ANANTAPUR (INDIA).- En India, el dolor y la alegría conviven cada día. Son emociones contrarias pero así es como he sentido la muerte de Vicente. Hoy, en el día de su entierro, tengo una violenta mezcla de sentimientos. Por un lado es un intenso hachazo de dolor porque era una persona excepcional, y porque perdemos al único hombre que ha conseguido erradicar la pobreza eficazmente —aunque, por supuesto, que en una vida no tuvo tiempo suficiente de hacerlo en todo mundo— y, por otro lado, es un flechazo de alegría, porque todos los que hemos conocido al gran maestro sabemos que estaba como loco por llegar al cielo y preguntarle a Dios por qué hizo al mundo y al hombre así o en qué nos estamos equivocando para que las cosas vayan tan mal.
En numerosas ocasiones durante mi estancia allí estábamos los dos en la oficina y los intocables venían a agradecerle su ayuda, le tocaban los pies para recibir su bendición. Había veces que venían familias e incluso pueblos enteros. A él no le gustaba que se agachasen y siempre los levantaba y les ponía su mano sobre la cabeza con una gran sonrisa en la cara mientras les miraba esos ojos tan profundos. Él veía entonces su trabajo traducido en dignidad para cada una de estas personas y eso era lo que Vicente quería.
Su bondad, su tesón y su carisma cautivaron a millones de almas no sólo de la India sino de otras muchas partes del mundo. Muchas personas que querían participar en hacer el bien por la Humanidad le tomaron como ejemplo y guía, como modelo de "si se quiere, se puede", de que "todo es posible" y de que el amor es el instrumento más grande que el hombre puede usar para conquistar al universo entero. No me extraña que su mujer Anne se enamorara de él nada más conocerle, a mí me hubiese pasado lo mismo.
En este planeta, que de momento es el que conocemos, todos los habitantes somos hermanos. Todos somos iguales físicamente y además tenemos un cerebro y un corazón. Lo que pasa que estamos tan ocupados con nuestras tareas diarias como pueden ser salir de copas, ir de compras o ver la tele, que no dejamos tiempo para reflexionar sobre lo verdaderamente necesario y sobre el valor de lo que podríamos hacer si utilizáramos ese cerebro y ese corazón correctamente. Las personas que viven en áreas de escasos recursos no tienen demasiado tiempo para reflexionar porque han de pensar en cómo sobrevivir. Sin embargo, se necesitan los unos a los otros y tienen el sentido de la hermandad muchísimo más desarrollado que los que vivimos en las otras partes del mundo con mejores recursos. Y así funciona el mundo. Vicente siempre creyó en el equilibrio entre los opuestos y durante cuarenta años de su vida trabajó de forma invencible para conseguirlo.
'Father', como le llamaban, decía que todo el mundo tenía derecho a pedir, y los pobres más, por haber sido los desheredados de la Tierra. Por eso decidió trabajar tan duro para ellos, porque lo merecían más que nadie. Y ahora son tantas personas las beneficiadas por su proyecto que es casi imposible dar abasto a todas las condolencias.
En estos momentos Anantapur está colapsado, hay unas 100.000 personas aproximadamente en el campus central de la Fundación Vicente Ferrer y unos 300.000 oran por él en las afueras. Todos ellos quieren despedirse de su "dios blanco" en la capilla instalada en la sala de oraciones, cerca de la cantina, para darle las gracias por haberles dado una vida. Muchos de ellos se acercan con collares de flores. Hoy por la mañana a las 10:30 se celebrará su entierro en Bathallapalli, un pueblo situado a 17 km del campus central. El funeral ha sido declarado funeral de Estado en Andrha Pradesh y acudirán grandes personalidades, como el ministro del Distrito o José Bono, presidente del Congreso y gran amigo de la familia Ferrer.
¿Cuántas manos habrá tendido Vicente? Seguramente nos resultaría un número suficiente para poder cubrir toda la faz de la tierra. Aunque él ya no esté entre nosotros, sus manos permanecen y como muestra de ello quiero comentar que cada vez que vuelvo a Madrid, me reencuentro con todos los voluntarios que han pasado por Anantapur y es admirable ver que todos ellos están intentando arreglar el mundo. Vicente dejó en los voluntarios, colaboradores y viajeros algo especial y complejo de describir con palabras. Nos hizo conscientes de que somos imprescindibles para cambiar el mundo, que es nuestro deber ayudar a los que nos necesitan y que hemos de trabajar duro para hacerlo, porque las cosas importantes nunca fueron fáciles. Es increíble cómo una persona puede hacer tanta mella y abrirnos los ojos de semejante manera. Ni si quiera nuestros progenitores lo consiguen hacer muchas veces.
Ahora mi alma está rota, pero sé que mañana se va a reconstruir de nuevo con mucha más fuerza y conciencia para poder seguir llevando adelante la utopía que él ha conseguido hacer realidad.
Vicente, ¡GRACIAS!
Descansa en paz.
* Icíar González es corresponsal de Vida Urbana en Bangalore para Soitu y ha trabajado como secretaria personal de Vicente Ferrer
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