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En los gulag de Corea del Norte

  • Torturas, abortos forzados... Las cárceles de Kim Jong Il encierran auténticas pesadillas
  • Hasta tres generaciones son castigadas por el más leve de los delitos de sus antepasados
Por LINA YOON (SOITU.ES)
Actualizado 29-06-2009 19:14 CET

SEÚL.-  Los recuerdos que se guardan de una cárcel norcoreana son para toda la vida. "A las mujeres se les obliga a abortar, se mata a los recién nacidos, los niños son obligados a trabajar y la muerte es parte del día a día", resume sus cinco años de prisión la desertora Pang Bun Ok.

Los gulag, campos de trabajo en las zonas heladas de Siberia donde los prisioneros eran torturados, morían de hambre y trabajaban en condiciones infrahumanas, desaparecieron con el colapso de la Unión Soviética. O eso parecía. En la región septentrional de Corea del Norte, siguen existiendo gulag no muy diferentes de los construídos por Stalin.

En el sistema carcelario norcoreano, cientos miles de personas son maltratadas y condenadas a una existencia bajo condiciones horribles, difíciles de imaginar para la mayoría de nosotros. Bajo este régimen terrible las dos periodistas americanas Laura Ling y Euna Lee fueron condenadas a 12 años de trabajos forzados hace un par de semanas.

El régimen de Kim Jong Il no ha revelado dónde encerrará a Lee y a Ling. Mucha gente piensa que los más probable es que les ofrezcan un trato 'privilegiado' y no las encierren en cárceles normales, especialmente si el plan es utilizarlas con objetivos propagandísticos o intercambiarlas para obtener beneficios de algún tipo.

Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que miles de norcoreanos terminan siendo inquilinos de 'kyohwaso' —literalmente lugar donde se crea una buena persona con la reeducación—, que, pese a ser los centros penitenciarios regulares, son conocidos también como campos de trabajo. Ofender al régimen de Kim Jong Il es sencillo. Puede hacerse al cruzar la frontera en búsqueda de comida, como Pang, al escuchar canales de radio extranjeras, o practicar secretamente una religión.

En otoño de 1999, tras huir de su tercer "marido" mientras vivía exiliada en China, Pang fue arrestada por la policía local por ser una "migrante ecónomica ilegal". Después de 15 días la repatriaron junto con otras 40 personas a Corea del Norte, donde se les considera traidores al régimen. Al llegar a unas instalaciones de la Agencia de Seguridad Estatal en Musan, las desnudaron y las registraron. "Nos obligaron a agacharnos y levantarnos continuamente para encontrar cualquier dinero que hubiéramos podido esconder", cuenta Pang con los ojos mirando a un punto en blanco del techo de la cafetería en la que nos encontramos. "Fue algo rastrero y terriblemente humillante".

 

Los prisioneros tienen que ir a clases donde se les enseñan conocimientos sobre 'la sociedad', y memorizan contenidos políticos. Son obligados a hacer trabajos duros y reciben muy poca comida. Los abortos son comunes para erradicar futuras generaciones de disidentes. A una compañera de Pang de 21 años que estaba embarazada de seis meses e intentó proteger a su bebé, tras darle una paliza le hicieron abortar poniéndole una tabla de metal encima del estómago mientras dos soldados saltaban encima de ella . Muertes por malnutrición y abusos son comunes.

Dos meses después del arresto de Pang, le mandaron a la policía de Musan para interrogarla. Pang compartía una celda de 15 metros cuadrados con otros 40 prisioneros, además de con piojos, pulgas y otros bichos. No tenía espacio ni para sentarse. En la estación de policía, había ya cientos de prisioneros. Al menos una persona moría diariamente. "Nos trataron brutalmente", dice Pang. "Me pegaron con una barra cuadrangular y me patearon tanto que todavía hoy tengo una cicatriz en la cabeza y marcas en mi pierna y muslo izquierdos". Luego la mandaron a casa cuando cogió osteomielitis en la pierna y pensaron que iba a morir.

La situación de los prisioneros de 'kyohwaso' como Pang es terrible, pero la de los presos políticos de los 'kwanliso' —literalmente "colonias de trabajo penal y político" o campos penales— es todavía mucho más dura. La Comisión Americana de Derechos Humanos en Corea del Norte estima que hay unos 200.000 prisioneros de este tipo. Las ofensas políticas incluyen crímenes como sentarse sobre un diario con una foto de Kim Jong Il, leer un periódico extranjero, o cantar una canción surcoreana. Los presidiarios son forzados a trabajar —en muchos casos hasta morir— en minas, cortando árboles, o labrando valles de zonas montañosas del norte y el centro del país. Los 'kwanliso' son descritos como colonias porque se distribuyen en campamentos que se expanden a lo largo de más de 30 km de ancho y de largo. Se dividen en pequeñas secciones según los tipos de ofensores.

Tres generaciones de represaliados

A los prisioneros como Pang no se les considera seres humanos, pero eso no es lo peor. Lo más dramático es que los castigos en Corea del Norte —tanto los que se infligen a los ofensores encerrados en el 'kyohwaso' como los del 'kwanliso'—, son a menudo colectivos y se pueden extender hasta la tercera generación de la familia del infractor.

Kang Chol-hwan, desertor norcoreano y hoy periodista en el Chosun Ilbo, el periódico más leído en Corea del Sur, estuvo encarcelado durante casi una década porque su abuelo hizo un comentario positivo sobre el capitalismo japonés. Kang, autor de la primera memoria de un prisionero norcoreano 'Acuarios de Pyongyang', tenía nueve años cuando llegó al gulag. Su abuelo había desaparecido y su padre murió por las condiciones de la cárcel. "Cuando tenía 10 años, nos pusieron a hacer una agujero como parte de las obras de un edificio", recuerda Kang. "Había docenas de niños y, mientras cavábamos, algunos se caían. Y se morían. Aplastaban sus cuerpos. Les enterraban en secreto y no se lo decían a sus padres aunque vinieran a buscarles".

"Todo Corea del Norte es un gulag", dice Pang al mismo tiempo que habla del millar de personas que ha muerto de hambre mientras Kim Jong Il sólo bebe cognac Henessy, come salmón ahumado noruego y conduce Mercedes Benz o BMWs. "Es difícil expresar con palabras los horrores por los que he pasado", concluye.

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