"Refundar el capitalismo" fue el cometido de la primera cumbre del G-20, celebrada el pasado mes de noviembre en Washington. Más de cuatro meses después de aquella histórica cita en la que muchos veían la sombra de Breton Woods, los países más ricos del mundo y las potencias emergentes tienen otra prueba el próximo 2 de abril en Londres para hacer un segundo intento. Parece que algo se dejaron en el tintero, porque las malas noticias han seguido reproduciéndose al mismo ritmo que los gobiernos intervenían bancos y los tambores de la recesión anunciaban el ingreso en el selecto club de las economías con crecimiento cero de países como España.
Joseph Stiglitz, Nobel de economía en 2001, no tardó en decir sobre la debacle de Wall Street que era al mercado lo mismo que la caída del Muro de Berlín al comunismo. 'Tormenta perfecta', 'histórica', 'punto de inflexión para el capitalismo' son otras aposiciones que se emplean para hablar sobre una crisis para la que ya parecen habérsenos acabado los epítetos. Entre tanto desconcierto político a la hora de actuar contra ella y ante la inminencia de esta nueva cita, resurgen voces de opciones económicas alternativas —y no sólo la del Nobel y otros 'gurús' que la predijeron— que durante años advirtieron de la inviabilidad material, económica, ecológica e incluso moral de un modelo de desarrollo dominante que parece haber hecho crack. Ahora ven la oportunidad de dar un verdadero cambio de rumbo y piden que no se desperdicie la ocasión en poner parches y hacer el boca a boca a un moribundo sistema.
Lo hacen, por ejemplo, personajes como Serge Latouche, profesor emérito de Economía en la Universidad París-Sud, que estos días se encuentra de gira por España y ayer ofreció una conferencia en Barcelona. Latouche es la principal cabeza visible y defensor del decrecimiento (decroissance, en francés), una opción política y económica que propugna como principal objetivo un crecimiento negativo ordenado que permita que exista una verdadera relación de equilibrio entre el ser humano y el medio ambiente. Al contrario que el desarrollo sostenible, que se utiliza en diversos discursos políticos con la pretensión de mantener los niveles de progreso, para el decrecimiento es necesario 'repensar' radicalmente conceptos como la producción, el nivel de vida o el bienestar. Se plantea si hace falta consumir tanto como lo hacemos, crecer tanto como lo hacemos y, en definitiva, tener tanto como tenemos. 'Vivir mejor con menos' es su consigna.
¿Descabellado? Para muchos seguramente lo sea, especialmente teniendo en cuenta el encumbramiento durante decenios de lo que algunos denominan ya el 'mito del crecimiento'. Un crecimiento que se ha estado manteniendo a tasas históricas pero al que muchos vaticinaban un ineludible final ligado a la paulatina destrucción de los recursos naturales y, sobre todo, al final de la era de la energía barata.
Sea como sea, Latouche no es el único que piensa así. La crisis está sirviendo como nuevo megáfono para las reivindicaciones de estos pensadores. Hace menos de una semana, el diario 'El País' publicó una tribuna de Nicolas Ridoux, otro 'decrecionista' titulada 'Por una vida más frugal'. En ella, Ridoux señalaba la necesidad de anteponerse a unas condiciones ambientales, sociales y humanas que no permiten el crecimiento indefinido. Y, ante la evidencia, propone producir menos, pero de mayor calidad y un mejor reparto de la riqueza. La condición indispensable para lograrlo parece sobre todo una cuestión de cambio de mentalidad: liberarse de la filosofía de la desmesura y del "cada vez más". En el plano nacional, también el antropólogo Carlos Taibo se ha mostrado recientemente a favor de una economía que se retraiga voluntariamente.
