PEKIN (CHINA).- Dicen que la antorcha olímpica se ha encaramado hoy al espinazo de la Gran Muralla. Que hoy, por fin, después de superar una carrera de obstáculos por medio mundo, sorteando activistas y pancartas incómodas, cabalgaba tranquila sobre este dragón milenario de piedra. El fuego sagrado de Olimpia está ya en Pekín, listo para deslumbrar mañana al entrar, triunfal, en el Nido de Pájaro para encender la chispa de la competición y el circo mediático que la rodea.
Y subrayo "dicen", porque reconozco mi fracaso. Me he quedado sin ver la fina y ecológica columnita de humo que ha causado tantos desvelos, sin respirar el reguero de gas quemado que deja a su paso. Tres veces lo he intentado y las tres he fallado. La última, hace un rato, en el templo Ditan, donde me he encontrado casi tanta seguridad como público. El único fuego que he visto ha sido el de la muchedumbre enfervorizada.
Mi primer intento fue ayer, en Tiananmen, escenario de ciertos sucesos que a este lado del planeta no se deben nombrar. Eran las siete y media de la mañana, servidor iba con un cabreo de aúpa por lo intempestivo de la cita, y se encontró tanta gente como policías. En 1989, hasta que el ruido de los disparos silenciaron los gritos de la multitud, lo que se oían aquí eran proclamas de "libertad", "democracia" y "muerte a la corrupción". Ayer (y adjuntamos una muestra), la banda sonora era muy distinta. Demostraba lo mucho que ha cambiado China —y especialmente su juventud— a lo largo de estos 19 años.
"¡Zhongguo Jiayou!" (Adelante China) "¡Aoyun Jiayou!" (Adelante Olimpiadas) "¡Sichuan Jiayou!" (Adelante Sichuan) "¡Yao Ming Jiayou!" (Adelante nuestra estrella del baloncesto), "¡Liu Xiang Jiayou!" (Adelante nuestro veloz saltador de vallas) "¡Women Jiayou!" (Adelante nosotros). El último es el que más me gustó. ¿Se puede pedir más a los fervorosos seguidores chinos, que han inventado el auto-ánimo? Con la de pompones y banderas que se agitaban en el cielo, la antorcha pasó a un centenar de metros, ajena otra vez a nuestros ojos.
Apostados en la entrada de un Parque del Cielo vigilado por los cuatro costados y los helicópteros que nos sobrevolaban, ayer por la tarde aguantamos el calor para verla de camino al templo circular más famoso de Pekín. Tampoco hubo suerte aquí. "¿Por dónde va a entrar?" "¿Por dónde va a salir?" "¿Es la puerta Este o la Oeste?" "¿Pero alguien sabe algo?". Los guardias, protectores de la armonía social, no abrieron la boca y la gente, que tantas ganas traía, acabó por desistir.
Allí encontré a S. Reangaswami, un indio de 75 años que va por sus sextos Juegos. Recita las fechas con exactitud: "Seúl 88, Barcelona 92, Atlanta 96, Sydney 2000, Atenas 2004 y, ahora, Pekín". Reangaswami dice ser un forofo del espíritu olímpico como lubricante para el entendimiento de los países. "Y de paso viaja, ¿no?", le digo yo. "Sí, he conocido lugares maravillosos, porque durante los Juegos todas las ciudades se esmeran en mostrar su cara más bonita".
La tarde se nos fue así, conversando con la gente. "¡Banderas a un yuan!", gritaba un escuálido con la cara llena de pegatinas rojas con forma de corazón y las manos repletas de insignias chinas. En minuto y medio, un agente de la policía lo retiraba amablemente de la multitud. Al parecer, está prohibido lucrarse de los Juegos, al menos si no eres patrocinador oficial. Así que, ver salir del parque a cientos de voluntarios con camisetas de Samsung, Coca Cola y Lenovo nos dio la pista de que la llama viajaba ya hacia su siguiente destino. Una vez más, la habíamos perdido.
Al ver pasar a estos hombres y mujeres anuncio, el joven Pan Yubin, se lamentaba: "Es tan decepcionante no ver nada cuando es la única oportunidad que vamos a tener en la vida…" ‘Danny’, de 16 años, ha venido desde Cantón acompañando a su madre para ver el ambiente de la capital. "Nos vamos a perder todo el espectáculo. No tengo entradas para ninguna prueba, así que lo veremos todo por la tele". Visto lo visto, no es mala idea.
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