Al irnos anoche a la cama la mayoría desconocíamos el nombre de al menos un escritor albanés (y muchos su localización geográfica), ya que nuestro conocimiento de esta república del sudeste europeo se alimenta de las desgracias procedentes de la sección de sucesos de la prensa. Hoy al mediodía seguiría siendo imposible conocer algún plato típico o preguntar a la gente por Skanderbeg, pero al menos algunos habrán apuntado el nombre de Ismaíl Kadaré en su lista de autores por descubrir. Y no han hecho mal.
El escritor albanés ha sido galardonado hoy con el Príncipe de Asturias de las Letras. Un merecido premio que ha terminado imponiéndose a muchas opiniones que apuntaban hacia otros autores quizá más conocidos (Murakami, McEwan o Tabucchi), a pesar de ser un autor que siempre parece quedarse a las puertas del Nobel y cuya obra está ampliamente traducida al español. Ayer mismo hubiera sido posible encontrar alguno de sus novelas en muchas librerías españolas: la editorial Alianza tiene en su catálogo hasta 14 títulos del albanés (a quien ha dedicado una 'biblioteca' de reciente aparición), y otras editoriales como Cátedra o Siruela cuentan también con obras suyas.
Como decíamos, lectores bienintencionados habrán incluido a Kadaré en sus planes de lectura, pero otros, en cambio, habrían estado obligados al menos a conocerle. Lo digo porque de la misma forma que la 'polémica' del año pasado con la concesión del Nobel a Le Clézio fue su ausencia en las librerías españolas, en este caso el 'berrido' lo ha dado un miembro del jurado de cuyo nombre no quiero acordarme. El señor Sánchez Dragó, en un gesto completamente snob, ha cuestionado que la obra de Kadaré sea superior a la de otros candidatos como Juan Goytisolo o los ya citados, y ha calificado de extravagancia la concesión de este premio al albanés. Pero lo que realmente ocurre no es sólo que conozca muy mal su obra, "como me temo que le sucede a la mayor parte de la gente" —según él—, sino que nos imaginamos que no ha leído una sola novela de Kadaré. Esto demuestra que el mayor miedo en cuestión de premios literarios no debe ser que no se lo den al mejor, sino la confirmación de que en el jurado pueda estar cualquiera sin el conocimiento necesario, cobrando lo suyo (suponemos), y cuyo voto tenga el mismo valor que el de sus compañeros.
Pero no hagamos protagonista a quien no lo debe ser y propongamos una breve guía de lectura para los desconocedores de una interesante obra desarrollada bajo el pesado y sofocante clima del régimen estalinista de su país, cuya sombra parece recorrer más o menos metafóricamente la obra del premiado. Pero el totalitarismo no sólo planea temáticamente sobre la obra de Ismaíl Kadaré, sino que la dictadura amenazó su propia libertad, su vida y las versiones de los textos. Kadaré nunca llegó a ser un disidente, pero tampoco militó dentro de los escritores oficiales, y sus constantes tensiones con el régimen motivaron cambios y variaciones en sus obras, cuya versión definitiva (en su lengua original y en las traducciones) con el tiempo y la caída del régimen comunista en Albania han terminado imponiéndose.
Proponemos (al menos) tres de sus novelas:
Ganar un premio como éste es a veces tan fortuito como perderlo, pero siempre es una buena ocasión para poder conocer a otro autor sin duda importante. Hay que leer a Kadaré.
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