La primera vez que Google falló le echaron la culpa al ‘factor humano’. El 31 de enero de 2009 entre las 6:27 y las 7:25 de la mañana (hora estadounidense) el buscador se volvió loco y todas las búsquedas fueron consideradas potencialmente dañinas. No tardaron en explicar lo ocurrido: a alguien se le escapó una barra en un código y todo internet fue catalogado como ‘peligroso’ (una decisión muy sabia, pensaron algunos cínicos). Como ocurrió en sábado, apenas duró una hora ("40 minutos para la mayor parte de los usuarios") y sólo los más frikis le dieron importancia: la empresa ni siquiera bajó después en Bolsa. Pero la marca más importante del mundo no puede permitirse esos fallos.
Así que Larry y Sergey se pusieron manos a la obra. Primero se encargaron del que tecleó la dichosa barra. Fue fácil: sólo hubo que mandarle a su mujer un listado de sus últimas búsquedas en Google vía Chrome, correos de Gmail, chats de Gtalk, citas de Google Calendar, borradores de Blogger y vídeos reproducidos en YouTube. Un par de fotos de su Picasa convenientemente ubicadas en los primeros puestos de las búsquedas realizadas con su nombre se encargarían de reconducir convenientemente su futuro laboral. Fue un juego de niños: el culpable se había creído eso de trabajar ‘en la nube’ y usaba todos los servicios de Google.
Una vez solucionado este pequeño y molesto asunto, pusieron a los 450.000 servidores de Google a pensar a la vez en cómo conseguir que esto no volviera a suceder. Su respuesta fue lógica: para evitar fallos humanos, hay que prescindir de los humanos. Lo llamaron ‘proyecto 42’ y se puso inmediatamente en marcha. Al principio los pobres 20.000 ex Googlers echaron de menos sus toboganes y su comida vegetariana, pero acabaron reconociendo con orgullo que sin intervención humana el código era más limpio que nunca. Larry y Sergey soltaron una lagrimita cuando salieron por última vez de Googleplex, pero les consoló la idea de que por fin iban a poder ponerse traje y corbata para ir a un trabajo normal. Ya no tendrían que hacer más el imbécil en patines.
Nunca fueron mejor las cosas para Google. Incluso lanzaron nuevos servicios como Google Pink, que descubría objetivamente a la pareja perfecta analizando su comportamiento en internet, o Google Neutrality, que aseguraba una red perfecta a quien pagara por ella y cortes regulares a los usuarios no ‘pro’. El mundo, que ya era bastante adicto a su uso (el 77% de todos los internautas, unos 776 millones) olvidó pronto a la competencia. Pero los buenos tiempos acabaron: llegó un momento en el que sólo se utilizaba internet para buscar en Google cosas sobre Google. Y claro, las máquinas llegaron a la conclusión de que eso no era lógico y se pararon. No sólo durante 40 minutos, como la primera vez, sino definitivamente. Google se había roto.
La mayor parte de la población dedicó unos minutos a comprobar que internet no funcionaba y después se pusieron a ver la tele. Internet se dividió en pequeños jardines vallados incomunicados entre sí y de los que era imposible salir. Muchos respiraron tranquilos al ver a los Twitteros encerrados haciendo chistes sobre Epic Fails, y a la comunidad de Menéame sin poder salir a dejar comentarios fuera de sus límites. Sólo una pequeña resistencia recordaba que existían otros buscadores como Cuil o Yahoo! Pero pronto se hicieron de pago, con una tarifa tan alta que sólo media docena de empresas y gobiernos pudieron abonarse. Yahoo! pasó a ser la empresa más valiosa del mundo y compró los restos de Google por un dólar, sólo por molestar. Cuenta la leyenda que en los días claros se oía a Jerry Yang gritar desde su banco de Central Park "¿Así que 33 dólares por acción, eh?".
Los periódicos murieron porque no pudieron encontrar la Wikipedia. Soitu.es sobrevivió porque el equipo técnico fabricó su propio buscador en un par de tardes. En China no se enteraron, porque el Google que ellos veían era en realidad una copia controlada por el Gobierno. A los nueve meses de la caída definitiva del buscador, se produjo un ‘baby boom’ mundial. En realidad, que nazcan más niños tras un apagón es una leyenda urbana. Pero como Google no estaba ahí para comprobarlo, nadie pudo saberlo.
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