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Anatomía de un instante sobre el que no nos habló nadie

Por eduardoduran
Actualizado 10-06-2009 17:26 CET

Nací el 15 de noviembre de 1981, es decir: casi nueve meses después de que Tejero entrara en el Congreso. No sé si mis padres sabían ya por entonces que su primer hijo venía en camino y temieron durante aquellas desasosegantes horas que en mi infancia tuviera su misma poca libertad. No se lo he preguntado nunca porque la historia se la inventa uno, por más hechos objetivos que demuestren lo contrario, con lo que yo he decidido crear una mucho más divertida: soy el resultado directo de la alegría producida por el fracaso de aquella noche.

La reinvención de la historia para entender quiénes somos es el ADN de la literatura de Javier Cercas. Un escritor que fantasea sobre sus vecinos en El móvil, su ficción más ficticia; un miliciano que le perdonó la vida a uno de los fundadores de la Falange en Soldados de Salamina; un amigo que le cuenta su experiencia en Vietnam en La velocidad de la luz, quizá la menos redonda. Ahora es un gesto en Anatomía de un instante: Adolfo Suárez retrepado en su sillón del Congreso en el momento en que Tejero entra en el Congreso.

Plural y ecuánime hasta dejando claro desde el principio que Adolfo Suárez no era santo de su devoción (Anatomía de un chisgarabís podría titularse por las veces que así lo llama), es este un libro que pone sobre la mesa lo que entonces ocurrió y lo que ahora somos a causa de aquello. Cercas se empeña, y lo consigue, en que sus personajes sean poliédricos, que entendamos por qué Suárez era un chisgarabís pero un chisgarabís que nos trajo la democracia; por qué y cómo Tejero asaltó el Congreso; por qué Carrillo, como Suárez, se quedó sentado unas cuantas filas detrás de éste y no se escondió bajo la mesa; por qué Gutiérrez Mellado plantó cara a los asaltantes; por qué realmente entre todos los españoles tejieron el golpe.

Anatomía de un instante es, por más que el autor repita que es una novela, “una rarísima versión experimental de Los tres mosqueteros” y nosotros la leemos con el mismo apabullante interés; es, como A sangre fría, un reportaje periodístico largo, apasionante y minucioso que se bebe como un vaso de agua fresca a cuarenta grados a la sombra. Pero también es un libro con nuestra historia más cercana, recóndita y menos hablada que contiene momentos brillantísimos como en el que Suárez presenta su dimisión al Rey, o Gutiérrez Mellado y Carrillo, enemigos acérrimos desde la Guerra Civil, se pasan cigarrillos cuarenta y cinco años después mientras esperan en una sala del Congreso que alguien venga a fusilarlos. Hay además una razonada y razonable descripción del actual sistema democrático español (capítulo cuarto del epílogo) tan aclaratoria que tendría que ser lectura obligatoria para los que aquel 23-F no éramos ni tan siquiera un feto.

Cuenta Cercas en el prólogo que una de las cosas que lo acicateó a hurgar en la personalidad de los protagonistas de aquel instante (Tejero, Carrillo, Gutiérrez Mellado y Suárez) y los colaterales no presentes (el Rey, Milans y Armada, fundamentalmente) fue un artículo de Umberto Eco aparecido en El Mundo. El italiano se sorprendía de que una encuesta en el Reino Unido revelara que una cuarta parte de los británicos cree que Winston Churchill era un personaje de ficción. En ese momento Cercas acababa de terminar una primera versión de su novela y se preguntó “cuántos españoles debían de pensar que Adolfo Suárez era un personaje de ficción, que el general Gutiérrez Mellado era un personaje de ficción, que Santiago Carrillo o el teniente coronel Tejero eran personajes de ficción.”

Puedo responderle con bastante conocimiento de causa: a partir de mi generación casi todo el mundo. Y si no son personajes de ficción, para nosotros son seres irreales, a medio pintar. Hasta cerrar este libro, Adolfo Suárez me era un señor que ya no sabía que había sido presidente y que había sufrido unas cuantas desgracias familiares; de Gutiérrez Mellado apenas podía decir el nombre porque falleció en 1995 y por aquel entonces uno estaba a otros menesteres; Santiago Carrillo sé quién es (o quién fue) pero su nombre me es inmediatamente asociable al comunismo y esta palabra en el año 2009 es sinónimo de Cuba y de nada bueno, con lo que la simple relación de términos me provoca desinterés.

Lo de Tejero es mucho más tronchante porque, además del revisto vídeo, la imagen que recuerdo de él es una foto en la contraportada del Sur, el periódico más popular en Málaga, donde nací, como un viejecito paseando por la Feria de Agosto con su señora del brazo. A esto hay que añadirle que, para los de mi quinta, el Rey (que es el que peor parado sale en el libro, quizá porque es el único que sigue en activo) sólo sirve para salir en las fotos, le pagamos el sueldo con las no raquíticas retenciones de nuestra raquítica nómina de mileuristas y lo único reseñable que ha hecho en los últimos años es pegarle un grito a un presidente sudamericano.

“La verdad es que lo que sabemos sobre el pasado, incluso el más próximo, es poco, como se demuestra cada vez que se hacen encuestas a nuestros jóvenes”. Esta es otra de las ideas que Eco exponía. No voy a eximirme de culpa porque perfectamente podía haberme puesto a investigar al igual que ha hecho Cercas, pero sobre el 23-F para nuestra generación hay una niebla densa, turbia y oscura. Sobre ese día apenas se dice, no se toca, niño, no se toca, y jamás nos hablaron con detenimiento en una clase de historia. Nos enseñaron mejor quién era Carlos V o Abderramán III que Milans.

Este libro, por lo completo, por lo descriptivo, porque es tan adictivo que, para los que nos gusta leer, recuerda a esas noches debajo de la manta enfocando con una linterna las páginas porque tus padres ya te habían apagado la luz (en esto sí se parece a Los tres mosqueteros), es esa clase pendiente que, en lugar de jugarnos nosotros para ir a fumarnos nuestros primeros canutos a los baños del instituto, se la jugó un país que no sabía muy bien qué contarnos a los que nacimos durante esos días.

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