La piel que recubre nuestro cuerpo no sólo es una magnífica barrera frente a cualquier infección. En las proximidades de los orificios corporales, ésta modifica su estructura, constituyendo lo que denominamos mucosas, y éstas, a cambio de su mejor adaptación funcional, sacrifican algunas de las propiedades defensivas. De alguna forma, compartir intimidad sexual equivale a poner en contacto nuestras respectivas mucosas. La ley del deseo, pasa por el deseo de fusión, y desde bien pronto, nos focaliza en sus orificios, su natural vía de acceso.
Una persona de tamaño medio dispone de una extensión de piel cercana a los dos metros cuadrados. Es una lástima que semejante extensión sensible, se vea reducida en demasiadas ocasiones a poco más que un escaparate o tarjeta de visita que no tiene más utilidad que servir de reclamo para esos escasos minutos de penetración. La historia que nos cuenta una chica, cuando se le pregunta sobre la situación más desagradable de su vida sexual, ilustra la poca atención que muchas personas le dan a las caricias, al disfrute de la piel, sin tener en cuenta que esa amplia extensión de nuestro cuerpo es una maravillosa antesala del clímax, un camino que precisa andarse despacio para disfrutarlo bien.
Laura nos comenta su turbación durante un encuentro con un chico con muy pocas habilidades eróticas. "Ocurrió cuando tenía 21 años (…). Aquel día y con aquella persona la cosa no salió nada bien. Primeramente he de decir que yo consentí en hacer el amor con él, es decir, sexualmente lo deseaba. Los primeros minutos fueron estupendos; yo explore su piel, él recibió un masaje con mis manos sobre su espalda y yo disfrutaba de ver que él se lo estaba pasando bien. Pero mi sorpresa fue que se excitó tanto, según él, que pasó a la penetración sin más reparos y sin calentamiento alguno. Mi opinión no contó, ni siquiera me preguntó si me apetecía que me penetrara en ese momento, tan sólo actuó. Encima de todo, la postura era incómoda, con lo cual yo lo estaba pasando bastante mal, pues por una parte no estaba nada lubricada, y por otro lado me sentí un poco humillada, un poco objeto, nada persona…", explica.
Que quede claro que este paso rápido a la penetración, salvo contadas ocasiones, no suele ser la mejor manera de disfrutar del sexo, y puede transformar un prometedor encuentro, en la peor experiencia sexual vivida. En este caso todo estaba a favor: la chica estaba dispuesta, dos cuerpos jóvenes con ganas de disfrutar... pero la nefasta habilidad erótica y la compulsión penetradora pueden convertir la danza erótica en un desgarbado manoseo.
Aprender a tocar es la eterna lección. En algunos post ya hemos hecho hincapié en este tema, tan importante en la terapia sexual: Lo sensual de las experiencias táctiles y De las caricias a la pasión. Es penoso que la compulsión por la descarga eyaculatoria prive a hombres y mujeres del placer de disfrutar con nuestro mayor órgano sexual. Especialmente entre los varones, es demasiado frecuente el que se vean abducidos por "las zonas erógenas", se centren en las mucosas que cual agujeros negros les atrapan en un fugaz estallido orgásmico, consumiendo de manera compulsiva el orgasmo eyaculatorio, sin degustar la esencia del placer.
Uno de los objetivos en terapia sexual es que la pareja aprenda de verdad a dar y recibir caricias, a disfrutar de esa maravillosa extensión de receptores sensoriales que tan bien han cantado los poetas. No en vano uno de los atractivos universales es la calidad de la piel: muy blanca en algunos tiempos, bronceada en los nuestros, atrae como un imán. Pieles de melocotón, de porcelana, de ébano, pieles lisas y suaves, con un ligero vello, o con pelo en el pecho. Pieles que, ahora con la llegada del verano, al ver los cuerpos en toda su amplitud a orillas de piscinas, ríos y playas nos invitan a disfrutar.
¿Sacas partido de tu mayor órgano sexual? ¿Te permites disfrutar de tu piel y la de tu pareja o eres de los penetradores compulsivos? ¿Te has sentido sexualmente utilizada o utilizado de forma similar a la que nos relata Laura?
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