En el centro de todo este debate, el medio ambiente y las energías parecen jugar un papel fundamental. Para Joan Martínez Alier, catedrático de Economía e Historia Económica de la Universidad Autónoma de Barcelona, es aconsejable emprender el camino hacia lo que denomina un keynesianismo verde. Esta idea consiste en orientar esas grandes inversiones públicas que los Estados quieren impulsar para relanzar la actividad económica a las energías renovables, las instalaciones fotovoltaicas, el transporte público ecológico o la agricultura orgánica. "La alternativa está en un decrecimiento económico socialmente sostenible en los países ricos y en que los países del sur caminen hacia una economía más ecológica, solidaria, centrada en las necesidades de la gente y no en el comercio exterior de las materias primas", explica. Pero todo bajo una premisa: "Olvidarse del crecimiento continuo".
"La crisis económica da una oportunidad para que la economía de los países ricos adopte una trayectoria distinta con respecto a los flujos de energía y materiales", dice. "Es el momento de que, en vez de soñar con recuperar el crecimiento económico habitual, entren en una transición socio-ecológica hacia menores niveles de uso de la energía", añade. Estas ideas sí parecen haber conseguido cierto calado en la clase política. Mandatarios como Gordon Brown, Angela Merkel o el propio Barack Obama ya han manifestado la necesidad de emprender un 'Green New Deal'. Se trata de un plan entre las principales potencias mundiales para destinar importantes inversiones a todo los relacionado con la sostenibilidad, para convertirla en un pilar fundamental del crecimiento económico y el motor de creación de empleo. Obama ya ha propuesto destinar 150.000 millones de dólares para crear cinco millones de empleos en fábricas de coches híbridos e investigación en biocombustibles.
¿Pero son sinceras todas estas declaraciones? Según Martínez Alier, todavía no existe una verdadera conciencia de la extinción de los recursos naturales y de la imposibilidad de seguir creciendo indefinidamente. "Pero ninguno ha salido aún a decir que nuestra economía se basa en recursos agotables", indica. Ricardo García Zaldívar, presidente de Attac (Asociación por la Tasación de las Transacciones y por la Ayuda a los Ciudadanos) de Madrid y coordinador del Consejo científico de esta organización, comparte esta opinión. "Los políticos están actuando siguiendo la teoría del tornado: meterse en un sótano y, cuando pase, salir y volver a empezar con lo que teníamos", indica. Para él, "el discurso y el 'look' sostenible" no son indicativos de una verdadera intención de cambiar un sistema que en sí mismo "no es económicamente viable", aunque a corto plazo pueda revertir en una mejor gestión de los recursos, de los residuos o incluso sirva como freno del cambio climático.
Sin embargo, según García Zaldívar, la insostenibilidad del modelo económico actual no proviene tanto de factores medioambientales como sociales. Así, la disyuntiva no se encuentra tanto entre el crecimiento y el decrecimiento, sino entre el crecimiento y el reparto. "No es posible que la riqueza y el poder económico sigan concentrándose tan solo en un puñado de manos". Y para acometer un reparto justo, desde Attac siguen apostando por la propuestas económicas que siempre les han caracterizado: el control democrático (y real) de los mercados financieros y las instituciones que los supervisan. Y además, la creación de impuestos globales, una de sus principales propuestas "para resolver la desigualdad a través de la fiscalidad".
Aunque ambos se muestran optimistas sobre la posibilidad de influir con todas estas propuestas en un contexto tan delicado como el actual, ninguno ve en el G-20 una voluntad de transformación radical, sino "parches" y "cambios cosméticos". Pero, ¿quién sabe? Ahora que la crisis está consiguiendo que hasta Alan Greenspan, el sumo sacerdote del neoliberalismo económico, desempolve la obra de Keynes, puestos a resucitar al economista británico, tal vez suceda algo que Ridoux propone: que nos dé por releer sus 'Perspectivas económicas para nuestros nietos' y que lleguemos (una vez más) a la misma conclusión que él: que al cabo de cien años —es decir, más o menos para 2030— solo se necesite trabajar 15 horas semanales para mantener un nivel de vida digno y no caer en una "depresión nerviosa universal".
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