En mi blog personal celebraba la concesión del Premio Nobel de Economía 2009 a Elinor Ostrom (wikipedia) como "la oportunidad del pro-común".
A Ostrom le han concedido el Premio "for her analysis of economic governance, especially the commons". Para mí ha sido una gran alegría. Siendo biólogo, mi trabajo en gestión de recursos naturales siempre ha estado inspirado en las ideas de Ostrom. Los ecosistemas, por su propia naturaleza, presentan necesariamente y en la mayor parte de sus componentes las características de un pro-común o de bienes comunales. Como ha demostrado el trabajo de Ostrom y otros científicos sociales, y algunos ecólogos, el vasto territorio entre los mercados y los estados, es el espacio donde se construyen, en muchos casos de forma no planificada y basada en las negociaciones ("conversaciones") entre individuos y grupos, instituciones y normas que gobiernan en buena medida nuestras sociedades (uno de sus últimos artículos en Science hace una síntesis de esas ideas). Pero este espacio del pro-común fue obviado por muchos años por los economistas neo-clásicos generando una visión simplista del funcionamiento de nuestros sistemas económicos. Sólo en este escenario reducido puede entenderse el debate maniqueo entre estado y mercado que nos ha llevado hasta la actual crisis y en el que siguen instalados buena parte de los dirigentes políticos y de la academia. Por el contrario, el trabajo de Ostrom ha logrado revitalizar el concepto de pro-común y su relevancia para comprender la gobernanza de muchos sistemas complejos, como los ecológicos, los urbanos o la propia Internet.
Aunque en este post comentaba principalmente las implicaciones de las ideas de Ostrom para el gobierno de ecosistemas y ciudades, sus ideas son también de aplicación a Internet y la cultura digital. Aunque es este un campo en el que ha trabajado mucho menos, en 2007 co-editó un libro (junto con C. Hess) que recopilaba diversos avances en la gestión del conocimiento entendido como un común ('Understanding knowledge as a commons: From theory to practice', The MIT Press).
Creo que la concesión del Nobel es una excelente oportunidad para recordar y ampliar una idea sobre la que ya escribí en Piel digital : debemos entender a Internet como procomún (más aquí). Allí explicaba lo que son los bienes comunes o procomún (commons):
... son aquellos que comparten características tanto con los bienes públicos (dado que no son 'excluibles', porque es muy difícil privar a los usuarios de su utilización) como con la propiedad privada (al ser 'sustractables', si una persona usa esos bienes disminuirá su disponibilidad para otros usuarios).
Si los ecosistemas 'naturales' están constituidos en gran medida por bienes comunes, Internet podría ser considerado un ecosistema digital dado que es un procomún complejo formado en realidad por varias capas de infraestructuras, instituciones y prácticas. Para explicarlo utilizaba un post de Joi Ito (junto con su presentación Status of the Commons):
Para explicar el papel de Creative Commons como parte del ecosistema de innovación abierta al que sirve de plataforma Internet, plantea la existencia de cuatro capas de innovación abierta: 1) ethernet, como la tecnología que permite la comunicación en redes locales de ordenadores; 2) TCP/IP, conjunto de protocolos de red en que se basa Internet; 3) HTTP / La web, conjunto de protocolos que permiten la conexión de documentos de hipertexto, o se a de contenidos, y su acceso desde Internet; y 4) Creative Commons, como el protocolo legal que permite el intercambio y la colaboración en el ámbito de las ideas y cultura.
En otros posts utilizaba este enfoque para analizar los casos de Mozilla y Creative Commons como estrategias empresariales para el procomún digital. Pero, ¿cómo afecta que Internet sea un pro-común a su gobierno? Para empezar a contestar a esta pregunta deberíamos comenzar por entender las consecuencias de que el ecosistema digital, tal como propone Joi Ito, se componga de cuatro "capas": las máquinas (los ordenadores y Ethernet como interfaz de comunicación), la propia red Internet (que utiliza un protocolo TCP/IP), los contenidos (que se desarrollan en la World Wide Web usando el protocolo http) y la cultura. Mientras que las máquinas e Internet (en sentido estricto) son infraestructuras físicas o duras en las que operan las reglas que gobiernan los bienes comunales analógicos (como el aire que respiramos, buena parte del mar o muchos bosques): la sustractabilidad y la dificultad de exclusión. O sea, sufren problemas de congestión y su diseño dificulta su control absoluto por parte de un poder (aunque algunas dictaduras lo intentan constantemente e incluso el gobierno chino ha tenido cierto éxito en este esfuerzo).
