"Necesito sentarme". Estaba desencajada, preocupantemente pálida y le costaba explicarse. Si hubiese tenido los ojos vidriosos no cabría duda: seguro que se le había muerto otro de los protagonistas. El pasado mes de marzo rompió a llorar al descolgar el teléfono. Leles, hilo vertebral de la trama, no iba a poder ver publicada su historia. Se lo comunicaba su propio hijo Ismaelín, que fallecería sólo cuatro meses después. Pero la sorpresa y el vértigo que irradiaba negaban una pérdida así. "Me acaba de llamar Fernando Savater. He pensado que era un amigo que me estaba gastando una broma. Me ha dicho: 'Hola, soy Fernando Savater, presidente del jurado del premio Espasa de Ensayo. Enhorabuena, has ganado'. 'Estás de coña', le he contestado, pero al escuchar las risas de fondo del resto del jurado casi me desmayo". 'La mujer del maquis', el libro que Ana R.Cañil construía desde hace tres años, tenía un segundo final, esta vez feliz, aunque fuera más allá de las vibrantes páginas repletas de vida. "Existe una curiosa coincidencia que me impresionó: sólo un mes antes de que yo naciera, en enero de 1958, Bedoya fue abatido a tiros. Era el 1 de diciembre de 1957".
Medio siglo después, la cacería humana, la fortaleza, el ánimo, la inocencia, la tragedia y el amor desnudo, original e indestructible, salen del silencio. Un triunfo. El miedo deja de ser un motivo arraigado con sangre, porque una empecinada periodista se empeña en desempolvar el dolor, en extraer la alegría y en abordar el sufrimiento sin dramatismos. Los maquis, sus enlaces y sus familias, los grandes olvidados de la posguerra, abandonados a su suerte, dejan de ser leyenda y adquieren personalidad. 'Maquis' es la afrancesada palabra que define a los emboscados, originalmente republicanos, que no asumieron el desenlace de la Guerra Civil, que no pudieron salir de España y que se echaron al monte, como guerrilleros al principio y tratando de sobrevivir al final.
Miras de frente a Paco Bedoya, el último de los del monte, lees las cartas únicas y extraordinarias que escribió a Leles y la historia, espeluznante, contradictoria, inexplicable, te seduce ya hasta más allá del desenlace. Ese amor tan intenso, indestructible, es un tesoro. A veces sientes pudor, por husmear tan cerca. Otras, te puede la rabia. Y, todo el tiempo, te arrastra la emoción. Tus problemas se encogen y comprendes que quienes de verdad tienen razones para quejarse, para el resentimiento, no están dispuestos a dejarse devorar por el odio. Sólo desean que nada se repita.
Todo empezó en Gandarilla, uno de los pueblos del Val de San Vicente, en la Marina Occidental de Cantabria. Durante unas vacaciones, los amigos de Santander de Ana R. Cañil, esos veraneantes cántabros que rondaban los 60, despertaron su curiosidad cuando recordaban una infancia marcada por el temor a Juanín y Bedoya, los míticos maquis que habían usurpado el sitio del Coco o el hombre del saco en su galería de terrores nocturnos. En la librería Babel de San Vicente de la Barquera se topó con un libro sobre Juanín, que situaba a la Brigada Machado y al lugarteniente del mitificado maquis, un tal Paco Bedoya que había nacido en Serdio, a sólo tres kilómetros de Gandarilla y 1,5 de Portillo, esos bucólicos parajes en los que ella disfrutaba sus días libres. Un vecino le enseñó Las Carras, la mágica casa natal de Bedoya, y ya no se pudo desvincular.
Los recelos y la reticencia de los habitantes de la zona la animaban a continuar. Cada puerta que se cerraba en sus narices y cada lugareño que sellaba los labios encendían el interés por conocer, por desvelar tanto misterio. Ana R.Cañil era entonces delegada en Madrid de El Periódico de Cataluña, tras haber trabajado en las redacciones de la revista Mercado, del diario económico Cinco Días, en el programa de Televisión Española Informe Semanal, en el semanario El Siglo, y antes de aterrizar en soitu.es como subdirectora. Ni tan siquiera esa intensa dedicación profesional logró hacerla desistir.
