¿Alguien se imagina a Esperanza Aguirre y a Mariano Rajoy, a lo Obama y Clinton, recorriendo una a una las comarcas de Ciudad Real, dando discursos, abrazando niños y tomando cortados en cafeterías de pueblo para intentar convencer a los militantes del PP de que los voten?
Esperanza Aguirre sí. La presidenta de la Comunidad de Madrid se ha dado cuenta de que es poco factible conseguir los apoyos necesarios para aupar su candidatura al congreso del PP que se celebrará en junio y ha cambiado de estrategia. Haciendo cuentas, la cosa pinta mal: el número de compromisarios que Madrid aporta no sería suficiente para hacerse con la nominación y la alineación de varios líderes regionales del PP con la candidatura de Rajoy le imposibilita cualquier posibilidad de triunfo.
Aguirre tendrá que esperar a la siguiente gran asamblea, que se celebrará en 2011. La tregua con Rajoy está firmada hasta entonces, pero la presidenta quiere que el proceso de selección de los candidatos del PP sea similar al de las primarias estadounidenses. Para ello, impulsará una enmienda a la ponencia de Estatutos del partido que proponga que sean los militantes los que elijan a los candidatos del partido.
La imagen de las primarias estadounidenses, especialmente con el interminable duelo fratricida que desde hace meses sostienen los candidatos del Partido Demócrata, nos es familiar. Pero, ¿sería posible ver algo similar en España?
La postura de José Ignacio Cases, vicedecano de Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III, es la contraria a la de la presidenta del Ejecutivo autonómico. Cases opina que en Europa existe un déficit de democracia interna que hace inimaginable un proceso de primarias abierto como el de Estados Unidos. "Establecer primarias sería lo deseable, pero en la práctica es imposible porque los aparatos de los partidos no permiten la entrada de elementos externos", observa. "Es utópico, ciencia ficción".
En cierto modo, no es de extrañar que se muestre tan escéptico. Al fin y al cabo, algunos barones del partido ya han confirmado que "sus" compromisarios (los representantes de los militantes, elegidos por listas abiertas y cuyo número por organización territorial se establece en función del nivel de militancia y del porcentaje de votos obtenido en las elecciones) votarán por Rajoy. Es decir, que meses antes de que se hagan oficiales las candidaturas y de que se celebre el congreso, su voto está decidido de antemano. Entonces, ¿son sólo un trámite las asambleas de los grandes partidos?
José María Maravall, jurista y ex ministro socialista, también se muestra crítico con la falta de democracia interna en las formaciones políticas españolas, pero opina que procedimientos como el que propone Aguirre no buscan que ésta aumente, sino hacer un plebiscito "populista" sobre su persona. "Acudir a la militancia, que muchas veces está menos informada que los cuadros medios, es en realidad una forma de saltarse los controles internos que existen en los partidos", explica.
Ésta no es la primera vez que se debate sobre las primarias internas en España. En el PSOE se hizo en 1998 un intento de poner en práctica este sistema. Tras ser elegido secretario general del PSOE en 1997 con todo el apoyo del aparato del partido, Joaquín Almunia impulsó unas primarias internas para tratar de refrendarse como líder y deshacerse de la sombra del dedo de Felipe González.
Para sorpresa de casi todos, el tiro le salió por la culata y lo que parecía que iba a ser un simple trámite que mejoraría la imagen del PSOE de puertas para fuera acabó volviéndose en su contra con la victoria de Josep Borrell. Quizás el 'establishment' de los grandes partidos tomó nota y aprendió la lección, pero desde entonces no se ha vuelto a plantear de forma seria repetir este procedimiento de selección.
Otro ejemplo reciente podemos encontrarlo en Francia. El Partido Socialista (PS) inició unas primarias para elegir al candidato a la presidencia antes de las elecciones de mayo de 2007, que ganó Ségolène Royal a los dinosaurios del PS Laurent Fabius y Dominque Strauss-Kahn.
Durante el proceso se pudo escuchar uno de los principales argumentos que existen contra los procesos de primarias: debilitan y erosionan la imagen de los candidatos. Al igual que sucede ahora con el progresivo endurecimiento de los discursos de Obama y Clinton, los virulentos ataques que protagonizaron los aspirantes allanaron el camino a Sarkozy. El ahora presidente francés no tuvo más que retomar el discurso de sus rivales para hacer campaña contra Royal, algo de lo que se ha quejado con amargura la ex candidata.
El debate en torno a la democracia interna es casi consustancial al sistema de organización interna de los partidos y no es en absoluto nuevo. Ya a principios del siglo XX el sociólogo elitista Robert Michels enunció la llamada Ley de Hierro de la Oligarquía. La idea de Michels es que si los partidos quieren tener más eficiencia deben establecer un liderazgo férreo en detrimento de la democracia interna. Y parece que sus tesis siguen vigentes y se siguen a rajatabla.
La democracia en el seno de los partidos puede darse por varias vertientes, según explica la politóloga Henar Criado en 'Los partidos políticos como instrumentos de democracia' (artículo en pdf): a través de la participación en la elaboración de los programas políticos y electorales, en los procesos de selección de candidatos y en el de listas electorales. Todos los mecanismos que garanticen la participación de las bases en los procesos de toma de decisiones fortalecerán la imagen democrática de los partidos, otorgándoles credibilidad y la sensación de que estos se someten al control de sus militantes.
Sin embargo, la democracia interna también tiene sus detractores. Aunque uno de los argumentos que más a menudo se esgrimen contra las primarias es el del debilitamiento de los candidatos, Criado expone otras. La más importante de todas y, quizás, la más valorada por cargos de las formaciones políticas es el precio electoral que hay que pagar.
Las primarias, además de alterar la disciplina de voto y generar radicalismos que espantan a los electores, debilitan la cohesión interna y favorecen la aparición de facciones enfrentadas, con equipos y proyectos diferentes. Y ninguno de estos efectos atrae el voto. "Lo malo es que ni siquiera se esgrimen estos argumentos en contra, porque no hay debate", lamenta Cases, "los intentos de democratizar los partidos se boicotean en la práctica, y ya está".
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