La viñeta de Obama, última víctima del veneno de lo políticamente correcto

"Bromas, ni de los amigos", habrá pensado Obama al ver la portada del último número de 'The New Yorker'. La caricatura, obra de Barry Blitt, muestra al candidato demócrata y a su mujer desde los ojos de los neoconservadores (violentos, musulmanes, aliados de Bin Laden y antipatriotas). Sin embargo, la viñeta no ha sido del agrado del equipo del político, ni tampoco de su rival. Ambos coincidieron en calificarla de "ofensiva". De nuevo, un simple dibujo tiene la fuerza de desairar a los poderosos.

Portada del último número de 'The New Yorker'

No es una historia nueva. Honoré Daumier pasó seis meses en prisión por retratar a Luis Felipe I como una pera. Corría el siglo XIX. Hace poco menos de dos años, el argelino Alí Dilem fue condenado a un año de cárcel por sus retratos humorísticos del presidente Buteflika. El poder de la sátira no ha perdido su esplendor.

"Los últimos episodios ponen de manifiesto el poder que aún tiene la caricatura en este mundo donde se ha impuesto lo audiovisual", señala José Luis Martín, editor de 'El Jueves'. Esta revista satírica fue el centro de la polémica el año pasado por un caso similar al de The New Yorker. "Los dos apostamos por una portada polémica pero contando con la cómplice inteligencia de nuestros lectores. Ellos entienden nuestro mensaje, y son otros los que ven ahí un ataque o una ofensa", añade.

En el caso de 'El Jueves', el dibujo de los Príncipes de Asturias practicando sexo les costó una multa económica y el secuestro de la publicación. Pretendían, según sus responsables, burlarse de la promesa de Zapatero del cheque-bebé, "y no escondía un ataque a la Corona o una subversiva proclamación de la III República como algunos trataron de ver", según Martín. En el caso de 'The New Yorker', su director ha aclarado que la portada sátira tiene como objetivo "ser un espejo sobre los prejuicios y las oscuras imaginaciones acerca del pasado de Obama y sus políticas".

Sin embargo, parece que algunos no ven con buenos ojos que para arremeter contra los críticos con Obama se tenga que vestir al candidato de musulmán, a su mujer de 'Pantera Negra' y quemando la bandera de barras y estrellas. "Pero es que la gracia de la caricatura es su carácter grotesco, que es lícito y positivo", apunta el dibujante Pepe Medina, que publica todos los días en 'Público'. Hacer reír es el principal objetivo que se busca con estos dibujos, más allá de la crítica, según Medina. "Por eso es tan temida por los poderosos, porque tienen miedo al ridículo".

"Hay una tendencia a la corrección política"

Pero no sólo los poderosos (ya sean del mundo de la política, el Ejército, la empresa o las religiones) tienen miedo. La publicación por parte del diario danés Jyllands-Posten en septiembre de 2005 de unas caricaturas de Mahoma levantó una ola de violencia en contra de Occidente en muchos países árabes. Desde entonces, el autor del dibujo lleva escolta, pero el temor se ha contagiado a otros profesionales. "La autocensura siempre ha existido y es difícil evitarla -afirma Medina-. Pero lo verdaderamente censurable es que se censure después de publicarse". Lo que sí ha notado este autor es que los últimos años los medios cada vez se ven más forzados a justificar las viñetas, consecuencia del "veneno de lo políticamente correcto".

"Hay una progresiva tendencia a la corrección política", coincide Martín, cuya publicación fue objeto en sus inicios de los ataques de la Iglesia y el Ejército. "Ahora, sin embargo, se molestan más colectivos como ecologistas, sindicalistas, homosexuales... que están hipersensibilizados a la crítica y se toman el humor siempre por la parte mala".

Es posible que la polémica de 'The New Yorker' no vaya más allá. Quizá a lo más que llegue sea a la renuncia de Obama a seguir siendo un asiduo lector de la publicación progresista. O alguna represalia económica de algún anunciante que retire su nombre de las páginas de la revista, "es una manera de censura habitual en los últimos tiempos", según Martín. En España, los dos autores de la viñeta de los Príncipes tuvieron que pagar 3.000 euros. Al menos, no acabaron en prisión como les ocurrió a Daumier y Dilem.