En 1994, Mohamed Atta viajó a Estambul con un grupo de universitarios y continuó su ruta para visitar a Dittmar Machule al norte de Siria, donde el catedrático estaba inmerso en un trabajo de campo en las excavaciones de un poblado de la Edad de Bronce. Pero Atta descubrió que le interesaba más el urbanismo tradicional de la principal ciudad cercana, Alepo. Atta no era ni mucho menos el primer estudiante de arquitectura de Oriente Medio llevado a Alepo. Junto a Fez en Marruecos y Saná en Yemen, Alepo está considerada una de las ciudades mejor conservadas del mundo árabe. Cuando decidió que su tesis doctoral versaría sobre esta ciudad, ese mismo año volvió a Alepo para investigar más exhaustivamente.
Para Atta, el ciudadano de El Cairo sensible a la arquitectura, Alepo fue toda una revelación. Mientras que el bazar histórico de El Cairo es más que nada una trampa para turistas y su centro histórico es un batiburrillo de monumentos junto al que recientemente se han plantificado altas torres, Alepo es una ciudad histórica prácticamente intacta de 15.000 edificios de piedra caliza unidos por calles laberínticas y galerías con tejados apuntados. Más de 11 kilómetros de pasillos coronados por techos abovedados de piedra en forma con tragaluces trazan el bazar tradicional de Alepo. Allí donde se vende todo lo que podemos imaginar, desde especias y carne de cordero hasta alfombras y hardware, el bazar continúa siendo el corazón comercial de la ciudad; sólo una pequeña sección está dedicada a atender los caprichos de los turistas. Como explicó Machule: "Su impresión fue que se trataba de un lugar que mantenía la cultura de tiempos antiguos, que se conservaba como originariamente fue sin acoger demasiado influjo europeo".
Atta decidió centrarse en el barrio de Bab al-Nasr justo al norte del bazar, un caso práctico ideal para un conservacionista histórico. A diferencia del bazar, perfectamente conservado, este barrio de Bab al-Nasr fue parcialmente deshecho a mediados del siglo XX por urbanistas franceses. Hoy está cercado en sus confines por calles modernas, rectas y de varios carriles, muchas alineadas con altas torres de apartamentos y oficinas. Pero a tan sólo unos pasos de los rascacielos, el conjunto histórico monumental permanece incólume.
El recorrido desde las calles rectas, atestadas de taxis, para adentrarse en el barrio de Bab al-Nasr es asombroso: nos transporta desde un mundo de automóviles a otro donde los burros tiran de los carruajes; desde un mundo de formas rectilíneas inertes a otro de callejones, arcos y ventanas con celosías; desde los estridentes carteles publicitarios que pregonan teléfonos móviles y bebidas carbonatadas a la sencilla imagen estarcida en blanco y verde de la Kaaba, la ‘casa de Dios’ en la Meca, el lugar más sagrado del Islam, un umbral de madera a lo alto. El impacto auditivo es incluso más fuerte que el visual en esta transición: nada más abrirnos paso en el laberinto, al estruendo del tráfico da paso la alegre algarabía del mercado. Adentrándonos un poco más, en lugar de voces de hombres escucharemos voces de niños que corren tras un balón de fútbol en un patio, mientras sus madres ataviadas con un velo islámico —el hiyab— observan desde arriba por la ventana. Según exploraba el barrio con un plano donde no figuraban todas esas callejas llenas de recodos, me detuve a pedirle indicaciones a un anciano con un tocado a cuadros rojos y blancos para ir al histórico hamman. "Assalamu alaikum", le saludé. "Wa alaikum salaam", replicó quedamente; su voz no sonaba como ese ritual vacío de cortesía habitual sino con una franqueza que me hizo sentir que realmente deseaba que yo estuviera en paz.
A Atta, quien ya creía dogmáticamente en la división maniquea del planeta entre el Dar-al-Islam (el mundo del Islam) y el Dar-al-Harb (el mundo de la guerra), tuvo que alterarle el contraste entre el casco histórico y las autopistas que lo sitian. De hecho, este contraste se ilustra en la portada de su tesis doctoral con un par de fotografías y un par de planos arquitectónicos. En las fotos, se yuxtapone una toma de una calle abarrotada de taxis a otra de dos niños sonriendo en un callejón frente a una ventana con celosías que se desmorona. En los planos, la vista aérea de las calles rectas y el espacio con tráfico y torres altas se contraponen a un boceto del plano de la ciudad antigua con su estructura en panal.
