Siempre había considerado a Javier Cercas un novelista solvente, un ganapanes como articulista de suplemento, el equivalente literario al novio que todos queremos para nuestra hermana pequeña... Ustedes tal vez no se acuerden, pero 'Soldados de Salamina', la obra que lo catapultó al estrellato, fue vendido como el libro que habría de salvar la novela española (uno no deja de preguntarse por qué todo es tan exagerado en torno a las obras de Cercas...). A servidor le pareció un buen libro. Nada más. Pero nada menos. Cuando su siguiente obra, 'La Velocidad de la luz', salió al mercado se volvió a repetir la misma cantinela promocional lo cual, lejos de acercarme a su nuevo libro, me alejó por completo de él. ¿No les ha ocurrido que cuanto más —y mejor— les hablan de una persona menos ganas sienten por conocerla? Ahora de nuevo se repiten los elogios y las alabanzas con motivo de la aparición de su último libro, 'Anatomía de un instante' (Mondadori).
Adjetivos como "indiscutible", "necesario" o "excepcional" han sido moneda frecuente en las críticas que desde diferentes columnas se le han dedicado... hasta nuestro admirado Manuel Rodríguez Rivero parece haber cambiado su opinión sobre el escritor. Les daré un ejemplo: Jordi Gracia, a quien tengo como uno de los más brillantes estudiosos de aquellos años, no se ha quedado atrás y la considera "una obra maestra de la narrativa europea del siglo XXI". Nada extraño visto los comentarios anteriores, pero añade: "Sin ser una novela, es una lección magistral sobre lo que es y puede ser la novela en las letras internacionales del siglo XXI y es además, pero secundariamente, la versión que el siglo XXI va a interiorizar y normalizar del golpe de Estado del 23-F en España". Esta observación, que en realidad son dos, es exacta y merece algún comentario.
Vamos por lo primero: "Sin ser una novela...". Efectivamente, 'Anatomía de un instante' no es una novela, pero a punto estuvo de serlo y se lee como si lo fuera. Incapaz de novelar los sucesos que rodearon el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, Cercas se atrevió a narrarlo, intentando comprender mediante la realidad lo que no alcanzó a hacer mediante la ficción. Pero no se crean, 'Anatomía de un instante' tampoco es obra de un historiador, aunque su fidelidad al dato y su tratamiento del detalle, lo emparentan con los mejores ensayos y crónicas, los que se leen con deleite, con pasión. Independientemente del género al que adscribamos la obra el resultado seguirá siendo el mismo: un libro valiente y atrevido.
No. No es una novela. Pero descubrimos al novelista agazapado tras brillantes imágenes y simetrías de gran poder simbólico. A pesar de que, obviamente, sabemos el final, Cercas logra mantener la tensión mediante una creciente acumulación de acontecimientos que se suceden hasta un vórtice que queda congelado en una imagen, en el instante en que Suárez queda erguido en mitad de un desierto de escaños vacíos mientras a su alrededor todo parece desmoronarse. Ese es el instante, el hecho fundacional de un nuevo relato. Porque, efectivamente, 'Anatomía de un instante' no es una novela. Es algo más. Ya lo decía Gracia cuando lo citábamos unos párrafos atrás: "Es la versión que el siglo XXI va a interiorizar y normalizar del golpe de Estado del 23-F en España". Pero ¿cuál es esta versión?
Recientemente hemos podido ver cómo coincidían en nuestras pantallas de televisión dos series sobre aquellos días. Ambas, sobre todo la del ente público RTVE, ofrecían un relato intencionadamente simplificado y fácilmente comprensible en el que los malos (los golpistas) eran muy malos y los buenos (el Rey, Suárez, los ciudadanos) muy buenos. Podríamos intuir que un determinado relato sobre nuestro pasado reciente se está imponiendo en la actualidad: el de la transición a la democracia como un mito integrador y modélico (a pesar de los más de seiscientos muertos durante el proceso) con el que tratar de afianzar una identidad colectiva. Esa percepción queda reforzada tras la (polémica) concesión del premio Ortega y Gasset —el más prestigioso de nuestro periodismo— a Adolfo Suárez Illana por una fotografía en la que el monarca aparece abrazando al ex presidente del gobierno.
La memoria es un material dúctil y caprichoso que parece ocuparse del pasado, pero cuya reelaboración siempre se lleva a cabo desde el presente y en función de las necesidades de éste. Por eso es significativo, no casual, que esta canonización de un cierto relato irrumpa con fuerza en el momento actual, cuando versiones alternativas ponen en cuestión la actuación de los agentes implicados y se denuncian ciertas ocultaciones en el proceso de transición. A los que ven en esas versiones una voluntad de dinamitar el consenso alcanzado se oponen los que creen —los que creemos— que reivindicar aquello que fue relegado a la sombra y señalar las posibles deficiencias tan sólo supone una voluntad de ir más allá de la autocomplacencia mansa.
Sólo desde el conocimiento de la pluralidad de facetas que ofrece un mismo hecho, de sus diferentes versiones, podemos estar más cerca de comprenderlo. Es por eso que muchas veces nos negamos en esta sección a hablar de las obras que, en teoría, todo el mundo debe leer. Ahora parece que todo el mundo coincide en la necesidad de leer la nueva obra de Cercas. Pero ¿quién decide que debemos leer? ¿Quién decide lo que es memorable y lo que no? ¿Quién decide que versión interiorizaremos de un hecho? Esta misma semana la maquinaria promocional de la editorial ocupaba toda la página de un periódico: "Más de 150.000 lectores lo han considerado imprescindible". A nosotros nadie nos ha preguntado. Tal vez porque sabían lo que íbamos a decir: Bueno, sí. Imprescindible... no.
*Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca forman el colectivo literario 'Tipos Infames'.
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