El último de los maquis, el tierno y cariñoso Bedoyón para los suyos, una auténtica fiera de la naturaleza para la policía y la Guardia Civil, que cayó abatido a tiros 19 años después de que Franco ganara la Guerra Civil, con tan sólo 28 años, era una pasión irreversible. "Miguel, el alcalde de Val de San Vicente, me contó que sus padres, Miguel González y Nati Vega, mantuvieron correspondencia con la mujer del maquis durante 47 años. Gracias a él, pude llamarla a Buenos Aires, donde vivió desde los 19 años. Nos estuvimos carteando y acabe yendo a verla. Nos citamos en la cafetería de un hotel. Una mujer rubia, mayor, con los ojos pintados y una revista sujeta entre las manos, Eco14 de Val de San Vicente. Nos abrazamos como si nos conocieramos de toda la vida, con una energía especial. La historia había venido a mí y no la podía soltar", relata Ana.
Leles, Mercedes San Honorio, la muchachita que con 14 años hizo perder la cabeza a Paco Bedoya a sus 16 años, no estaba resentida, aceptaba todo lo que pasó. El amor sin fisuras, un bebé a los 17 años, la cruel obsesión de su propia madre por apartarla del padre de su hijo Ismaelín, la separación forzosa al mandarla a Argentina, la marcha de Paco al monte cuando estaba a punto de salir de prisión, después de haber aguantado tantas torturas y largos años de encierro. Leles nunca se rindió, ni tan siquiera cuando perdió la esperanza de que el muchachote de 1,90 m. y anchas espaldas que la adoraba la abrazara por detrás para no soltarse jamás. "Las que más me impresionaron fueron las mujeres. Duras como una roca. No habían tenido protagonismo y les costaba empezar a hablar. No eran de izquierdas ni de derechas, simplemente sus casas eran las de más fácil acceso para los del monte. Los fugitivos querían comer y un rato de cobijo. Ellas y sus familias estaban atrapadas entre dos fuegos. La mayoría de los maquis eran montañeses, vecinos, a los que la brutalidad de las palizas un día sí y otro también les había empujado a huir. Y Paco, un adolescente que había crecido junto a sus hijos y al que calificaban de buenazo e inocentón".
Los maquis, abandonados por el Partido Comunista, se convirtieron en el gran objetivo del régimen. ¿Cómo era posible que unos indocumentados hombres del campo burlaran los métodos y el cerco de la Guardia Civil? Su operatividad estaba en entredicho, sobre todo cuando los medios extranjeros publicaban noticias sobre la loable resistencia de un grupo de rebeldes. Cazarlos era la misión. Si había que vejar y martirizar a una adolescente con la excusa de que un día, antes de la Guerra Civil, recitó un poema de Machado en la escuela, con tal de extraer alguna pista sobre los maquis, se hacía. El Consejo de Guerra que se dictó contra 69 vecinos acusados de colaborar con los maquis en el año 50, entre los que se encontraban ancianos, adolescentes y mujeres embarazadas, es una prueba de la desesperación y el terror con que se les perseguía. En el año 1955 se llegó a ofrecer una desorbitada recompensa por la captura de Juanín y Bedoya: 500.000 pesetas de la época, que, actualizado, serían 23 millones de pesetas ( cerca de 140.000 euros) por cada uno. Y eso que Paco Bedoya nunca cometió ningún delito de sangre.
"Sufrí, me emocioné y disfruté a partes iguales. Las treinta y tantas personas con las que he hablado me han aportado más de lo que pueden imaginar". Ana se confiesa absolutamente identificada con sus protagonistas. Esos personajes de carne y hueso que rebuscaron en su pasado, aun a sabiendas de lo agónico que resulta abrir las heridas. Le impactó la serenidad y la ausencia de dramatismo. Rieron y se emocionaron. Rescataron también los instantes felices, hasta la autopsia de Paco Bedoya se lee con una sonrisa en los labios. Y nos dan una lección, aunque es lo último que pretendían. Ana R. Cañil no se resiste a reivindicar el oficio periodístico, la necesidad de acudir a las fuentes, porque "ni el teléfono, ni la mesa, ni internet es capaz de suplir el cara a cara ni el trabajo de campo".
Ana R. Cañil es periodista y subdirectora de Soitu.es. Su libro 'La mujer del maquis' ha ganado el Premio Espasa de Ensayo 2008 y sale a la venta el 29 de octubre.
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