Redacción Internacional.- Aunque dicen huir de las metáforas visuales en la concepción de sus obras, Tuñón y Mansilla han proyectado para su Madrid natal un edificio que invita a la ensoñación poética y que se convertirá, sin duda, en emblema de una ciudad moderna y que entra con "poderío" en el siglo XXI.
Como un bello sol de poniente, o como una lorquiana y plena luna llena, el futuro Centro Internacional de Congresos de la Ciudad de Madrid (CICCM) apunta alto: Será uno de los centros de congresos más importantes de Europa, con capacidad para 20.000 personas, y hace un poco más verdad el viejo eslogan "De Madrid al cielo".
Pero el exitoso dúo de arquitectos formado por Emilio Tuñón y Luis Moreno Mansilla, que en su proyecto "Madrid, donde nunca se pone el sol" han asociado a su colaboradora Matilde Peralta del Amo, hacen mucho hincapié en las dos estrategias que -insisten- catalizan el proyecto: Su relación contextual con las cuatro torres del nuevo centro financiero de Madrid y su oportunidad como inversión pública.
Como lema para garantizar el anonimato en el concurso público que han ganado recientemente podrían haber elegido "05734", dice Tuñón, quien, no obstante, concede que con el título "Madrid, donde no se pone el sol" quisieron evocar la "obsesión" y "nostalgia" de los madrileños con los cuerpos celestes y la idea de una urbe que no para las 24 horas.
Pero ese no fue el punto de partida del proyecto sino una metáfora de explicación, apunta Mansilla, absorto aún en la contemplación de la nueva maqueta del edificio que acaba de llegar a su estudio, situado en una antigua carpintería de techos altísimos y donde los dos arquitectos citaron a Efe.
"Terminó siendo un sol" de poniente, que "es quizá el momento en que se muestra más bonito", "pero en nuestra cabeza no estaba hacer un sol", añade, y explica que todo empezó con una reflexión histórica sobre lo que representan las cúpulas de las iglesias y las bóvedas en las ciudades, lo cual les dio la intuición de que tenían que ir hacia una figura circular o esférica, pero que mirase hacia la Castellana, eje que estructura Madrid de este a oeste.
Debía ser, por tanto, algo circular, pero no esférico, sino cortado para que fuese más esbelto, de manera que se complementase y no entrase en competencia con los rascacielos del complejo de las Cuatro Torres, que ya se alzan en los antiguos terrenos de la Ciudad Deportiva del Real Madrid y que están firmados por los arquitectos Norman Foster, Rubio&Sala, César Pelli y I.M.Pei.
Lo que sí tuvieron claro desde el principio era que "los 70.000 metros cúbicos (sobre rasante) de edificio público que querían proyectar no debían estar como un basamento a los pies de las cuatro torres, como se hacía en el siglo XX, sino que debían establecer una relación de tú a tú, con escalas y formas", señala Tuñón.
Un edificio, en definitiva, que, según dice, "se inserta en una cadena de eventos arquitectónicos que recorren la Castellana", cuyo tramo final cierra por el oeste junto a las Cuatro Torres, y que tiene una dimensión paisajista pues, dado su ubicación elevada, se va a ver desde largas distancias.
Todas esas circunstancias se suman para que el CICCM tenga "una importancia muy grande de edificio simbólico de modernidad", y funciona como la pieza que dota de contenido social a la imagen de eficacia, trabajo y actividad que trasmiten las torres, al tiempo que en su conjunto dan "una imagen reconocible del Madrid moderno".
Este edificio tiene el don de unir las cuatro individualidades de las torres, añade, por su parte, Mansilla, tras explicar que su idea de arquitectura con la que han sembrado de edificios singulares España, se basa en "hacer factible la igualdad y la diversidad de las personas", y satisfacer necesidades sociales y estructurales.
En sus 220.000 metros cúbicos, de los cuales 150.000 están bajo rasante, el CICCM contendrá un sala de congresos para 3.000 personas, con capacidad de ampliar hasta 5.000, y otra de 2.000, así como cuatro grandes plantas superpuestas polivalentes de 10.000 metros cuadrados, un aparcamiento de dos mil plazas y un restaurante y un mirador en la última planta.
Eso por dentro. Por fuera tendrá una "piel de aluminio", lo que le dará reflejos y un color metalizado, con textura y brillos que tendrán continuidad con las torres, señala Tuñón.
Este es, sin duda, su proyecto "más difícil", pero también el que "más ilusión" les hace, dice Mansilla, quien "nunca había respondido tan categóricamente a una pregunta".
Discípulos de Rafael Moneo, en cuyo estudio intimaron y donde estuvieron diez años (1982-1992), aprendieron del maestro, según Tuñón, "un modelo, pero no un estilo. Una forma de trabajar con honestidad y mucha implicación personal y con mucho esfuerzo".
"Somos como zapateros. Pretendemos hacer un conjunto de obras seleccionadas, un puñado muy cuidadas y con mucho cariño y con mucho disfrute y mucha relación personal con el trabajo, con conexiones casi sentimentales", explica.
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