Enfrente de la Casa Blanca, en la avenida de Pennsylvania, se levanta Blair House, una residencia construida en 1824 que se utiliza para alojar a los mandatarios extranjeros que van a rendir pleitesía al todopoderoso presidente de Estados Unidos. El propietario de la mansión era Francis Preston Blair, influyente editor del periódico 'Globe', viejo amigo y confidente de Abraham Lincoln, con el que solía reunirse a última hora de la tarde frente a la chimenea de su despacho para comentar los asuntos del día.
En sus clásicas y recargadas habitaciones han pasado la noche, alternando el sueño con la vela, inquietos por la mezcla de emoción y desazón propia del trascendente encuentro de la mañana siguiente, personajes tan dispares como Charles De Gaulle, la reina Isabel II de Inglaterra, Boris Yeltsin, Ferdinand e Imelda Marcos —presidentes de Filipinas— o Margaret Thatcher. En su web se pueden cotillear las históricas firmas del libro de invitados. En ella también han pernoctado Suarez, Felipe González y Aznar, los otros presidentes españoles que han logrado la ansiada foto con su homólogo estadounidense. José Luis Rodríguez Zapatero, tras aterrizar en su Airbus 380 anoche en la Andrews Air Force Base, a ocho millas al este de Washington, ha descansado en un dormitorio con vistas a la Casa Blanca para soñar despierto, tras una cena privada.
Después de reunirse a las 9:30 ( 15:00 hora española) con Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, y si el día es apacible, lo normal es que Zapatero recorra caminando sobre las 12:00 los 50 metros que le separan de la Casa Blanca. "Aquí, lo esencial en todo momento es resultar natural y transmitir la sensación de que se está relajado y muy, muy tranquilo, como si todos los días realizase el mismo trayecto y se entrevistase con un premio Nobel de la Paz", comenta un asesor que tuvo la ocasión de acompañar a González y a Aznar. Y es que la suerte acompaña en esta ocasión al presidente español pues es el primer jefe de Estado en abrazar y felicitar a Obama por su sonado galardón. En caso de que se decida ir en coche, el despliegue es monumental. Una caravana de vehículos blindados custodiados por coches de seguridad cubre el desplazamiento. Gladys Boluda, la jefa de protocolo de la Casa Blanca, estará esperando a Zapatero a la entrada de la casa del presidente. Tras pasar los controles de seguridad, en los que se suele obligar a abrir los regalos que más tarde intercambiará con Obama, Gladys conduce a Zapatero hasta el salón Roosevelt para que estampe su rúbrica en el Libro de Honor, y pasar acto seguido al mítico Despacho Oval.
El Despacho Oval es el punto álgido: en unos segundos los acontecimientos más importantes se suceden sin tiempo para pensar. "Ahí se rompe el hielo. El saludo es esencial. Debe resultar cálido, como si dos amigos se reencontrasen. Zapatero está obligado a que se vea esa complicidad de que presume", subraya un colaborador habitual en este tipo de citas. Zapatero tiene que dominar el rictus de éxtasis que ha lucido en sus anteriores encuentros con Obama, disimular que en realidad babea por un autógrafo. Las cámaras no perdonan. Van a captar el lenguaje no verbal. Y ahí, hay que estar muy entrenado para que sólo un enfermo de afasia pueda desvelar que ese amigable instante se trata de puro teatro. El neurólogo Oliver Sacks narra en el libro 'El hombre que confundió a su mujer con un sombrero' cómo un grupo de pacientes con afasia —dificultad para identificar las palabras como tales que obliga a interpretarlas por claves extraverbales (entonación, inflexión, gestos, actitud...)— reían a carcajadas mientras escuchaban un discurso televisado del presidente de turno. Como los afásicos no están predispuestos a dejarse engañar con las palabras como nos pasa al resto, les resultaba tronchante la falsa intervención del político.
