LOGROÑO (LA RIOJA).- Lleva ya cuatro operaciones a corazón abierto. El marcapasos tendrán que cambiárselo porque comienzan a fallar las válvulas y una pequeña caminata por un parque del centro de Logroño supone un gran esfuerzo del que termina agotada. Sin embargo, Mari-Carmen Calvo tiene una vitalidad encomiable. No se cansa de reivindicar la memoria de su marido, el guardia civil José San Martín Bretón asesinado por ETA el 25 de febrero de 1992. Sigue asistiendo a cada concentración de repulsa de un atentado, de movilizar a su ciudad contra los criminales o de plantar cara a políticos, obispos o proetarras.
A pesar de su frágil corazón, Mari-Carmen no pudo más un día y se montó a un autobús junto a su nuera con la intención de plantarse en el despacho del ministro del Interior, por aquel entonces José Luis Corcuera, en el centro de Madrid. Era enero de 1993 y hacía casi un año que no recibía ningún ingreso, no cobraba ni la pensión de viudedad, ni el seguro de vida que había cotizado su difunto marido. Y de las indemnizaciones como víctima del terrorismo "me dijeron que esperara sentada a recibirlas". Así que esta mujer menuda, de media melena rubia y de mirada apagada quiso pedir lo que era suyo a la máxima autoridad. "Cuando llegamos a la puerta del Ministerio nos dijeron que sin audiencia no nos recibiría. Entonces intenté hablar con varios periodistas que estaban por allí para contarles mi historia y los agentes se pusieron en contacto con el superior y nos invitaron rápidamente a entrar".
En aquella primera planta del edificio de Castellana 5, el ministro Corcuera hizo pasar a la viuda y a su nuera. "Nos recibió en zapatillas de andar por casa y antes de saludarme me espetó a la cara de mala gana un '¿qué viene usted aquí a pedir?' Yo me quedé mirándole fijamente y le dije: pues si usted fuera Dios, que me devolviera a mi marido; pero como es sólo un puto electricista, quiero que me dé mi pensión y el seguro que cotizó mi esposo en vida". La conversación, que según Mari-Carmen no fue muy larga, sí fue extremadamente tensa, "amenazándome incluso con llamar al director general de la Guardia Civil (Luis Roldán)". Hasta que el corazón de la mujer no pudo más y sufrió un infarto. "Allí apareció una doctora, que curiosamente era paisana de Ezcaray, y que recriminó con dureza la actitud del ministro: 'ETA les mata a los maridos y tú, las rematas'. Así que imagino que no fui la primera a la que trató así".
De hecho muchas son las víctimas que han lamentado la actitud fría y distante de las instituciones una vez se marchan los fotógrafos del velatorio y el asesinado queda cubierto por la lápida en el cementerio. "Sí, es cierto que algunos, a título personal, son más cercanos, se preocupan pasados los años —sobre todo si viven en la misma ciudad—. Pero la mayoría sólo busca la foto, el estar ahí para que no les reprochen la ausencia y el llenarse la boca con promesas, aunque después cuelguen el teléfono a los familiares cuando llegan a importantes puestos, como ha ocurrido con una reputada diputada vasca del Congreso", denuncia una de las entrevistadas para estos reportajes.
Un año antes del incidente con Corcuera, Mari-Carmen ya había tenido que pedir al secretario de Estado de Seguridad, Rafael Vera, que se marchara del funeral de su marido; había exigido al 'lehendakari' José Antonio Ardanza en Ajuria Enea un mayor compromiso para acabar con los terroristas; y había interrumpido una misa del obispo de San Sebastián, José María Setién, "para pedirle que se quitara la sotana, porque con ella estaba pecando gravemente". A esta mujer no le han impresionado las mitras, los coches oficiales o las amenazas. "Qué tengo que perder, si ya me quitaron a lo que más quería", se pregunta Mari-Carmen.
Lo que más quería se llamaba José San Martín Bretón. Se conocieron cuando al padre de ella —hija, nieta, bisnieta y tataranieta de militares— le destinaron a una pequeña localidad fronteriza entre Navarra y Guipúzcoa, y él, "al que sus padres no dejaron ir a Francia a estudiar alta cocina", tuvo que ir a hacer la mili a Vitoria. Allí comenzaron su noviazgo, "muy bonito, pero muy difícil, porque estaban continuamente mandándole a Barcelona, donde se hizo guardia civil, y yo me pasaba el día llorando..." Al poco tiempo se casaron y tuvieron a sus dos hijos en el País Vasco, donde vivieron más de veinte años.
Bretón, como le conocían todos los compañeros, era un hombre bonachón. "Le hacían un montón de trastadas por su carácter, pero no encontrarás a nadie con el que se molestara". Al matrimonio le encantaba viajar con los críos al monte a acampar, o ponerse a bailar a la hora de comer solos en el comedor al ritmo de 'Quisiera ser un pez para tocar mi nariz en tu pecera y hacer burbujas de amor por donde quieras...' "Yo era la reina de mi casa, estábamos tan enamorados. Para mí, la alegría se perdió aquel fatídico martes. Se terminaron las Navidades, los cumpleaños, la alegría de las bodas de mis hijos o de las comuniones de las nietas..."
