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Vicente Ferrer de cerca

  • La corresponsal urbana de soitu y ex secretaria de Ferrer describe al personaje
  • Desde hace unas semanas permanece en un hospital del sur de la India
Por ICÍAR GONZÁLEZ (SOITU.ES)
Actualizado 03-04-2009 20:40 CET

BANGALORE (INDIA).-  El estado de salud de Vicente Ferrer es más que delicado. Tras sufrir un infarto cerebral, el ex jesuita fundador de una ONG que lleva su nombre, permanece ingresado en un hospital en el sur de la India, donde según las últimas noticias permanece estable. Icíar González, corresponsal de la sección de Vida Urbana de soitu.es y secretaria personal de Ferrer hasta el año pasado, traza una emotiva semblanza de este hombre carismático de entrega y tesón incombustibles.


Hidalgo de las tierras del sur de la India y gran visionario de un proyecto de desarrollo integral único, este hombre es todo un ejemplo a seguir. Me considero una discípula suya y durante los casi tres años que he pasado a su lado en la India he aprendido tantas cosas que no tendría páginas para contarlo, ¡ni siquiera virtuales!

Gran devoto de Dios y de la Providencia (algo que podría definir como el propio ritmo del universo), Vicente posee una fortaleza que hace milagros como el que ha creado en Anantapur (distrito en el estado de Andrha Pradesh), la Fundación Vicente Ferrer. Yo lo llamo 'el imperio de la solidaridad y el amor', un ahora gigante que comenzó a dar sus primeros pasos hace ya más de 40 años. Su deber, o dharma como dicen aquí, es el cuidado a los pobres, el trabajo más allá del deber, la excelencia en cada uno de nuestros actos y beneficiar a cuantas más personas sea posible. Con estos principios y el respeto por la naturaleza y la cultura del lugar, el gran equipo con el que cuenta este imperio va conquistando cada vez más lugares y más familias, que han vuelto a creer en la esperanza, lo último que perdieron.

Siempre me sorprendió su manejo y respeto por una cultura tan distinta a la nuestra. Tantas veces intentas digerir lo diferente, comprender lo injusto, entender lo inaceptable o poner tus ideas bocabajo para de repente darte cuenta de que ¡así también funcionan!… Todo esto, a él, sabio de sabios, no se le escapa, lo tiene supercontrolado. ¡Cuántas veces nos hemos enfrentado los dos! Por un lado yo defendiendo, ingenua de mí, mis ideas 'justas e igualitarias' ante un mundo indigno. Por otro, él mostrándome su experiencia añeja y amplia tolerancia hacia todo, incluso hacia la maldad. Y al final siempre tenía razón, y terminábamos con la sonrisa puesta ironizando sobre lo ocurrido.

'Father', como le llamamos en su entorno y todos los que conocen su pasado jesuita, es defensor y ejecutor de unos de los valores olvidados en nuestro presente, el Bien. "La esencia y el significado de nuestras vidas están en hacer el bien", dice en sus conferencias, y lo puedes leer en sus ojos si le miras fijamente. Su mirada es cálida y profunda, es como si pudieses ver en ella toda la historia que ha vivido: las anécdotas de guerra en su juventud, la disciplina adquirida en los monasterios y una picardía y buen humor que siempre lleva puestos. Estricto y duro, dirán otros a los que les avergüenza cuestionándoles su paso por la vida, por la que él ya viene de vuelta convertido en astuto maestro de lo difícil y arduo.

Sabe más de los libros sagrados hindúes que los propios brahmanes indios; ha estudiado concienzudamente a todos los filósofos y profetas que han pasado por la historia, desde los comunistas hasta los santos católicos, incluso músicos como Los Beatles, y de todos ellos ha sacado frases que ha colgado en su armario privado, palabras que sujetan a la Humanidad porque son firmes, transparentes y verdaderas. Muchas tardes, en la oficina, pone sus canciones favoritas que empieza luego a hilar con historietas y a relacionarlas con momentos importantes de su vida, como cuando fue invitado a abandonar la India para volver después con mayor motivación todavía, dispuesto a dejarse el pellejo de sus manos trabajando con los Dalits (intocables). "Eres un revolucionario", le digo. La suya es una revolución pacífica, pero una GRAN revolución que llegará a las universidades y muchos despachos de este enorme país.

