Este reportaje de investigación es el último de una serie de ocho donde se analiza por qué no ha habido otros ataques terroristas a Estados Unidos tras el 11-S. (Lee la introducción de Slate a esta serie)
La sede central de la corporación RAND (acrónimo del inglés Research and Development, es decir, investigación y desarrollo) es un templo de la razón blanco nuclear situado a pocas manzanas del océano Pacífico en Santa Mónica, California. Fue allí —o, mejor dicho, en la puerta contigua, en el bloque de oficinas de estilo internacional que la albergó durante medio siglo antes de ser trasladada a una construcción de 100 millones de dólares— donde se inventó la estrategia nuclear norteamericana de la Guerra Fría de 'amenaza de destrucción mutua asegurada'. También fue allí donde surgió Internet. Creada por las Fuerzas Aéreas estadounidenses en 1948, la organización sin ánimo de lucro RAND nacería para "inventar todo un nuevo lenguaje en [su] búsqueda de la racionalidad". El periodista Fred Kaplan, colaborador de Slate, escribió en su libro 'The Wizards of Armageddon' (Los magos de Armagedón):
RAND es la cuna de la teoría de la decisión o la elección racional, un modelo de pensamiento estrictamente utilitarista que se puede aplicar a prácticamente cualquier ámbito de las ciencias sociales. De acuerdo con esta teoría, no hay que tomar en consideración los sistemas de creencias, las circunstancias históricas, las influencias culturales y otras filigranas ajenas al terreno de lo racional para calcular la dinámica del comportamiento humano. Tan solo existe la búsqueda disciplinada y racional del propio interés. Esta es la religión que impera en RAND. "Puedes dejar tu mochila en mi despacho", me dijo Darius Lakdawalla, economista y alto directivo de RAND, de camino a una sala de conferencias. "En RAND no hay ladrones". Le pregunté si los "factores externos o indirectos" estaban permitidos en algún lugar de ese edificio. Contuvo la risa en un gesto de cortesía.
Lakdawalla y Claude Berrebi, otro economista de RAND, son coautores de la publicación de 2007 'How Does Terrorism Risk Vary Across Space and Time?' (Cómo varía el terrorismo a través del espacio y del tiempo —se puede descargar una copia previo pago de 30 dólares—. También está disponible gratis un borrador anterior del mismo trabajo). En el análisis de Berrebi y Lakdawalla subyace el supuesto de que los terroristas persiguen fines concretos de un modo racional —contrariamente a los argumentos expuestos por las siguientes personalidades: por el teórico del juego Thomas C. Schelling; por Max Abrahms, del Centro de Seguridad y Cooperación Internacional de la Universidad de Stanford, y por Marc Sageman, un psiquiatra forense y antiguo oficial de control de la CIA—. Berrebi asegura que en el nivel táctico de pequeño calibre, los terroristas son 'muy' racionales. Es perfectamente posible, explica Lakdawalla, pretender lograr un fin irracional de forma racional. Berrebi menciona la tendencia de los terroristas a utilizar atentados suicida con bombas solo cuando no tienen otros recursos donde elegir. Por regla general, prefieren los objetivos poco protegidos a los blancos con rigurosas medidas de control frente al peligro. "Cuando la cosa se pone negra, los grupos terroristas, como haría cualquiera, tienden a volver la mirada hacia oportunidades más fáciles", explica Lakdawalla. No ha de inquietarnos la idea de un atentado en un aeropuerto, donde han proliferado las medidas de seguridad por doquier. Preocupaos más bien por que os den muerte en el centro comercial, donde vuestra única protección es un aburrido guardia de seguridad.
