Mohamed Atta se hizo arquitecto en la Universidad de El Cairo, en la ciudad donde alcanzó la mayoría de edad. La capital egipcia es un fascinante, aunque mal conservado, museo al aire libre que abarca 5.000 años de historia arquitectónica. En su historia reciente —desde la invasión napoleónica en 1798—, la ciudad ha ido dando tumbos de un modelo occidental a otro, tratando en vano de recuperar el esplendor perdido. En el barrio de Abdin, donde creció Atta, grandiosos edificios de apartamentos de estilo parisino del siglo XIX descansan ahora cubiertos de polvo y con las ventanas destrozadas. En el centro de la ciudad, con autopistas del siglo XX y rascacielos construidos a imagen y semejanza de los de Houston y Los Ángeles, aparece una pesadilla de atascos, mientras que masas de peatones atraviesan como flechas vías de 8 carriles haciéndose de escudos humanos unos a otros.
La facultad de Arquitectura de la Universidad de El Cairo es un bloque que está que se cae en pedazos, donde estudiantes y profesores aúnan sus esfuerzos por una arquitectura contemporánea que entronque con el pasado prenapoleónico. En su entrada se expone una cita de Frank Lloyd Wright de sorprendente relevancia para el interrogante egipcio: "Sin una arquitectura propia, nuestra propia civilización carece de alma". A pesar de que la facultad anima a los alumnos a forjar una nueva síntesis entre pasado y presente en sus trabajos, muchos estudiantes entregan lo que el catedrático Aly Hatem Gabr llama arquitectura "de copia y pega", largando en sus propuestas para un Egipto contemporáneo nostálgicos diseños recién salidos de 1600.
Tras graduarse en la universidad en 1990, Atta trabajó brevemente como arquitecto en El Cairo y estudió alemán en el Instituto Goethe de la ciudad. En 1992, continuó sus estudios postuniversitarios en Alemania mientras trabajaba a media jornada como delineante en una empresa de diseño urbano en Hamburgo. En el verano de 1995, volvió a El Cairo con una beca de investigación en planes de evaluación de conservación histórica, control del tráfico y promoción turística en el conjunto histórico monumental de la ciudad. (La beca le fue concedida por el centro alemán Carl Duisberg, una institución que apoya proyectos de investigación en países en vías de desarrollo). El centro histórico, que alberga la mayor colección del mundo de monumentos medievales musulmanes, se colapsaba de forma bochornosa: el inadecuado saneamiento había llegado a contaminar tanto el agua de El Cairo de residuos urbanos, que estaba erosionando los cimientos de piedra caliza de los edificios.
Repleto de vestigios históricos y rebosante de habitantes pobres, el centro histórico lleva mucho tiempo perseverando para lograr compatibilizar las exigencias turísticas con las necesidades de la población local. En el extremo sur del barrio, los comerciantes del histórico bazar Jan el-Jalili ofrecen a los turistas narguiles y bustos de Nefertiti. En lo alto de la estrecha calle principal encontramos industria ligera, que proporciona empleo a los residentes, pero crea un ambiente que poco apetece a los veraneantes. A pesar de estar repleta de monumentos de incalculable valor, la zona, con su mezcla de viviendas históricas deterioradas y altas torres mal edificadas, no presenta el aspecto de conjunto monumental. Como me contó Nasser Rabat, un catedrático de arquitectura del Instituto Tecnológico de Massachusetts, el conjunto monumental histórico de El Cairo, "está tan sucio que incluso aquellos de entre nosotros que amamos la arquitectura nos lo pensamos dos veces antes de contemplarla".
Según Ralph Bodenstein, un compañero alemán de beca de Atta que vive y trabaja como arquitecto restaurador y profesor en la capital egipcia, a pesar del espeluznante estado de los tesoros del casco histórico monumental, éste veía aún peor la solución propuesta por el Gobierno. Su visión para la zona consistía en desalojar a los residentes, acabar con las pequeñas estructuras en torno a los edificios (como esos tenderetes que constituyen la réplica de El Cairo a los pequeños supermercados), y convertir el barrio en un parque temático para turistas. "Pretendía poner a trabajar a guardias civiles luciendo trajes de época", recordaba conteniendo la risa Bodenstein, sin dar crédito. "De manera que si se trataba de un monumento de estilo mameluco, debían ataviarse con uniforme de mameluco, y en el caso de un monumento fatimí, tendrían que vestir atuendos fatimíes". Bodenstein aseguró que Atta estaba consternado. Daba toda la impresión de que a los ojos del gobernador los turistas eran más importantes que los propios ciudadanos a quienes supuestamente servía.
El extravagante plan del gobernador pretendía funcionar como globo sonda —una forma habitual de solicitar un atisbo de participación pública en el antidemocrático sistema egipcio—, pero Atta sabía que el plan de desalojo no se quedaba en una frívola amenaza. Durante su beca, conservacionistas procedentes de Francia estaban restaurando la muralla norte de la ciudadela medieval de El Cairo y las autoridades egipcias desalojaban a la gente que vivía junto a ésta. "Discutimos el asunto de la muralla norte porque estaban echando a la gente de sus casas", rememoró Bodenstein. "Y él era muy crítico a este respecto. Opinaba que ese era un precio que era intolerable pagar por el turismo". Estos planes contemporáneos se hacían eco de un tema recurrente en la historia de los esfuerzos de conservación de El Cairo. Desde 1880, con la fundación del Comité des Monuments de L'Art Arabe —un grupo de conservación histórica integrado por franceses—, proteger el legado arquitectónico de El Cairo ha sido un proyecto llevado a cabo por occidentales con pocos escrúpulos a la hora de recurrir al desalojo para preservar Egipto de los egipcios.
Mientras que los conservacionistas laicos como Bodenstein consideraban las intervenciones del Gobierno como el impulso propio de un estado antidemocrático muy dependiente del turismo exterior para obtener ingresos, a la mente de Atta probablemente se le antojaban como algo mucho más sombrío: parte de un sistema mundial dominado por Occidente, ideado para humillar a los musulmanes. La visión del mundo de Atta era fanáticamente conspiracionista, como han documentado Lawrence Wright en su libro ‘The Looming Tower’ ('La amenaza de la torre'), o Terry McDermott en 'Perfect Soldiers, The 9/11 Commission Report' ('Soldados modélicos. El informe de la Comisión del 11-S'), entre otros.
En la imaginación de Atta, Estados Unidos se negó a intervenir durante el genocidio de Bosnia por sus prejuicios antimusulmanes y Monica Lewinsky era un agente del Mossad, enviada para derrocar al presidente Clinton por su creciente simpatía por los palestinos. Si a los colonos blancos del Comité les hubieran sucedido oficiales egipcios de un régimen represivo respaldado por EEUU, no hubiera llevado más que a hacer de la conspiración algo mucho más siniestro. Esta cosmovisión, donde las intrusiones históricas de los poderes occidentales se exageran hasta el punto de ser vistos como una gran conspiración antimusulmana que nunca cesa, donde se extienden tanto anteproyectos urbanísticos como campos de batalla, destilaría en los trabajos de investigación del máster de Atta sobre Alepo, en Siria, donde vislumbraría su propio plan mal encaminado de conservación histórica.
*Artículo originalmente publicado en el medio digital estadounidense Slate.
Traducción: Carola Paredes
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