja por pura afición y sin recibir contraprestación económica a cambio, y nos permite tildar de hipócrita la cantidad de acciones iniciadas por la FIA en favor de la seguridad en los circuitos de F-1.
Y a todo esto, la F-1 aterriza el próximo fin de semana en el circuito de la polémica, Singapur. Por el bien de la categoría, más bien que haya pocos accidentes o que, si ocurren, no se despierte la más mínima sospecha. En caso contrario, el primer auxilio para el piloto en cuestión será el que reciba de un externo... para ponerle unas bonitas esposas.
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