De tanto andar entre cocineros estrellados, uno a veces se sorprende de las cosas que ve y escucha. Con Juan Mari Arzak casi siempre ocurren sorpresas. Es tal su corazón de niño, y tantas las ganas de gozar la vida, que todavía queda mucho que aprender del "aitona" (del abuelo).
A sus sesenta y seis años, rodeado de juguetes en su casa, sigue al mando del timón de su reconocido restaurante, y dirige su nave como le da la gana. En pocos lugares del mundo se come tan bien como en su restaurante y, sobre todo, en casi ningún lugar de alto copete acaba uno estando tan a gusto como en su comedor.
Si uno se fija, a los postres, las conversaciones aumentan de volumen en las mesas vecinas, la gente sonríe y se divierte, y el silencio, generalmente cursi y omnipresente de las catedrales del buen comer, no existe en su comedor. En Casa Arzak, se habrá comido excelentemente, pero hay algo más, provocado, seguramente, por la propia personalidad del propietario y chef, por su manera de ser dicharachera y siempre curiosa y alegre. (Obsérvense los pantalones verdes y cortos, tan ad hoc para conceder una entrevista de tv).
No hay día que deje de sorprendernos. Por ejemplo, hoy nos ha dado una primicia. Dice que él no tiene un restaurante, que nunca lo ha tenido, que lo suyo no es más que una casa de comidas, a pesar de las estrellas y bendiciones. Si no te lo acabas de creer, dale al play y verás.
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