Vitoria.- Los rejoneadores Pablo Hermoso de Mendoza y Alvaro Montes vieron premiado su arte y esfuerzo con una oreja cada uno. Fermín Bohórquez realizó una actuación discreta y silenciada por el respetable. Los ejemplares del hierro de Murube no ayudaron al desarrollo del festejo en la tercera de abono de la Feria de La Blanca.
Se lidiaron toros de la ganadería Murube. Bien presentados. El primero resultó justo de fuerzas; el segundo fue noble pero falto de fuerzas; el tercero exhibió falta de fijeza; el cuarto fue de codicia escasa; el quinto y sexto mansearon.
Fermín Bohorquez: pinchazo y rejón (silencio); y cinco pinchazos, rejón y cuatro descabellos (silencio).
Pablo Hermoso de Mendoza: pinchazo y rejón (oreja); y, rejón y descabello (ovación).
Alvaro Montes: dos pinchazos, rejón, dos avisos y doce descabellos (silencio); y, dos pinchazos y rejón (oreja).
La plaza de Vitoria registró el lleno en una tarde gris y fresca
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BOHORQUEZ NO LLEGA AL TENDIDO
Fermín Bohorquez estuvo correcto con el primero de la tarde. Aportó notas pero no llegó a componer en su totalidad la sinfonía necesaria para llegar al tendido. Después de completar suertes y ver cómo el animal se caía, tomó el rejón de muerte para dar carpetazo a una aseada faena.
Con el cuarto astado de la corrida, retomó la vía emprendida por el primero. Adornos en la monta y banderillas de cierto calibre fue lo más destacado. No hubo comunión en la lidia y su errática ejecución con el hierro le pasó la consiguiente factura negativa.
Pablo Hermoso de Mendoza lidió al segundo de la tarde. ante su primer rival tuvo que trabajarse la atención de "Labrador" que hacía más por los tendidos que por la cabalgadura. El de Estella cubrió el vacío con su arte equino. Muy aplaudido. Destacó la puesta de banderillas en redondo y con gran sentido del ritmo. Culminó poniendo el codo en la testuz del toro. Lidia completa que de no haber fallado con el rejón le habría valido más del apéndice auricular que obtuvo.
El caballero navarro brindó el quinto al alpinista de Vitoria Juan Oiarzabal. Montado sobre Chenel reo luciendo cabalgadura y estética. La faena ofreció destellos pero el toro dio poco de sí. La intención del maestro fue premiada con una gran ovación.
Alvaro Montes salió garrocha en mano para vérselas con el primero de su lote y tercero del día. Marcó con el útil el paso al toro arrancando las primeras palmas del respetable. Arriesgó en la montura y el toro apuntó a sus cuartos traseros. Lo más notable fue un par de banderillas a mano cambiada tras hacer brincar a su caballo. No atinó en la suerte final. Se ofuscó y después de fallar con el rejón asestó una docena de descabellos antes de que el animal se echara en la arena. El silencio fue clamoroso, llegando a escucharse algún pito entre el respetable.
Obligado a desquitarse del bochorno pasado en su anterior puesta en escena, Montes apostó desde el primer rejón de muerte por el espectáculo. Marró al colocarlo de manera poco ortodoxa. Se recompuso y puso unas notables banderillas. Hizo bailar al caballo al son del pasodoble, giró la monta sobre la cornamenta y remató sendas banderillas al violín. Ganó, poco a poco, en autoestima y, algo acelerado, ejecutó las banderillas cortas a mano cambiada. Titubeó con el rejón de muerte y propinó dos pinchazos al ejemplar de Murube antes de darle muerte. El público premió su entrega y profesionalidad con una oreja.
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