Cuando Schelling, Abrams, y Sageman argumentan que los terroristas son irracionales, se refieren a que los grupos del terror rara vez toman conciencia de sus objetivos con visión de conjunto. Sin embargo, Berrebi sostiene que no se puede tachar a los terroristas de irracionales hasta no saber qué es lo que realmente pretenden. "Desconocemos cuáles son los verdaderos objetivos de cada organización", dice. "Se trate de la organización terrorista que se trate, probablemente tenga muchos objetivos opuestos, tal vez incluso contradictorios. Dada la naturaleza secreta inherente a estos grupos, es improbable que desde fuera se averigüe a cuál de estos objetivos se le otorga prioridad".
Un objetivo inherente a los atentados del 11-S era causar serios daños a Estados Unidos. En 'La teoría de la necedad los terroristas' y en 'La teoría del melting pot' repasamos los considerables daños que la furiosa respuesta de EEUU al 11-S infligió a Al Qaeda. Pero su reacción también perjudicó a EEUU. Cerca de 5.000 militares estadounidenses han perdido la vida en Irak y Afganistán y más de 15.000 han vuelto a casa heridos. Más de 90.000 civiles iraquíes han sido eliminados y también quizá unos 10.000 afganos. Cuando se intensificaron los combates, hubo más de 2.000 bajas civiles tan sólo durante el pasado año (.pdf).
"En los países musulmanes, los combates en Afganistán y especialmente en Irak han motivado valoraciones negativas [de Estados Unidos] que prácticamente se salen de las tablas estadísticas", según el informe de opinión pública mundial Pew Global Attitudes Project de diciembre. Los sondeos de opinión que Gallup llevó a cabo entre 2006 y 2008 revelaron índices de aprobación del gobierno de EEUU de 15% en Oriente Próximo, 23% en Europa y 34% en el continente asiático. Sin duda, las bajas civiles también han menoscabado la imagen de Al Qaeda, como indiqué en 'La teoría de la necedad los terroristas'. Pero fuera en la medida que fuera que Al Qaeda contara con reducir la preponderancia de Estados Unidos en el mundo, y especialmente en Oriente Próximo, cumplió con su misión. El sondeo de opinión del Pew Research Center puso de manifiesto que la mayoría de los países anticipaba que las cosas mejorarían con el presidente Obama, que ya ha ordenado desmantelar Guantánamo y revocar las particulares interpretaciones de la Administración Bush de la Convención de Ginebra. Pero con la escalada del número de tropas en Afganistán y la creciente sensación de que las fuerzas estadounidenses seguirán presentes en Irak durante años, Estados Unidos no será precisamente apreciada por el mundo musulmán en los años próximos.
La teoría de la decisión o la elección racional parte de supuestos básicos que se derivan de la economía, donde es más sencillo evaluar los costes. En marzo de 2008, el economista y premio Nobel Joseph Stiglitz y Linda Bilmes, de la John F. Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard, cifraron los costes de la Guerra de Irak en 3 trillones de dólares. En octubre de 2008, el servicio de investigación de la Cámara de Representantes de EEUU (CRS) hizo un cálculo más moderado de otros 107.000 millones de dólares para la guerra de Afganistán, más otros 28.000 millones de dólares invertidos en reforzar la seguridad nacional desde el 11-S. Según el CRS, al contribuyente le cuesta 390.000 dólares cada soldado que Estados Unidos despliega en Irak o Afganistán. Para expresarlo de forma más gráfica: enviar tan sólo un soldado a Irak o Afganistán le cuesta a Estados Unidos casi tanto como el coste estimado en 500.000 dólares que le supuso a Al Qaeda llevar a cabo la operación del 11-S de principio a fin. Una rentabilidad de la inversión de Bin Laden nada desdeñable, sostiene Berrebi. El presidente Bush ha legado un déficit presupuestario de casi 500.000 millones de dólares, y eso sin tener en cuenta los gastos deficitarios que los economistas coinciden en estimar necesarios para evitar que sobrevenga otra Gran Depresión. Berrebi sostiene también que "hacemos frente a la recesión partiendo de un punto de partida agravado". Puede que Al Qaeda no sea el único factor que lo explique, pero, evidentemente, ha contribuido.