Vicente Ferrer sabe que su vida es un regalo para los pobres y a ellos se la dedica. Hace muchos años hizo un pacto sagrado con el Señor de los Ejércitos, como él llama a Dios, "Yo te doy mi vida y tú a cambio tienes que darme la tuya". Y así parece que ha sido hasta hace una semana cuando su cuerpo ha decidido tomarse un descanso, quizá para poder seguir ayudando, quizá para recorrer ese camino hacia el Paraíso, al que muchos tememos y para el que sin embargo él está tan preparado. Pone los pelos de punta verle en la cama de un hospital de rincones oscuros y luz tenue, a juego con el color del camino a lo desconocido; yace allí, rodeado de su familia y una cantidad ingente de indios que rezan continuamente a sus dioses, recitando mantras, encendiendo velas y quemando inciensos. Es una multitud de almas vivas que tratan de convertir a su 'baba blanco' en inmortal para poder seguir recibiendo su ayuda, su bendición y su 'secreto espiritual', ése que ellos tan bien conocen.

Desde que llegó a la India en el año 1952 ha sido siempre un hombre de acción. Ha conquistado millones de corazones empezando por aquellos nativos oscuros que escuchaban atentamente sus discursos en Telugu, la lengua local de Anantapur, enseñándoles una economía de la dignidad y depositando su respeto y confianza en esas gentes olvidadas por el resto de los mortales y resignadas al sufrimiento. ¿Cómo lo hace? Yo todavía no lo he descubierto, es un secreto pero funciona. Por eso hemos de escucharle.

Vicente es un caballero que reparte sin límite una bondad infinita tanto material como espiritual cada segundo que estás a su lado. En sus pequeños coloquios dice: "La mitad de tu corazón es para amarte a ti mismo, la otra mitad es para amar a los demás". "¡Tienes que ser una llama viva!", me dice, que arda por todos los que lo necesitan. "¡Todos estamos vivos!", afirma mencionando a su madre ya fallecida, a quien saluda cada mañana en el pasillo de su casa pidiéndole consejos cuando hay problemas. Todos quedamos embaucados. Y todos le admiramos, tal vez, por la imposibilidad de repetir o acatar sus premisas.

Como ha reflejado en sus últimos escritos, él tiene su teoría acerca de nuestra evolución en el mundo: aunque en edades distintas, todas las civilizaciones que caminamos por el Universo vamos en la misma dirección, pero no lo sabemos. Competimos diariamente entre nosotros por ser los mejores, a pesar de que ése es el gran error. Nos estamos matando en conflictos interminables cuando deberíamos amarnos y unirnos para así vencer al mal —"residuo de la Humanidad", como él dice— y vivir en paz, compartiendo todo lo que un día se nos fue dado, el mundo. Y sigue animando cada día a los amigos que recibe en su casa en Anantapur, instándoles a seguir adelante con el espíritu que hace que la esperanza por un mundo más humano siga viva y luchando por que cada niño tenga un pupitre, por que cada enfermo tenga un medicamento y por que cada árbol pueda crecer y dar sus frutos a quien los necesite. ¿No es esto admirable?

Las últimas noticias sobre su estado crítico nos asustan, el gran sabio está en su Getsemaní, y sea cual sea el final de este capítulo nunca será una pérdida, porque Vicente Ferrer ha dejado una huella imborrable, pero repetible y esperanzadora para todos; ha descubierto en cada ser humano el don de dar, de ayudar y de sufrir por el prójimo; ha descubierto la grandeza de lo sencillo, la riqueza de la miseria, el valor de cada alma y el palpitar de cada corazón.

Su último deseo para todos: ¡Venid a ver un milagro! ¡Venid a Anantapur!


Sin principio y sin fin.

Vicente Ferrer

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