SEATTLE (EE.UU).- Seattle es muy conocida por ser la cuna del movimiento grunge. Los clubes del barrio de Belltown dieron cobijo a las primeras actuaciones de bandas legendarias como Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains o Soundgarden. Hoy día, este movimiento ya es historia, pero no fue su nacimiento y desarrollo fruto de la casualidad ni de una campaña organizada en un laboratorio de marketing: Seattle es una ciudad entregada a la música.
Con cientos de actuaciones diarias repartidas por todo el entramado urbano, los primerizos llegados desde todo el planeta se dan a conocer al público en una lucha sin cuartel por destacar entre los demás y tener la oportunidad de que algún productor les haga la propuesta de su vida. Pero no todo es atmósfera de clubes nocturnos y ambientes alternativos, no hay noche sin ópera o conciertos de música clásica, ya sea en el impresionante McCaw Hall, en el moderno Benaroya Hall, sede de la Seattle Symphony Orchestra o en el clásico Paramount Theater.
Muchos de estos teatros y auditorios están subvencionados por la administración pública, pero las principales fuentes de ingresos son las donaciones de particulares y el patrocinio de grandes compañías con sede en esta ciudad o muy implantadas como: Boeing, Microsoft, Nordstrom, Amazon, Starbucks o Safeco. Las iniciativas particulares son frecuentes en mayor o menor escala para el desarrollo de nuevos talentos o la promoción de la cultura musical, como el Experience Music Project, conocido edificio construido por el amante de las paredes imposibles, Frank O. Gehry y financiado por el mecenas Paul Allen en homenaje a otro ilustre hijo de la ciudad, el mítico Jimmy Hendrix. Quizás ésta es la prueba de que la cultura debe ser sostenida y mantenida por la propia comunidad, donde el rol de la administración pública se limite a facilitar a la sociedad un marco legal dinámico que permita un desarrollo adecuado, ya sea con incentivos fiscales que fomenten el mecenazgo o la promoción de las artes en la enseñanza en vez de la subvención directa y arbitraria.
Es posible que la mala fama de ciudad lluviosa -de hecho llueve menos que en Houston o Nueva York- obligue a los jóvenes a realizar durante el largo y oscuro invierno actividades dentro de casa. Pero si bien es cierto que muchos de ellos juegan a la Play, como en todos los sitios, o se dedican a desarrollar sistemas operativos, otros muchos prefieren hacer de la música su afición. Con 17 años Ray Charles se trasladó a Seattle para desarrollar su carrera nada más terminar la II Guerra Mundial y aquí compró a finales de los 50 Jimmy Hendrix su primera guitarra por cinco dólares.
Más de mil negocios relacionados directamente con la producción musical y su enseñanza se dan en esta ciudad de algo más de medio millón de habitantes. Conocidos productores musicales como Quincy Jones dirigen sus operaciones desde aquí. Decenas de sellos discográficos como el mítico SubPop, descubridor del grunge tienen aquí su sede y sus estudios de grabación. Pero no todo es idílico para que los jóvenes que llegan buscando la fama. Al igual que en Hollywood, sólo unos pocos la encuentran: la actuación perfecta en el momento justo en que el cazatalentos miraba, las presentaciones adecuadas haciendo uso del networking y una buena preparación musical son ingredientes básicos para participar con éxito en la carrera hacia el éxito.
Con todo este caldo de cultivo no es de extrañar que Seattle sea amante de la música de todos los géneros: pop, clásica, coral, alternativa e incluso étnica. Obtener una entrada para la ópera es tarea sencilla si se reserva con varios meses de anticipación. Planificar una noche de cena y concierto con unos amigos a varios meses vista y desde el portátil es una tarea que se realiza con mucha frecuencia como parte del tiempo destinado al ocio. Un concierto aparentemente minoritario, como la interpretación de una sinfonía compuesta por un cuasi desconocido compositor brasileño de principios del XX puede llenar las 2.500 plazas del Benaroya Hall. Te puede sorprender cómo la gente acude en masa y con gran interés y conocimiento a presenciar la interpretación de un solista de saxo o un director de orquesta extranjero. Toda la música tiene cabida en Seattle. Todo interesa, pues ya sabemos que cuanto más sabes más eres consciente de lo que te queda por aprender. No en vano, según la Central Connecticut State University, Seattle ha sido clasificada varios años como la ciudad más alfabetizada de los EEUU con más de la mitad de sus habitantes en posesión de al menos una licenciatura.
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