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Por qué algunas (pocas) veces el cine político merece una oportunidad

  • La española Ana Díez pone su ojo en el golpe de estado uruguayo del 73 con 'Paisito'
  • Hay ciertos países en los que sus heridas nacionales no han causado el hastío fílmico aún
Por SONSOLES RODRÍGUEZ (SOITU.ES)
Actualizado 22-07-2009 22:59 CET

El cine político todavía tiene sentido en algunos países, y es que, aunque en España estemos más que hartos de películas sobre el franquismo, la Guerra Civil y las consecuencias de una dictadura demasiado presente en nuestra industria cinematográfica, no ocurre lo mismo en naciones como Uruguay, donde el Golpe de Estado del 73 apenas ha tenido eco en el cine de este pequeño país latinoamericano, y por ende, en ningún otro lado. La española Ana Díez se ha encargado ahora de reflejar en su nuevo filme 'Paisito' —que se estrena este viernes— la situación inmediatamente anterior al golpe militar que puso fin a la frágil democracia uruguaya.

Protagonizada por María Botto, Nicolás Pauls y los pequeños Mauricio Dayub y Viviana Saccone, 'Paisito' es una película menuda, tan menuda y discreta como Uruguay, un país del que pocas veces tenemos noticias y que, sin embargo, también tiene una historia que contar. Ignorado en Europa en detrimento de sus vecinos mucho más populares, Chile y Argentina, Uruguay es, en palabras de Díaz, una nación que "destaca por no destacar y que, a pesar de haber sufrido la Operación Cóndor, vivió una dictadura prácticamente desconocida por el exterior".

De hecho, han tenido que pasar décadas para que el golpe militar fuera tratado en el cine uruguayo. Tan sólo algunas películas como 'DF: Destino Final' (obviamente no el blockbuster que a todos se nos viene a la cabeza), 'El Círculo' o 'Decile a Mario que no vuelva', han profundizado en el tema, tan espinoso en este caso, debido a "una transición demasiado pactada, suave y a un silencio generalizado que provocó que no se reconociera que existieron desaparecidos hasta hace siete u ocho años", ha explicado Díaz con motivo del estreno del filme.

Por otro lado, la cineasta reconoce "no saber mucho sobre Uruguay" cuando decidió poner en marcha la película. Y, aunque desde aquí recomendamos fervientemente no emprender un proyecto sobre un tema del que no tienes ni remota idea, finalmente Díaz ha realizado una película correcta e incluso interesante, que en parte debe su éxito a un guión trazado por el uruguayo Ricardo Fernández, alumno de la directora en tiempos pretéritos, y que vivió en su propia piel los años de la Junta de Comandantes —por lo que suponemos, ha debido de ser el responsable de aportar los datos interesantes—.

"Lo que me importaba del guión era el régimen totalitario, Uruguay era muy lejano para mí", comenta Díaz, que participó también en la bastante subjetiva '¡Hay motivo!' (2004), un compendio de 32 cortometrajes —estrenado únicamente en universidades y otros centros culturales— en el que se apoyaba el cambio de gobierno en España.

Dictaduras ajenas

Fuera de la experiencia española, en la que el bombardeo de películas sobre falangistas malos, malísimos; republicanos heroicos, y "heridas mal cerradas" es constante en nuestras pantallas —sólo en el 2008 se estrenaron, entre otras, 'La vida en rojo', 'Los girasoles ciegos', 'Poca ropa', 'La buena nueva', 'La mujer del anarquista' y un largo etcétera— , existen ejemplos de países en los que todavía es defendible el cine político.

Uno es, obviamente, el caso uruguayo. Otro, el paradigma de Bolivia y Paraguay, sufridores también de la oleada de dictaduras pactadas con los Estados Unidos alrededor de todo el Cono Sur a partir de los años setenta y que tuvieron como consecuencia, entre otras cosas, una escasa y poco desarrollada industria cinematográfica que parece comenzar a resurgir ahora, con filmes como 'La hamaca paraguaya' o 'Tierra roja'. Por otro lado, este retraso es quizá el motivo por el que ambos países carecen de una filmografía extensa o por lo menos medianamente completa sobre su pasado dictatorial.

El reverso de esta situación son Argentina y Chile, que actualmente tienen que aguantar la saturación de contenidos políticos en sus salas, en las que el público comienza a sufrir el síndrome germano-nazi: un profundo hastío por todo lo que tenga que ver con una historia más que revisitada, y como resultado, un rechazo de todo lo que tenga que ver con ADN.

Conclusión: en ocasiones, una excesiva repetición del pasado no sólo no "cierra heridas", sino que conquista nuestra desgana. Tomen nota, por favor, todos aquellos directores españoles que tienen en mente volver a torturarnos con otra película de bandos enfrentados.


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