CANNES.- Un periodista felicitó ayer a Marco Bellocchio porque su película "era una de las pocas" de esta edición que no exponían al espectador a una cruda violencia. Los asistentes al festival sabían que ese era un respiro de la programación, ya que esta mañana asistiríamos preparados para lo peor a ver 'Inglourious Basterds', de Quentin Tarantino, una película épica-fantástica situada en la Francia ocupada por los nazis.
La misión de los 'Basterds' (puedes leer el guión aquí), un sanguinario grupo compuesto por ocho soldados judío-americanos, es matar nazis de la forma más dolorosa posible y recolectar sus cabelleras. El líder de semejante empresa es el teniente Aldo Raine (Brad Pitt), cuyo equipo se encuentra compuesto, entre otros, por Donny Donowitz (Eli Roth), que mata militares con un bate de béisbol, y Hugo Stiglitz (Til Schweiger), un ex soldado nazi apreciado por asesinar a 13 de sus antiguos oficiales.
¿Cuánta violencia se puede esperar de una película así? Sobre todo si las imágenes provienen de un tipo que no se corta un pelo cuando la retrata. Las pruebas están dispersas por toda su obra: la escena de la tortura de Michael Madsen en 'Reservoir Dogs', el asesinato de Marvin a manos de Jules y Vincent Vega en 'Pulp Fiction', y la esteta carnicería de La Novia vs. los 88 asiáticos en 'Kill Bill'.
No obstante, en una semana de festival se ha visto una autoablación de clítoris, el descuartizamiento de una prostituta, un par de explícitos degüellos y varios tiroteos rodeados de vaporosas nubes de sangre. Y eso que aún falta que Gaspar Noé ('Irreversible') y Michael Haneke ('Funny Games') pasen por aquí. Después de todo esto, evitar taparse los ojos ante las escenas más desagradables de lo nuevo de Tarantino fue bastante sencillo.
La actuación de Christoph Waltz como el Coronel Landa, apodado ‘el cazador de judíos’, es de lo mejor de la cinta. El actor de origen austriaco rivaliza con Pitt por el protagonismo de una historia plagada de antagonistas. Tarantino esboza un nazi de crueldad implícita, maneras refinadas y políglota (la película discurre entre el francés, inglés, alemán e italiano), y Waltz lo ha llevado a ser uno de los personajes más disfrutables.
De forma paralela a las represalias de los 'Basterds' se cuenta la historia de Shosanna Dreyfus (Mèlanie Laurent), una de las pocas judías que lograron escapar de las garras de Landa huyendo a París. Con una nueva identidad la chica administra un cine, una perfecta excusa para que el director de 'Death Proof' haga directas referencias cinematográficas a Leni Riefenstahl y George Wilheim Pabst. Las dos historias se encuentran cuando el ministro de Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels (Sylvester Groth), planea usar el sitio para estrenar la película de un héroe de guerra (Daniel Brühl) a la que asistirá Adolf Hitler, y que recuerda mucho a la obra maestra de Lubitsch 'Ser o no ser'.
En su conjunto 'Inglourious Basterds' sí cuenta con todo el universo al que Tarantino nos ha acostumbrado a lo largo de sus ocho películas anteriores (si incluimos su participación en '4 Rooms' y 'Sin City'), lo que es suficiente para no defraudar a la base de cinéfilos que se ha ganado desde 1992. Pero hay algo que no termina de convencer. Esta es una película supuestamente épica, situada en un contexto histórico repetido hasta la saciedad en el cine. Los elementos que se incorporan aquí, incluyendo un final de fantasía, no son suficientes para que destaque dentro del género. "La película cuenta lo que hubiera pasado en la guerra si mis personajes hubieran existido por aquel entonces", señaló Tarantino. La frase huye de cualquier exigencia a que la historia tenga algo de verdad, como pasó en 1998 con 'El tren de la vida', abriendo una especie de subgénero fantástico de películas sobre el Holocausto.
Eso sí, la cinta rockea en algunos momentos y las escenas de castigos y represalias de los Basterds funcionan bien. Solo que en este Cannes de casquería eso no ha sido suficiente. Le han superado.
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