Atta consideraba que la imposición del estilo moderno de los urbanistas franceses en esta "ciudad islámica oriental" no solamente era antiestética desde el punto de vista arquitectónico si no que, además, minaba la cultura tradicional islámica del barrio. Lo mismo opinaba de la globalización, que consideraba una fuerza económica de transacciones impersonales y mecánicas que confiere un poder inaudito a los países ricos no musulmanes. (En su tesis doctoral, Atta expresa su miedo a que las reformas hacia una economía de mercado en Siria, junto a un posible acuerdo de paz en Oriente Medio, podrían dar a Israel, el país económicamente más desarrollado de la zona, un papel dominante en el comercio sirio). Con la reconstrucción de las estructuras físicas del centro histórico, Atta sentía que podía purgarlo de la influencia exterior, no sólo de la arquitectura extranjera. En sus bocetos de pequeños puestos de mercado (que desbancarían a las estructuras modernas que proyectaba echar por tierra), las transacciones comerciales estarían indisolublemente ligadas a las relaciones comerciales directas entre mercaderes y consumidores: un bastión ante la globalización. Para preservar las tradiciones islámicas y hacer que reviva un sentido de la solidaridad social, Atta hace una llamada a la creación de un "comité cultural" para organizar eventos como veladas poéticas para contar leyendas del ilustre pasado del casco antiguo.
El modo en que Atta se veía a sí mismo, como un arquitecto vanguardista que personificaba los anhelos de la gente corriente, no estaba del todo injustificado. Durante el trabajo de investigación para su tesis, entrevistó a muchos vecinos del centro histórico y su trabajo refleja sus opiniones. Son testimonios recogidos casi exclusivamente de musulmanes pobres y conservadores, gente del barrio de Bab al-Nasr que verdaderamente se opone, por motivos religiosos, a los edificios altos porque comprometen su privacidad. Para los vecinos conservadores, el patio interior de sus casas, que ocultan a las mujeres al ojo público, son el equivalente arquitectónico del burka. Como me comentó Razan Abdul-Wahab, un urbanista de Alepo que no llevaba velo islámico que conoció a Atta cuando llevaba a cabo su investigación, muchos de quienes habitan las casas tradicionales con patio interior del barrio les ponían "añadidos o remates muy, muy feos, para evitar que la gente de los edificios más altos dirigieran sus miradas hacia dentro de su patio y, de alguna manera, a sus mujeres". Atta aprovechó este fenómeno, y defendió hábilmente su noción de que esta ciudad de Oriente Medio estaba definida estéticamente —y de forma exclusiva— por el Islam.
Lo que Atta no observó —o decidió ignorar— fue lo poco tradicional que era esta forma de vida parroquiana para Alepo en general y para el barrio de Bab al-Nasr en particular. Históricamente, Bab al-Nasr fue uno de barrios donde convivieron más prácticas religiosas de todo Alepo, con gran población de cristianos y judíos. En su libro 'The Natural History of Aleppo' ('La historia natural de Alepo'), de 1794, dos hermanos emigrantes británicos hablaban del epónimo de la puerta (‘Bab al-Nasr’ significa ‘Puerta de la victoria’) anteriormente era ‘Bab al-Yahud’ (‘Puerta de los judíos’) y de que había existido un tercero, ‘Puerta de San Jorge’, denominación que empleaba la población cristiana. En el plano de su barrio, los hermanos británicos identifican la zona sudoeste como el paraje de los judíos. El universitario contemporáneo Yasser Tabbaa escribe que el barrio judío de la ciudad también estaba ubicado en esa misma zona del barrio de Bab al-Nasr en tiempos medievales y destaca que la principal sinagoga fue erigida por vez primera en el siglo VI.
Es difícil pasar por alto este legado histórico al visitar el barrio. Un colegio jesuita decomisado y una sinagoga abandonada (cuya esquina se usa actualmente como urinario a pesar de la señal que lo prohíbe expresamente) son testigos del heterogéneo pasado de la zona.
El barrio actualmente está habitado sobre todo por musulmanes practicantes, pero desde hace poco está llegando gente procedente del campo a medida que los cristianos más prósperos ser han ido trasladando a barrios de la periferia y han emigrado los judíos.
Aunque tal vez no llame la atención que la interpretación de la historia de Alepo de Atta esté impregnada de ideología, la manera en que tergiversa la historia del barrio de Bab al-Nasr nos da una valiosa pista de la visión que Atta tenía del mundo. La ideología islamista está basada en restaurar una supuesta edad dorada en Oriente Medio que existió antes de la invasión y secularización occidental. Atta ha volcado en su tesis una visión arquetípica simplificada de una región donde reinaba la paz y la tranquilidad.