El mencionado estudio de Berrebi y Lakdawalla acerca de cómo varía el terrorismo a través del espacio y del tiempo se centra en la experiencia de Israel, pero se puede aplicar para explicar por qué Al Qaeda no ha vuelto a atacar a Estados Unidos desde el 11-S. Con 'espacio' se refieren a una determinada ubicación escogida para perpetrar un ataque terrorista. La proximidad al 'cuartel general' de los terroristas y la facilidad de acceder a una frontera internacional son, según Berrebi y Lakdawalla, factores decisivos para que un atentado se lleve a cabo. Estiman que "cuando se dobla la distancia a una base terrorista local, (…) la frecuencia de ataques cae en torno a un 30%". La probabilidad de dar en el blanco en los aledaños de fronteras entre países es el doble que en las zonas alejadas de las fronteras internacionales. De acuerdo con esta lógica, Israel constituye un auténtico paraíso para los terroristas islamistas: está situado en pleno Oriente Próximo, y su extensión de este a oeste es tan sólo de 137 kilómetros. Estados Unidos, por el contrario, es la peor pesadilla de un yihadista: está a medio globo de distancia y tiene 4.828 kilómetros de anchura. Las vivencias comparadas de ambos países en terrorismo reflejan estas realidades.
El 'tiempo' al que aluden Berrebi y Lakdawalla en el título de su trabajo es el lapso entre ataques; es mucho menos tranquilizador para los estadounidenses. Para ilustrarlo de forma esquemática, según hablábamos en la sala de conferencias de RAND, Berrebi esbozó un gráfico muy simple en una pizarra, donde el eje de ordenadas representaba el riesgo de ataque en una capital de la región y el eje de abscisas el paso del tiempo. Se asemejaba al siguiente:
El riesgo de un ataque aumenta bruscamente antes de que se perpetre un atentado, a continuación cae, luego se equilibra, luego cae y, por último, vuelve a elevarse de nuevo. Les comenté a Berrebi y Lakdawalla que mi novia había viajado a Bombay justo dos semanas después del atentado terrorista y que había estado preocupado por ella. ¡Mirad por dónde, no debería haberme inquietado! Berrebi negó con la cabeza y dio un toque señalando la línea a la derecha del primer pico. Explicó que el riesgo inmediatamente después de un ataque continúa siendo muy alto, porque a las autoridades les lleva cierto tiempo hacerse una composición de lugar de lo que está ocurriendo e implementar medidas de seguridad —y porque puede que los terroristas aún no hayan completado su misión—. De forma gradual, se van reforzando las medidas de seguridad. Después, estas medidas de seguridad se van relajando paulatinamente y surgen nuevas oportunidades de ataque. En el caso de Jerusalén, Berrebi y Lakdawalla hallaron que, tras un ataque terrorista, el riesgo de otro de continuación comienza a aumentar tras un lapso de tan solo dos meses sin incidentes. Concluyen que "esto sugiere que los periodos largos de paz realmente indican un riesgo elevado en zonas vulnerables". Berrebi y Lakdawalla rescatan la típica escena de las películas de guerra donde dos soldados permanecen en guardia en un paisaje nocturno donde reina el sosiego y uno de dice al otro: "Todo está en silencio"; y el otro le contesta: "Sí, demasiado silencio". Entonces, se escucha el grito de guerra del enemigo y comienza el combate.
En Jerusalén, la línea entre el pico y la depresión representa dos meses. En Estados Unidos, representa X meses, donde X tiene un valor X mayor de 44. Si Estados Unidos es víctima de otra masacre terrorista a gran escala, Berrebi y Lakdawalla podrán calcular el valor de X. Piensan que así probablemente den con el segundo dato. Solo que, simplemente, no tienen ni idea de cuándo.
* Este artículo se ha publicado originalmente en el medio digital estadounidense Slate. Forma parte de la serie '¿Por qué no ha habido más 11-S?', que puedes consultar entera en Soitu, pinchando en los iconos de arriba.
(Traducción: Carola Paredes)
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