"Disculpen las molestias, esto es una revolución". Con este mensaje, el 1 de enero de 1994 encapuchados indígenas mexicanos se alzaron en armas en el depauperado estado de Chiapas, al sur de México. El llamado Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) no sólo interrumpía así el apacible paseo de los turistas que pasaban el fin de año en San Cristóbal de las Casas, capital cultural de Chiapas. Frenaba el paso de un México que ese mismo día estrenaba su flamante Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, pero en el que una flagrante desigualdad se cebaba con los indígenas. La reinvindicación, incómoda, aparecía sobre la mesa: el reconocimiento y el respeto a la identidad y los derechos de los pueblos indígenas mexicanos, que se consideraban negados tradicionalmente por el Estado desde tiempos coloniales.
Aquélla era una revolución contra el ostracismo y la marginación. Contra la miseria y el racismo al que, según ellos, los sucesivos gobiernos habían tenido sumidos durante siglos a los descendientes de los pobladores originarios de este país centroamericano. En definitiva, toda una cruzada contra el olvido que, por sus características, cautivó a grandes sectores de la izquierda intelectual (músicos, escritores), tanto en México como en Europa y Estados Unidos. Sin embargo, quince años después de lo que algunos consideraron la primera revolución posmoderna, pocas son las noticias que llegan del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. ¿Ha sido el zapatismo víctima del olvido contra el que se levantó?
Una respuesta a esta cuestión ya la dio hace unos meses el propio subcomandante Marcos, carismático líder del EZLN, convertido por la gracia de los movimientos antiglobalización en casi un objeto de mitificación. "Pasamos de moda", dijo el portavoz zapatista. Y lo cierto es que el protagonismo mediático y político de un EZLN que, en su día, fue la china en el zapato que puso en jaque al Gobierno y al Ejército se ha ido diluyendo con el tiempo en un México fuertemente marcado por la violencia del narcotráfico.
Hay quien culpa al propio Marcos de haber dilapidado las simpatías políticas que generó en la izquierda mexicana al romper relación con el progresista Partido de la Revolución Democrática (PRD). Desde el punto de vista de los zapatistas, al igual que el resto de fuerzas políticas mexicanas, el PRD traicionó al movimiento al votar en el Congreso y el Senado mexicanos a favor de dictámenes que le quitaban toda la significación a los acuerdos alcanzados entre el EZLN y representantes del Gobierno en materia de derechos indígenas: el acceso a los recursos naturales de sus territorios y el respeto a la libre determinación.
Se cerró así la puerta al acuerdo con una clase política. Y empezó el camino que hoy sigue el EZLN: la colaboración con la sociedad civil. La unión a otros movimientos reivindicativos, grupos y colectivos artísticos y culturales como los surgidos tras la masacre de Atenco y las revueltas magisteriales de Oaxaca. El líder (que siempre ha negado serlo) en los últimos tiempos ha planteado sin embargo la necesidad de revisar y redefinir su estrategia. Marcos también ha entonado el 'mea culpa' y ha reconocido que, si pudiera cambiar algo de la trayectoria del EZLN, sería el excesivo protagonismo mediático que ha encarnado y cuya luz hoy algunos creen que se extingue.
Modas y tácticas aparte, lo esencial de la actividad zapatista en la actualidad sigue siendo casi invisible en el espacio público. Sin embargo, no puede decirse que las desigualdades entre población indígena y no indígena (tasas de alfabetización, de mortalidad infantil, etc.) se hayan paliado en el estado de Chiapas ni en el resto del país. Rota su relación con los políticos, el EZLN decidió no esperar a que ningún gobierno resolviera sus problemas y acometió la tarea por su propio pie. "Tras hacer todo el recorrido institucional y no encontrar respuesta, ¿qué sigue? Volver a las armas o aplicar a los hechos el proceso de libre determinación", explica Ernesto Ledesma, portavoz del Centro de Análisis Político e Investigaciones Sociales y Económicas (CAPISE).
La segunda opción fue la elección de los zapatistas y, en 2003, comenzaron a tejer una red de municipios organizados al margen de las instituciones y la administración oficial mexicana. Nacieron así los llamados Caracoles, espacios de encuentro político donde desarrollan su actividad las Juntas de Buen Gobierno, una especie de 'autoridad' rotativa y obligatoria para los zapatistas de base que controla el funcionamiento de los casi cuarenta Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ). "Lo que han hecho ha sido crear su propio gobierno, con todas las instituciones en salud, en política agraria, en proyectos productivos, en justicia", explica Ledesma. "Y lo que está construido ahí dentro, aunque no salga en los medios, existe", añade el portavoz de esta organización que lleva a cabo iniciativas de apoyo a las comunidades indígenas y que monitorea la presencia militar en Chiapas.
