Ya no sé para qué vamos a la playa. Bueno, saberlo sí lo sé: vamos a bañarnos y mayormente a ver si ligamos algo. Pero con el Vladimiro es imposible. El rey de los estilos libres, que nos ha tenido toda la semana aguantando sus explicaciones sobre la técnica de la brazada con golpe lateral de cadera, ahora dice que no quiere bañarse, que le da verguenza que la gente vea que no sabe nadar. Se queda sentado en la toalla, cociéndose al sol, y acaba dándonos pena.
Además, hemos descubierto que se ha depilado los sobaquillos, «para mejorar la aerodinámica», según él. El desgraciado no contaba con los picores del día siguiente. Cuando no se está rascando, va levantando los brazos. ¿Se acuerdan del baile de los pajaritos? Pues así. Y claro, la gente nos huye. Al final el Ahmed se lo ha montado por libre y ha desaparecido. Supongo que andará por ahí con alguna titi.
Me ha tocado volver a casa (por llamar a esto de alguna forma) con el Vladimiro, a cenar espaguetis con tomate, casi lo único que quedó en la despensa después de que aquí el amigo probara la «dieta Phelps» de las 11.000 calorías, y se dejara el estómago hecho unos zorros.
Por cierto, en la playa nos hemos hecho unas fotos achinándonos los ojos, como la selección de baloncesto, y las he enviado al «Guardian» y al «New York Times» para ver si nos sacan también como racistas y nos exigen disculpas. El caso es que nos hagan algo de publicidad, que ayuda mucho a la hora de buscar curro. Porque agosto se va acabando, y septiembre pinta negro.
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