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La cena

Por ANATOLI (SOITU.ES)
Actualizado 24-12-2008 14:56 CET

Ayer, la cosas pintaban fatal. Hoy no es que hayan mejorado, pero las veo de otra forma.

Esto fue que el Ahmed se largó a su pueblo de la morería. Pilló un billete baratísimo y dijo que para lo que tenía que hacer aquí, o sea nada, pues que prefería hacerlo allí. Y adiós muy buenas, que no le esperemos hasta después de Reyes. Yo ya me había hecho a la idea de cenar a solas con el Vladimiro, que no me parecía un planazo propiamente dicho, pero algo es algo. Ni eso. Va el Vladi y me sale con que pasará la Nochebuena con los de su iglesia evangélica. Me invitó a acompañarle, pero ya fui una vez y lo de cantar aleluyas en plan yanqui no es lo mío. Me largué de casa bastante rebotado y fui al súper a comprarme un festín navideño para mí solo, con su Freixenet, su whisky Long John y sus barquillos.

Iba ya de vuelta, con mi bolsa de exquisiteces, cuando vi a unos tipos cargando cajas en una furgoneta. A uno le conocía, un chaval de Senegal, muy fumeta él y no demasiado currante, porque hará un par de años coincidimos en una obra. Saludé al chaval, que se llama Abdú, y me metí un poco con él porque andaba doblado debajo de una caja de latas de tomate frito: "Venga, Abdú, que tú puedes, piensa en la paga extraordinaria". En cuanto soltó la caja se me vino y me dio un abrazo, "qué pasa, serbio tocacojones" (aclaro que no soy serbio ni tocacojones, es sólo una forma de hablar), y me dijo que ni paga extra ni nada, que estaba en paro y pensando en largarse. "Pues ahora mismo estarás sacándote un dinerillo", le solté. Entonces terció otro desde dentro de la furgoneta: "Aquí no cobra ni Dios, y está mal que yo lo diga".

Asomé la cabeza y me llevé un corte, porque el de dentro, el que colocaba las cajas, llevaba esa cosa en el cuello que llevan los curas. Un servidor no es muy de curas, la verdad. Otra cosa es negar el saludo. Nos dimos la mano y me explicó que estaban recogiendo comida para una cena navideña con mucha gente. Con vagabundos chiflados, nada menos. Uyuyuy, pensé. Ya estaba apartándome discretamente para darme el piro, porque para desgracias me sobran con las mías, cuando anunció que después de cargar las cajas se pagaba unas cañas. Ahí me tocó el flanco sensible. Hasta eché una mano.

El tío cumplió e invitó a unas rondas. No parecía un cura, parecía una persona normal, no sé si me explico. Salvando las distancias, o sea, quitando la mayoría de los tacos y las barbaridades, hablaba de sus jefes en el obispado como yo hablaba de los míos cuando trabajaba. Había estado preparando un informe sobre las prostitutas extranjeras, con los problemas del esclavismo, la mala salud, las palizas y demás, hasta que sus jefes decidieron que no valía la pena preocuparse por ellas. Entonces le pusieron a trabajar con la gente medio loca que vive en la calle. Hay a montones. Son esos que por la noche duermen en un cajero o tirados en la acera.

Acabadas las cervezas, dimos una vuelta y encontramos a una señora totalmente hecha polvo, acurrucada en un portal. El cura la conocía. Por lo visto, estaba invitada al banquete de los mendigos. La señora me vio el whisky en la bolsa y pidió un traguito. El cura le dijo que no, que mejor esperar al brindis de Nochebuena y que ya pasarían a recogerla para llevarla a la cena.

No sé por qué no le di la botella a la señora. Me sentí muy chungo.

Tampoco sé cómo acabé apuntándome a la cena de los locos. El caso es que dentro de un rato me voy para allá, a hacer de pinche de cocina.

Llevaré el whisky, el champán y los barquillos. Será una cena penosa, seguro. Ya les contaré. Pero ahora mismo estoy más animado que ayer. Puede que sea el espíritu navideño. O, más probablemente, que la crisis me ha vuelto gilipollas.

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