Precisamente es la militarización de la zona uno de los principales motivos de preocupación para los zapatistas y sus simpatizantes. Ledesma, que el pasado mes de febrero realizó una gira por países europeos para denunciar la situación, cifra en 59 el número de campamentos que operan en las áreas donde están establecidos los indígenas. "Mientras haya Ejército, habrá conformación de grupos paramilitares", lamenta.
El diagnóstico, tanto de CAPISE como de otros centros de derechos humanos como el Fray Bartolomé de las Casas, es que la presencia militar se traduce en el adiestramiento y armamento de sectores de población indígena con el objetivo de generar violencia intercomunitaria. En el centro del conflicto, como tantas otras veces, la tenencia de la tierra: desalojos forzados, amenazas, triquiñuelas legales para obtener títulos de propiedad... los observadores documentan todo un catálogo de técnicas intimidatorias. "Se entrena y arma a grupos para que ocupen las tierras que cultivan los indígenas de filiación zapatista", explica Ledesma, "porque para el Estado mexicano fomentar el conflicto significa garantizar la debilidad del enemigo, que es el zapatismo", resume.
El capítulo más sangriento de violencia paramilitar tuvo lugar hace diez años en la llamada matanza de Acteal, cuando el grupo Máscara Roja masacró a casi 50 civiles a 200 metros de distancia de un retén de policía. Aunque no se han vuelto a repetir episodios tan feroces, las agresiones y amenazas siguen formando parte de la realidad cotidiana, especialmente en las zonas estratégicas de mayor interés turístico de Chiapas, un estado plagado de enclaves paradisíacos. Y continúan cobrándose víctimas.
A pesar de la gravedad de la situación que denuncia, Ledesma reconoce que "hay etapas y tiempos de intensidad política" y que el 'boom' del zapatismo pasó. Pero, según él, las injusticias siguen inamovibles, así como la voluntad de atajarlas. Por eso, en lugar de concentrarse en la presencia en los medios de comunicación cree que es interesante fijarse en las construcciones políticas innovadoras que desarrollan los zapatistas en Chiapas. Todo un proyecto "libertario, de soberanía de base y de transformación radical social", según Carlos Taibo, profesor Titular de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid y autor de 'Movimientos de resistencia frente a la globalización capitalista', obra en la que sitúa al EZLN como referencia en el maremágnum de contestación frente al sistema económico actual.
Ambos comparten la percepción de que a los zapatistas todavía les queda mucho por decir y que las redes de apoyo y solidaridad que generaron en Europa siguen intactas. Al fin y al cabo, el EZLN continúa siendo aquel ente innovador y de todo menos convencional que levantó tantas adhesiones: un ejército pacifista que abandonó el uso de las armas a los pocos días de insurreccionarse. Una guerrilla que no pretendía tomar el poder político.
Según Taibo, la actual quiebra del sistema derivada de la crisis económica internacional puede devolver protagonismo a movimientos como el zapatista, con su fuerte impronta antiglobalización. "Ahora van a ser menos invisibles que antes", vaticina Taibo. "Vamos a asistir a una edad de oro de los movimientos de contestación y la reivindicación zapatista de la primacía de la base y de lo local debe ser una de las recetas básicas para encarar el problema", afirma. Es decir, que la cruzada contra la injusticia y la desigualdad continúa y no es patrimonio exclusivo de las montañas de Chiapas (ese rincón del mundo "abajo y a la izquierda").
¿Engullirá el olvido a los zapatistas o resurgirán de sus cenizas resucitando la famosa frase del subcomandante?
Marcos es gay en San Francisco, negro en Sudáfrica, asiático en Europa, chicano en San Isidro, anarquista en España, palestino en Israel, indígena en las calles de San Cristóbal, chavo banda en Neza, rockero en CU, judío en Alemania, ombudsman en la Sedena, feminista en los partidos políticos, comunista en la post guerra fría, preso en Cintalapa, pacifista en Bosnia, mapuche en los Andes, maestro en la CNTE, artista sin galería ni portafolios, ama de casa un sábado por la noche en cualquier colonia de cualquier ciudad de cualquier México, guerrillero en el México de fin del siglo XX, huelguista en la CTM, reportero de nota de relleno en interiores, machista en el movimiento feminista, mujer sola en el metro a las 10 P.M., jubilado en el plantón en el Zócalo, campesino sin tierra, editor marginal, obrero desempleado, médico sin plaza, estudiante inconforme, disidente en el neoliberalismo, escritor sin libros ni lectores, y, es seguro, zapatista en el sureste mexicano. En fin, Marcos es un ser humano, cualquiera, en este mundo. Marcos es todas las minorías intoleradas, oprimidas, resistiendo, explotando, diciendo "¡Ya basta!"
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