Pero en el caso de los contenidos digitales y la cultura que se desarrolla alrededor de esos contenidos y de las redes sociales que los producen y consumen no existe el problema de congestión dado que pueden ser consumidos por muchos usuarios sin esto dificulte el acceso de otros. Además, como nos muestran las constantes guerras entre "piratas" e industrias culturales aliadas casi siempre con los gobiernos, la exclusión legal y tecnológica ha sido siempre muy ineficaz. Parece que este aspecto del diseño original de Internet ha sido enormemente robusto y ha provocado consecuencias difíciles de predecir en su momento.
Por tanto, la gobernanza del ecosistema digital (entendido en un sentido amplio e incluyendo por tanto la cultura digital) necesita de un sistema doble que se ocupe de los dos tipos de capas que la caracterizan. Las "infraestructuras duras" necesitarán mecanismos similares a los de los recursos naturales o los espacios públicos analógicos dado que funcionan dentro de una lógica de la escasez. Así es necesario el papel de los gobiernos y otras instituciones como reguladores para definir y conservar la arquitectura de la red y elementos esenciales como su neutralidad además de definir condiciones que permitan un acceso universal .
Por el contrario, las "infraestructuras blandas" de la cultura digital funcionan en la lógica de la abundancia. En este caso la aplicación de las estrategias propias de las infraestructuras físicas y de los comunes analógicos darían lugar a lo que James Boyle han denominado enclosure (que podemos traducir como confinamiento o cercamiento) en su libro The Public Domain: Enclosing the Commons of the Mind. En otros términos, la creación de escasez artificial que tiene como consecuencia la reducción de la innovación y por tanto una menor generación de riqueza colectiva. En este sentido, Juan Urrutia ha explicado como en el caso de los comunes intangibles la mejor opción para generar innovación es evitar las consecuencias de la protección de la propiedad intelectual (para evitar la tragedia de los anti-comunes):
... Sin embargo, hay casos en los que la copia es tan fácil que no se puede hablar de escasez de la misma forma que no podríamos referirnos al lenguaje como escaso o generador de escasez.
En esos casos surge, entre otros fenómenos interesantes, 'el efecto-red' que es al que se refiere al post que trato de comentar. Cuando unos agentes sociales están en red, se tiende a hablar el lenguaje que habla la mayoría, de forma que un lenguaje dado, el español por ejemplo, es hablado por el 80% de la población española mientras que solo un 20% habla catalán, gallego, euskera, bable o caló. De la misma forma cuando uno tiene que decidirse sobre qué sistema operativo usa en su ordenador decidirá muy posiblemente (y salvo que medie un deseo apostólico) usar aquel que usa la mayoría para poder comunicarse con más gente más fácilmente.
Un problema interesante es si este efecto-red tiene consecuencias relevantes. Parecería que supone la oportunidad de establecer un estándar que arruina a los otros pero esto no es necesariamente cierto pues, a falta de una artificial propiedad intelectual, siempre puede surgir una innovación trivial o una nueva manera de hacer las cosas que desplace a la anterior y que, empujada por la fuerza del propio efecto-red la entronice como nuevo estándar. Esta capacidad de contagio que se da en las redes es buena para la innovación y sería desgraciadamente handicapada si se estableciera cualquier tipo de propiedad intelectual.
Si aceptamos en consecuencia que la propiedad intelectual puede no ser buena nos percatamos inmediatamente de que en el caso de los bienes intangibles en lugar de una Tragedia del Procomún podemos encontrarnos en medio de una Comedia del Procomún: la aparente sobreexplotación no tiene costes sociales, sino beneficios sociales.
Una lectura inteligente de Ostrom nos da numerosas pistas para entender el funcionamiento de Internet y la cultura digital y para diseñar las reglas e instituciones para un gobierno que favorezca la innovación y la creación de riqueza y que se sitúan en buena parte en ese "vasto territorio" entre el mercado y el estado.
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