Se acercaron fieles a su cita por estos lares los que guisan con garbo el jazz en el mundo para encargarse de ponernos los pelos como escarpias y se coló en el recuerdo un tipo capaz de parir genuina música del diablo. ¡Viva Mingus!
La memoria sazonada con kilos de carnosa ensalada de tomate, vaya vicio, helado de la época de infante, y caldos riojanos para apagar la sed, la del coco y el gaznate, que por estas fechas el reseco se activa como si funcionase con interruptor. Cosas de la caló, suponemos.
A escasos metros de donde se coció todo el berenjenal jazzero, el Narru, un garito fino —the future is near, que dicen— donde pelea un chaval que le ha sabido echar guindas al pavo. De cabareteras de lujo, la ventresca y los chipis; inexcusable tirarse a la yugular en cuanto asoman la patita.
Y el jabalí Berasategui, que nos mira de reojo posando bien chulo para la portada de un libro que se editará en breve; y las chicas de la ofi, partiéndose la caja, como casi siempre, de casi todo, especialmente del menda.
Se nos fue el séptimo, se nos fue. Y no volverá, cagoenlaputa.
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