Pedro J. Ramírez, director del diario El Mundo, recuperó el tema de la fotografía de las hijas de Zapatero en una entrevista que le hizo ayer su propio periódico: «Si mi hija Cósima se viste así para una recepción, vamos, es que le doy una torta». Normal: Pedro J. es un liberal, como reconoce en el texto, pero también un esteta. Un tipo que, gracias a su gusto exquisito a la hora de elegir complementos, está perfectamente capacitado para dar consejos sobre vestuario. Recuerden lo sensacional que le queda cualquier prenda, incluso una tan elástica y ceñida como... los tirantes. De cualquier manera, y en caso de duda, Pedro J. siempre puede consultar con su mujer, Agatha Ruiz de la Prada, reina del buen gusto y la elegancia clásica.
Deberíamos saber que hay cosas muchísimo peores que vestir ropa negra. O roja. Francisco Camps es el ejemplo perfecto de que el hábito no hace al monje: lucir un elegante traje de Milano no significa nada. Ni siquiera que lo hayas pagado. La entrevista con Pedro J. ilustra un número especial del suplemento dominical dedicado a 1989, año en que nació El Mundo. Recuerdo que en esa década visité por primera vez Londres y Nueva York, y que me sorprendió mucho más viajar en metro que conocer el Moma o el Museo Británico. En aquellos vagones se respiraba libertad. Gentes de todas las tribus, razas y estratos sociales, que vestían y se peinaban como querían, compartían espacio de manera armoniosa. Sin una mirada torcida, sin un reproche, sin una crítica, sin una sonrisa burlona de superioridad. Pakistaníes, ejecutivos, punks, azafatas, monjes budistas, góticos... Nadie miraba a nadie por encima del hombro, nadie se consideraba mejor que los demás por su ropa, por su aspecto.
Me gustaba pensar que España había navegado en esa dirección, y que la discriminación por la imagen o el atuendo era algo viejo y provinciano. Un tema superado. Es decir, que una adolescente podía vestir ropa negra o de Agatha Ruiz de la Prada sin que el liberal de su padre le partiese la cara. Pero veo que no es así. Y que aún vivimos en un país donde se juzga a la gente antes que por sus hechos, por su manera de vestir. Pero lo peor no es eso. Si somos capaces de dar tortas, físicas o metafóricas, a alguien cuyo ideal de ropa no coincide con el nuestro ¿qué no haremos con aquellos que tengan ideas políticas, religiosas o morales diferentes?
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