Ese martes era 25 de febrero de 1992. José estrenaba uniforme completo. "Mari-Carmen, tú sigue poniéndome así de guapo, y verás cómo tenemos disgustos con otra...", le decía entre risotadas. Aquel día decidió no utilizar el coche oficial para regresar a comer a casa desde el cuartel de La Salve de Bilbao a Getxo, y prefirió coger el tren. Al bajarse en Algorta comenzó a caminar y, en un paso de cebra, una mujer (María Ángeles Pérez del Río) se chocó con él. Era la señal para los etarras. Juan Carlos Iglesias Chouzas, alias 'Gadafi', salió de detrás de los setos de un jardín y se cruzó de frente con su objetivo. Al superarle, se giró y, a quemarropa, le descerrajó dos tiros en la nuca, antes de gritar ¡gora ETA! Dejó desangrándose en el suelo a su víctima y huyó en un vehículo que conducía Javier Martínez Izaguirre (ambos han sido condenados por estos hechos).
Mientras, Mari-Carmen ya había preparado la comida y se había echado un poco en el sillón, "porque los inhibidores de frecuencia en el cuartel interferían en el marcapasos y me mareaba". Al rato le despertaron unos golpes en la puerta, y creyó que sería su marido para gastarle alguna broma. Pero al otro lado estaba la mujer de un compañero que le comunicó que habían sufrido un accidente un grupo de guardias civiles y que tenía que acompañarla al hospital. La amiga ya conocía la triste noticia, y, sabiendo que Mari-Carmen sufría del corazón, decidió anticiparse y llamar a una ambulancia que esperaba en el portal. Pero al salir a la calle, una mujer se les acercó y entre lágrimas le dijo '¡ay, hija mía, te lo han matado como a un perro!'. Allí mismo se desplomó la recién viuda, que tuvo que ser ingresada en el hospital de Basurto, donde precisamente habían llevado el cadáver de su esposo.
Fernando, el hijo mayor, se enteró del asesinato de su padre viendo la televisión mientras hacía guardia en el cuartel —"tuvo que dejar el Cuerpo al caer en una depresión"—; y el pequeño, Luis, viajó engañado desde Cádiz, donde se acababa de alistar en la Armada, y delante de los periodistas apostados en el domicilio familiar, le comunicaron la triste noticia. "La obsesión de los dos fue verle, incluso Luis se encaró con un superior para que le abrieran el ataúd y poder besarle. Yo, en cambio, como estaba tan malita del corazón, me quedé sin poder despedirme. Por eso sigo esperándole. Pienso que está de viaje y que oiré el sonido de las llaves y entrará por la puerta... Es la pena que llevo conmigo."
La familia no permaneció mucho tiempo en Getxo. "Nos tuvimos que venir para Logroño al mes, pues nos dijeron que mi hijo Luis había aparecido en unos papeles de ETA como posible objetivo. Era él quien conducía por ese tiempo el vehículo de mi marido, y creerían que era su chófer". La pena no la pudieron disimular ni en la boda de Fernando, el 18 de julio de ese año. "Su recuerdo está siempre en todas las ceremonias familiares. ¿Tú sabes lo que es que tus nietas te pregunten si ellas tienen abuelo como sus compañeras y que si vendrá para su cumpleaños o para la comunión?"
Con esa pena acudió toda la familia a la Audiencia Nacional catorce años después del atentado. Habían arrestado y extraditado al principal responsable del asesinato de Bretón. "Se llegaron a convocar tres inicios de juicio —los dos primeros se suspendieron por problemas con los testigos—, pero yo sólo pude asistir al primero". Mari-Carmen confiesa, con la voz quebrada, que antes de salir de su casa de Logroño cogió de un cajón una pequeña pistola de cañón fijo que le había dejado en herencia su abuelo, y que hacía muchos años había guardado en su cómoda la abuela "por si les asaltaban los maquis". "Mi intención era usarla, aunque sabía que no podría pasarla por el arco de seguridad. Así que me convencieron para que la dejara en el hotel. Sólo espero que se pudran en la cárcel y que les apliquen a todos los que detengan la cadena perpetua".
"Yo lo paso muy mal, todo el día llorando. Mi psiquiatra me dijo que saliera a la calle, que intentara recuperarme para sacar adelante a la familia. No les he transmitido nunca el odio a mis hijos, el odio ha anidado en sus corazones por lo que le hicieron a su padre. El perdón es imposible. ¿Qué consiguieron matando a José San Martín Bretón? Nada. Ni la liberación de ningún pueblo oprimido, ni la construcción de una Euskadi independiente... Sólo dejar una familia totalmente destrozada, a unos hijos sin el cariño de su padre y a una mujer sola, muy enferma y más débil de lo que estaba".
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