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Otro sol para Madrid

Por SOFÍA RUIZ DE VELASCO (SOITU.ES)
Actualizado 10-01-2008 11:14 CET

"La arquitectura tiene como objetivo la disposición de los escenarios donde el ser humano realiza sus actividades. Esto implica el deber de atender a las necesidades de las personas". Así lo explican Luis Mansilla y Emilio Tuñón, arquitectos madrileños (ambos nacidos en 1959) responsables del edificio que albergará el Centro Internacional de Convenciones de la Ciudad de Madrid. Un nuevo sol, que nunca se pone, alumbrará las polémicas torres de cerca de 250 metros que rematan la Castellana.

La arquitectura piensa y construye el espacio. Y es en ese paso previo, en esa base conceptual, donde se gesta la esencia de los proyectos. Emilio Tuñón, Luis Mansilla y Matilde Peralta del Amo, con la que han colaborado, establecieron que la relación entre lo privado y lo público era determinante para el edificio. «Era importante dar presencia a la edificación pública» dentro de la operación de recalificación de los terrenos de la antigua ciudad deportiva del Real Madrid. Los arquitectos decidieron que su edificio estableciera «una relación de igual a igual» con las torres.

Se negaron a aceptar la condición de basamento horizontal al «servicio» de los edificios en altura, que se presuponía a cualquier proyecto que osara alzarse bajo los cuatro «colosos» de la Castellana. De tú a tú, es como estos arquitectos madrileños miran a los autores de las torres: Norman Foster, César Pelli, Rubio&Sala y I.M.Pei. Porque, tal y como sostienen, la aparición de arquitectos extranjeros ha enriquecido la discusión sobre la arquitectura y la ciudad.

Uno de los vértices de este diálogo, es el de la utilidad de los edificios y su relación con los ciudadanos. Por eso, la condición más representativa de la propuesta de Mansilla y Tuñón es su interés en construir una infraestructura flexible de planos de trabajo en vertical, que permita la «relación natural» entre el usuario y los espacios de uso público. Así surge un edificio de 70.000 metros cuadrados, integrado en el paisaje urbano y con capacidad para 20.000 personas.

Todo proyecto de arquitectura parte de una idea. En este caso una reflexión histórica: la del papel de las cúpulas de las iglesias y las bóvedas en las ciudades. Esto determinó la forma circular del Centro de Convenciones. A partir de aquí sólo fue casualidad que el proyecto fuera bautizado como 'El sol que nunca se pone'. Simplemente era una garantía de anonimato durante el proceso de selección. Las metáforas visuales, dicen, no explican la arquitectura.

Pero es esta metáfora, que equipara el edificio con el sol de un cielo de Madrid «cada día más añorado por los madrileños», la que puede contribuir a que el Centro Internacional de Convenciones se convierta en un icono de la ciudad, aunque sus autores no lo quieran. «No creemos que Madrid necesite ningún emblema. Para nosotros las grandes cartas de presentación de la ciudad son la tolerancia y la eficacia de las personas que la habitan".

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