Cuando un torero como Ortega Cano, o una bióloga como Ana Obregón, se rebajan a participar en un mugriento concurso televisivo de baile, es porque tienen hambre. En lugar de dedicarse a sus verdaderas profesiones, el toreo y la investigación, se han visto obligados a aceptar un trabajo denigrante para sobrevivir. El hambre, esa sensación que produce la necesidad urgente de comer, es mala compañera de viaje. Que se lo digan a los 852 millones de personas, 300 de los cuales son niños, que pasan hambre en el mundo. A las 18.000 personas que mueren cada día debido a la escasez en el planeta de la abundancia. A los gobiernos, que no comprenden, o no quieren comprender, que los recursos necesarios para afrontar el problema de la desnutrición son muy pocos en comparación con los beneficios que produciría invertirlos en esta causa.
Anne durante la gala solidaria.
Ortega Cano y Ana Obregón no tienen hambre de comida, a ver si me entienden. Puede que al no trabajar en sus profesiones verdaderas tengan problemas de liquidez, para pagar a la cuadrilla o ponerse unas tetas nuevas, pero eso son minucias. Su verdadera hambre es de solidaridad. Tener una actitud social comprometida se ha convertido, por obra y gracia del marketing y la comunicación, en la mejor forma de vender un producto infecto, de limpiar la imagen de una empresa contaminante, de revitalizar una carrera acabada.
Cano y Obregón son dos de los bailones que participaron el pasado sábado en una edición especial y solidaria del programa de TVE '¡Mira quién baila!' (La 1). Hubo muchos bailones más, decenas de ellos, puesto que con sus meneos tuvieron que rellenar 586 minutos de la programación de la tarde-noche del sábado. Como se lo cuento: nueve horas y cuarenta y seis minutos de solidaridad en estado puro, puesto que durante el espacio se recaudaron fondos para proyectos humanitarios que la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación desarrolla en todo el mundo.
Anne Igartiburu presentó el agotador programa, y en uno de los muchos momentos patéticos del mismo charló con Andy y Lucas: "Os voy a recordar que estáis aquí para erradicar el hambre en el mundo". Lucas (o Andy, qué sabemos) le respondió: "Pues sí, hoy es uno de esos días en los que te sientes orgulloso de ser artista, sobre todo teniendo en cuenta que son más de las seis y media, y mucha de la gente que nos ve ya habrá merendado".
Despues de comer, dormir la siesta y ver una película en el cine, volví a sintonizar con Igartiburu en el momento en que contaba la historia de una mujer etíope llamada Lula. Con el dinero donado por la FAO, Lula se compró una vaca. Vendió la leche y con lo que ganó se compró un televisor. La gente iba a su casa a ver la tele y pagaba por tomar un café. Con los beneficios montó un pequeño hotel… ''Y así levantó cabeza", dijo Anne, la presentadora feminista, que sentenció: "Pues después de todo eso, incluso el marido quiso volver con ella".
Ortega en acción.
¿Qué quieren que les diga? No sé si los artistas cobraron o bailaron de manera generosa. Ni si la productora Gestmusic ha realizado su trabajo por amor al arte o ha pasado ya la factura a TVE. Ni siquiera si Vodafone, Orange o Telefónica ofrecían sus servicios de tele engañifa, por una vez, de forma altruista. Lo que sí puedo garantizarles es que el espíritu que reinó a lo largo de las ocho horas fue profundamente solidario. Tanto que daba asco. Seguramente ahí radicó su asombrosa efectividad en la lucha contra el hambre: ver bailar durante horas y horas a Ortega Cano, Julio Salinas, Ana Obregón, Oscar Higares o Terelu Campos mareaba, revolvía las tripas, aflojaba los intestinos y hasta provocaba arcadas. Se te quitaban las ganas de comer, y hasta de respirar y vivir.
"La comunidad internacional ha destinado más de 2,7 billones de dólares en forma de ayuda al desarrollo desde los años 60 sin que se puedan mostrar grandes avances", escribían García Montalvo y Reynal-Querol el domingo 2 de noviembre en un interesante reportaje de La Vanguardia. "Existen varias causas", continúan. "En primer lugar, los objetivos de muchos donantes están dominados por razones políticas o estratégicas en las que la mejora de las condiciones de vida del receptor de la ayuda no es la prioridad".
Sin comentarios. Excepto un detalle final tremendo: no contentos con el interminable maratón de la tarde del sábado, en la mañana del domingo TVE repitió, en La 1 y durante dos horas y media de programación matinal, los mejores momentos. En total, doce horas y dieciséis minutos de televisión pública decrépita, hipócrita, esperpéntica, vomitiva, abochornante.
P.D.
Jordi González, presentador de 'la Noria', es un incunable televisivo. Y lo es por su apabullante ignorancia. El pasado sábado se empeñó en llamar "incunables" a dos libros de 1938 que regaló a Santiago Carrillo. Incunables, amigo Jordi, son los libros impresos entre 1453, fecha de la invención de la imprenta moderna, y 1501. Lo que regalaste a Carrillo eran dos libros viejunos. Y punto.
El club de la miseria.
Autor: Paul Collier.
Editorial: Turner.
The Economist dijo que este libro estaba destinado a convertirse en un clásico. Aseguró que se trataba de la edición más importante del 2007, e insistió en que su lectura debería ser obligatoria. El autor cuenta cómo mil millones de personas forman, desde los países más pobres del mundo, el 'club de la miseria', y viven al margen de unos estados en vías de desarrollo que, como los asiáticos e hispanoamericanos, poco a poco enderezan sus economías, luchan por crecer de manera sostenible y sueñan con un futuro mejor.
«El club de la miseria» habla de medio centenar de países sin futuro. Mal gobernados, rodeados de otros países pobres, sin salida al mar, que dependen de sus recursos naturales o padecen conflictos violentos. Sus habitantes son personas que están en la parte baja de todas las tablas, en el final de las estadísticas, en el olvido.
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Javier Pérez de Albéniz es El descodificador.Tiene un blog, una parienta, una niña, un perro, dos caballos, un huerto, un libro de Walt Whitman, una Gibson acústica del 78 con las cuerdas nuevas, todos los discos de Mississippi John Hurt, una foto de Kipling junto a otra de Johnny Cash, un mapa del Kala Patar (5.545 m)… Y una tele vieja que se ve como el culo.
Yo, cada vez que veo a alguno de estos "supersolidarios" o "superafectados de la muerte" me echo a temblar. +
se acerca la navidad y el putrefacto espíritu solidario caerá sobre las cadenas en forma de festival de caras famosas derrochando ignorancia y pantomima... +
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