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Brown: el hombre del traje gris brilla en el G-20

  • En los momentos más difíciles Brown saca algunas notas de humor
  • En su discurso ha revestido de credibilidad los grandes acuerdos alcanzados
Por ÁLVARO LLORCA (SOITU.ES)
Actualizado 02-04-2009 21:15 CET

Brown es un político que, desde su desembarco en Downing Street a mediados de 2007, ha tenido problemas severos para comunicarse con sus ciudadanos, quizás por su perfil marcadamente técnico y gris, propio de una persona cuyo hábitat son las montañas de papeles y las columnas de números. Algo que se percibía con claridad en las encuestas de opinión en Gran Bretaña. Ésta sea quizás la razón por la que, en el congreso laborista del pasado mes de septiembre en Manchester, el primer ministro quiso mostrar una faceta más humana (hasta el punto de que su mujer fue la encargada de presentarle ante el público con un discurso muy emotivo). La otra estrategia fue la de mostrarse como un veterano capacitado para lidiar con la crisis que entonces sólo se avecinaba, una técnica que acabó por convertirse en un acierto.

Efectivamente, una vez que estalló la crisis hubo un momento de desconcierto generalizado, como si los líderes de medio mundo se hubieran hecho pequeños y buscasen desesperadamente una mano a la que agarrarse. Fue Gordon Brown quien tendió esa mano. Entonces, hasta el reciente Nobel de Economía, Paul Krugman, alabó la actuación del 'premier' británico. "El plan británico no es perfecto, sin embargo, los economistas están en su mayoría de acuerdo en que representa, con creces, el mejor modelo para un rescate más amplio", decía Krugman en una columna.

Y es que el primer ministro tiró de la experiencia que acumuló en sus 10 años al frente del Ministerio del Tesoro, lo que le valió para convertirse en el político que durante más tiempo ha ostentado ese cargo de forma continuada, si empezamos a contar desde el primer cuarto del siglo XIX. Tal vez sea esa la razón por la que el 'premier' se siente como pez en el agua cuando se habla de economía. Se siente tan cómodo que hasta —¡oh, sorpresa!— se vuelve gracioso.

Ya en el pasado mes de octubre dejó a muchos periodistas con la boca abierta cuando, en mitad de una rueda de prensa sonó su teléfono móvil, y el político respondió: "Yo no sé si otro banco ha caído". Y parece que toda la tensión generada en torno a la cumbre del G-20 no ha pasado factura al particular humor de Brown. Así, ayer, en mitad de una rueda de prensa junto a Obama, un periodista preguntó si estaba preocupado por la posibilidad de que Sarkozy no firmara el documento definitivo de la cumbre. Y el 'premier' respondió: "No estoy preocupado y espero que se quede hasta el final porque hay queso de postre".

Ese mismo perfil de economista tranquilo y cómico en la adversidad ha vuelto a deslumbrar con motivo de la cumbre del G-20 que acaba de cerrarse, y en la que Brown se está llevando los elogios que parecían reservados en exclusiva a Obama. Y no era nada fácil la tarea que había recaído sobre sus espaldas. ¡Ejercer de anfitrión en la refundación del capitalismo! Y lo ha hecho de forma modélica, a juzgar por los piropos que está recogiendo desde ya mismo en los artículos de muchos periódicos y en multitud de tweets. "El gran día de Brown", titula Wharf. Algo similar nos dice nuestra compañera Paula Carrión desde Londres, quien ha recogido la opinión favorable de algunos periodistas británicos.

Su momento culminante como maestro de ceremonias ha llegado en la comparecencia ante los medios de comunicación que ha tenido lugar después de las cuatro horas y pico de reunión. Allí se ha plantado el 'premier' serio, firme, claro, convencido y sin titubeos, dando un brochazo de credibilidad a los grandes acuerdos que han alcanzado los representantes de los países más ricos y emergentes. Unas horas más tarde le ha tocado el turno de situarse ante los micrófonos a Obama, cuya rueda de prensa ha sido una especie de 'show' que ha terminado con una cerrada ovación al presidente estadounidense. Tal vez los periodistas no hayan respondido a Brown con la misma pasión desmedida, pero seguramente el británico no buscaba tanta ovación sino convencer dentro y fuera de sus fronteras que tiene capacidad para manejar la crisis.

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