La química entre la pareja Aznar- Bush saltaba a la vista. Era tanto lo que les unía que todos los que les rodeaban se sentían de más cuando estaban juntos. La bromas, las risas y los constantes gestos de cariño entre ellos no eran impostados. Su amistad era real. Sus mujeres también conectaron, y con Laura Bush tanto Cherie Blair como Ana Botella pasaron ratos muy agradables mientras sus maridos fraguaban la estrategia para luchar contra el Eje del Mal. En la Casa Blanca, Bush y Aznar se fotografiaron siete veces, la primera el 28 de noviembre de 2001 —dos meses y medio después del 11-S— y la última el 4 de enero de 2004. No faltaron las visitas privadísimas, alguna sólo para una cena, ida y vuelta exprés. Aznar también tuvo ocasión de visitar dos veces a Clinton, aunque el buen rollo no transmitía tanta autenticidad. "Aznar no se quitaba la máscara de jefe de Estado en ningún momento. Era muy solemne y no solía ser muy locuaz. Sin embargo, Felipe González es un estadista dotado con una enorme soltura para las relaciones públicas y posee un gran carisma que lograba inmediatamente que sus interlocutores se sintieran cómodos a su lado", según explica uno de sus acompañantes habituales. La única de las seis visitas que realizó González a la Casa Blanca —dos se entrevistó con Reagan y otras tres con George Bush padre— en la que estuvo con Clinton, el entonces presidente de EEUU, rompiendo el protocolo acompañó a su invitado hasta el coche al finalizar la reunión. Mucho "ja,ja, je, je" mientras caminaban departiendo amigablemente. Al llegar al vehículo, González le preguntó vía intérprete: "¿Qué me estabas diciendo?". Y Clinton le respondió: "Que Chelsea quiere ir a estudiar a España y no sabe si elegir Salamanca o Toledo, ¿tú qué ciudad me recomiendas?". Estaban fingiendo una conversación divertida en la que ninguno entendía lo que decía el otro. Las fotos, en cambio, quedaron estupendas, rebosantes de camaradería.
La vetusta chimenea blanca al fondo y las dos butacas en primer plano tapizadas en la actualidad en rayas azules y beige componen el escenario en el que se retratan los dos presidentes. Como Zapatero ha aprovechado las clases de inglés que recibe en Moncloa, seguramente soltará algunas frases a su anfitrión en el idioma de Shakespeare. En la reunión, no estarán sólos durante los 30 minutos de que disponen antes del almuerzo y tras posar para la posteridad. En los dos amplios sofás que se alinean en el centro del Despacho Oval se sienta un elegido y reducido grupo de altos cargos. El número se negocia previamente y se cierra como 1+5 o 1+6, según las circunstancias. Entre los 'añadidos', teniendo en cuenta anteriores visitas, suelen estar el embajador de España en EEUU, el director de departamento de Internacional de Moncloa o el secretario de Estado de Exteriores. Patricia Arizu,la intérprete de español a la que Obama recurre habitualmente, puede que ayude a los políticos a comprenderse mejor. Obama realizará un pequeño tour por la Casa Blanca para enseñar a Zapatero algunas de las dependencias semiprivadas. En una de las últimas visitas de un presidente español a Clinton, una de las bromas internas del equipo consistía en ver in situ el famoso despacho en el que matuvo relaciones sexuales con Mónica Lewinsky, según nos cuenta uno de los integrantes de la comitiva.
La conversación entre Obama y Zapatero no deja ni una frase a la improvisación. Comenzará por unas palabras de cortesía. Lo normal es que Obama rompa el hielo interesándose por si ha hecho bien el viaje y si todo en Blair House estaba a su gusto. Zapatero alabará la Casa Blanca y una vez que los fotógrafos hayan congelado el momento, repasarán punto por punto los asuntos que sus equipos han preparado. En caso de que uno de los dos olvide tocar un tema previsto, alguno de los presentes le pasará una tarjeta a modo de chuleta para recordárselo. "Lo peor que le puede pasar a un asesor es que sorprendan a su jefe con una pregunta que no estaba prevista. Alguna vez ha sucedido y la tensión es palpable. Te imaginas la que le va a caer luego fuera de foco". Durante la reunión se toman apuntes sin parar. A veces, si el asunto es 'sensible' se pide que no quede registrado con un clarísimo "not, please". Los últimos minutos se dedican a acordar qué va a decir cada uno en la rueda de prensa posterior. El intercambio de regalos se produce al principio de la reunión. Bush y Aznar solían intercambiar puros cubanos, que ambos disfrutan fumando. Hay apuestas por acertar si Zapatero le entregará una camiseta de Gasol o de Messi, firmada claro.
En la rueda de prensa, hay que enfrentarse a los avezados periodistas políticos de la Casa Blanca. El anfitrión procura distender, evitando que el invitado se pueda sentir agredido por alguna pregunta incómoda. En la rueda de prensa de Clinton y González, el micrófono estaba forrado y el presidente español preguntó con sorna: "¿Qué pasa, muerde?". A lo que su homólogo respondió haciendo gala de la misma ironía: "Eso no, pero aquel —señalando a un periodista—, sí". Cuando los flashes dejen de disparar, la cohorte de asesores que ha preparado el viaje resoplará tranquila, como quitándose un peso de encima. "Es el éxtasis total porque has logrado colocar al jefe al lado de un gran jefe y todo ha transcurrido sin incidentes, ha sido un éxito", comenta un miembro de ese tipo de equipos. No hay que olvidarse del almuerzo de trabajo que se servirá como colofón para que los acompañantes rematen principios de acuerdos tanto comerciales como políticos que, aunque se hayan negociado previamente, son vitales para España. La transferencia de tecnología en el caso del AVE y de la energía eólica estarán sobre el mantel. ¡Que aproveche!
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