Gracias a su céntrica localización, Oriente Medio nunca ha estado al margen de la influencia exterior. A lo largo de milenios, Alepo fue conquistada por babilonios, griegos, romanos, persas, bizantinos y musulmanes árabes, por nombrar sólo a unos cuantos. Fieles a una concepción orientalista de Alepo exclusivamente conformada por el Islam, en realidad tanto su historia preislámica como las significativas comunidades que la han habitado en su pasado han dejado sentir su influjo hasta hoy. Al pasear por el bazar que Atta tanto amaba, uno tiene la impresión de hallarse inmerso en una maraña de pasadizos. Pero, visto desde arriba, se revela como un rectángulo perfecto. El bazar fue construido siguiendo la ‘Via Recta’ helenística que discurría desde la puerta oeste de la ciudad hasta su centro. Más que una expresión pura de la civilización islámica, el bazar evidencia un diálogo más profundo entre culturas. Si se hace una lectura laica de la historia, los musulmanes de Arabia que conquistaron Siria en el siglo VI no son menos extranjeros que los griegos que hicieron otro tanto en el siglo III A. C. Incluso las casas con patio interior de Alepo, que Atta ve como una expresión de la doctrina islámica, hallan sus raíces en la antigua Roma.
Más que una manifestación del estilo distintivo oriental de Alepo, hay vestigios de una duradera conexión con Occidente.
Los intentos de Atta de proteger Alepo del mercado exterior occidental también son más fruto de sus temores que de la historia de la ciudad. Incluso bajo mandato musulmán, la riqueza que hizo posible construir los edificios más impresionantes del bazar salió de la cultura comercial cosmopolita. La ciudad floreció en el periodo otomano dada su estratégica ubicación en la ‘Ruta de la Seda’. Como uno de los núcleos de intercambio comercial entre Oriente y Occidente, Alepo albergó el primer consulado del mundo en 1517 cuando los diplomáticos franceses del reinado de François I se instalaron en un caravasar, un tipo de posada en Oriente Medio que daba cobijo y alimento a comitivas de peregrinos, mercaderes y militares y a sus animales y caravanas. Los venecianos y los británicos a las órdenes de la reina Isabel I de Inglaterra pronto les imitaron. A pesar de que en el mundo asiático se consideraba que el comercio global constituía una amenaza a la cultura tradicional de Alepo, la ciudad se erigió entre el comercio de bienes procedentes de lugares tan remotos como Inglaterra o China. El único fenómeno relativamente reciente al que se puede imputar su aislamiento comparativo con Oriente Medio hoy día, es, en el caso de Alepo, la apertura del Canal de Suez, que apartó a la ciudad de la red comercial entre Oriente y Occidente y desplazó la riqueza hacia los puntos litorales estratégicos.
En la actualidad, el puerto de Hamburgo, y no el área comercial de Alepo, es el núcleo mundial más importante del comercio de alfombras orientales. En su sección denominada Speicherstadt, bloques tras bloques de hangares están repletos de mercaderes de Oriente Medio cerrando tratos para despachar sus mercancías por el mundo. Pero de la misma manera en que Atta no fue capaz de dar cuenta de la cultura cosmopolita de la edad dorada de Alepo, ese Hamburgo próspero, cosmopolita y heterogéneo le alienaba, sumiéndole cada vez más profundamente en las certezas del fundamentalismo.
Cuando Fouad Ajami escribió en el suplemento dominical New York Times Magazine "poco más o menos sé quién era Mohamed Atta", se estaba refiriendo a que conocía a aquellos egipcios que, al igual que Atta, abrazaron el fundamentalismo en el extranjero.
Ajami no se equivoca al ver en Atta al egipcio, pero también debería haber visto en él al arquitecto.
Con el legado de un imperialismo europeo que se desmorona y la dictadura respaldada por Norte América impresos en su paisaje urbano en un estilo algo decadente entre París y Huston, El Cairo es uno de los peores exponentes mundiales de las relaciones entre Oriente y Occidente. Con una ciudad semejante como punto de partida, Atta se cerró en banda para captar la esencia histórica de Alepo, una ciudad comercial cosmopolita donde árabes y europeos, cristianos, musulmanes y judíos convivieron durante siglos. Desdeñó la diversidad de la mercantil Hamburgo; acometió contra la políglota Nueva York. Al permitir que su disconformidad con el presente borrara de su memoria un pasado más esperanzador, Atta se aseguró una discordia con el futuro aún más fuerte.
*Artículo originalmente publicado en el medio digital estadounidense Slate.
Traducción: Carola Paredes
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