El hombrecito de los semáforos de la ex RDA se ha convertido en un icono cultural en Alemania
Leí una vez en un panfleto anarquista que el poder no crea nada bello pero cuando hace unos meses crucé por primera vez por un paso de cebra en Berlín oriental me convencí de que lo contrario no es imposible:
Dicen algunos anarquistas que el poder no crea nada bello pero, cuando hace unos meses crucé por primera vez por un paso de cebra en Berlín oriental, me convencí de que lo contrario puede suceder: un pequeño hombrecito verde con sombrero me invitaba a cruzar la calle; era el turno de los peatones. Como no podía ser de otra forma, el hombrecito verde tiene un hermanito rojo, también con sombrero: Se llaman Ampelmännchen (hombrecitos del semáforo). También se pueden encontrar en otros países post comunistas como Polonia.
Este alegre hombrecito, que irradia energía positiva y mira al frente con la cabeza alzada y el cuerpo hacia delante, debió de poder encontrar una grieta en el gris y materialista sistema que fue la República Democrática Alemana. Entonces todo se hacía de forma superfuncional y práctica, y el diseño y la belleza sólo se aplicaban a ensalzar los valores del régimen y a sus dirigentes. No hay más que ver los invariablemente horribles edificios de bloques soviéticos esparcidos por todo el antiguo bloque soviético, cuya visión daña la vista. Observar como dejó caerse a trozos el poco patrimonio cultural e histórico que el azar salvó de la segunda guerra mundial, dice mucho de la sensibilidad de estos pretendidos socialistas.
Una nación había evolucionado paralelamente y un sistema tuvo que transformarse en el otro, borrando en la medida de lo posible las huellas de Lenin. Esta fusión desigual supuso la conversión del sistema oriental al occidental en todos los ámbitos: aparte del consabido cambio del socialismo de estado al capitalismo, también todas las leyes, el sistema educativo, político y judicial fueron adaptadas al sistema occidental y el mobiliario urbano no fue una excepción.
A partir de 1990 los semáforos orientales con los simpáticos y queridos Ampelmännchen empezaron a ser arrancados y sustituidos por su homólogo occidental, que en lugar de una figura humana parecen humanoides, que nada transmiten.
¿Dónde está la necesidad de cambiar unos hombrecitos por otros? O incluso, ¿Por qué no sustituir a la inversa ya que a todas luces, son más lindos y entrañables?
Un movimiento ciudadano alzó la voz y formó una plataforma en defensa de los Ampelmännchen. La campaña pedía la interrupción de la mutilación del escaso legado estético que el régimen anterior les había dejado como recuerdo de aquella época, donde la palabra desempleo sólo era un concepto teórico. Pronto los Ampelmännchen ya no sólo no estaban en peligro sino que llegaron a cruzar la frontera -que ya no existe- e invadir el oeste. La victoria de los defensores de los Ampelmännchen se produjo en una atmósfera de resentimiento de los ossies hacia los wessies, que aún hoy se sienten traicionados (ahora la palabra desempleo ya ya no es teórica sino muy práctica).
Los Ampelmännchen son ya un icono cultural de la identidad postcomunista[1], lugar cenagoso donde habitan sin embargo millones de personas. Paradójicamente, la idea ha sido explotada desde una óptica muy poco socialista, que más bien nos retrotrae a la mercantilización de todo, hasta alcanzar el infinito y poco más, que se da con tanta frecuencia en los países del llamado primer mundo: El hecho de que nuestros amiguitos verdes y rojos carezcan de algo tan básico hoy en día como el copyright a eso llegaron tarde ha facilitado su reproducción y comercialización. Así podemos encontrar en el Berlín de hoy tiendas para turistas y nostálgicos, cuyo principal reclamo son los pobrecitos Ampelmännchen sobre todo tipo de objetos; tazas, camisetas, gorras
Pero, ¿qué pensarán los Ampelmännchen de todo esto? Nadie lo sabe y a nadie interesa; tal vez con resignación, tal vez con renovado esfuerzo siguen los Ampelmännchen marcando con paso vivo cada vez más pasos de cebra de Alemania.
[1] Ostalgie, unión de Ost (este) y Nostagie (nostalgia), resume este sentimiento de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
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