'Kops' es una película sobre los policías de un pueblo sueco en el que han transcurrido 12 años sin que se cometa un solo delito. Éstos, al sentir la amenaza de que cierren su comisaría por la falta de trabajo, deciden incrementar los índices de criminalidad por su propia cuenta (y con bastante torpeza), dando pie a una original comedia.
Este argumento recuerda mucho a algo que está ocurriendo actualmente en Holanda. Y es que la falta de presos obliga al cierre de ocho cárceles, lo que implica la pérdida de unos 1.200 puestos de trabajo. Para evitar este drama laboral las autoridades están barajando la posibilidad de importar presos de otros países, como Bélgica y Alemania, y aumentar así la clientela de sus centros penitenciarios. Además, esta 'beca erasmus' para presidiarios se realizaría a cambio de dinero, por lo que los holandeses sacarían una buena tajada.
En los medios de comunicación se habla de que la causa de esta progresiva desertización carcelaria es el descenso en los índices de criminalidad. Pero este hecho alimenta una interesante paradoja. Si en España las cifras oficiales de delincuencia también se encuentran o bien estabilizadas o bien a la baja en los últimos años, ¿por qué el número de reclusos está aumentando a un ritmo vertiginoso?
Los datos cantan: desde el año 2000 hay un 65,1% más de reclusos en España, lo que ha llevado a nuestro país a la cabeza de la Europa occidental en la tasa de presos por cada 100.000 habitantes, y eso a pesar de que España se sitúa como el cuarto país de la Europa de los Quince con menor tasa de criminalidad. El índice español es de 47,6 infracciones penales por cada 1.000 habitantes, muy por debajo de la media europea de 70,4.
Entonces, ¿a qué se deben estas diferencias entre Holanda y España en la situación penitenciaria? La correspondencia entre el número de delitos que se cometen y el número de personas que van a prisión no es, ni mucho menos, directa. Y es que hay muchos otros factores que pueden determinar estas cifras.
René van Swaaningen, profesor de Criminología Comparada en la Universidad Erasmus de Rotterdam, nos cuenta cómo Holanda fue hace tiempo una utopía en lo que se refiere al sistema penal y penitenciario. Desde principios de los años 50 hasta la mitad de los años 80 se hablaba de la excepcionalidad del país, ya que consiguió reducir la población penitenciaria hasta niveles ínfimos y se impusieron los valores resocializadores como en ningún otro lugar, convirtiendo en realidad el principio de que la prisión debe utilizarse como "último recurso" en el sistema penal.
Sin embargo, a partir de los años 80 se dio una aproximación nueva a la política penal , en la que la prisión "pasó de tener una misión relacionada con el bienestar social y la resocialización a convertirse en un bastión de la defensa social", acercándose a los principios de la 'cultura del control' que definió David Garland. El resultado de este cambio de paradigma es que se pasó en Holanda de una media de 30 presos por cada 100.000 habitantes en 1985 (la tasa europea más baja) a una media de 120 presos por cada 100.000 habitantes en 2005.
Al igual que en España, ese cambio de tendencia no tuvo una correspondencia real con las cifras de criminalidad, que si bien crecieron durante los años 80, se estabilizaron claramente a partir de la década siguiente. "La enorme expansión de las prisiones podría verse como un resultado inevitable del incremento de los crímenes en Holanda, pero no es así porque su desarrollo es estable desde hace 15 años", comenta René van Swaaningen.
Las causas de ese incremento de presos que cita el profesor holandés nos recuerdan mucho a lo que se vive actualmente en la realidad penitenciaria española, y responden más a un nuevo clima de opinión y de abordar el fenómeno de la criminalidad: una aproximación más emotiva hacia el fenómeno del crimen por parte de los medios de comunicación y los políticos, el endurecimiento de las penas, la priorización de estrategias propias del mercado para abordar la delincuencia y el régimen penitenciario, una vuelta al discurso de la incapacitación de los delincuentes, un olvido de los principios resocializadores y de las causas sociales de la delincuencia, la adquisición de un tono moralista, la inflación del término 'violencia'...
¿Reconoces estos síntomas? Y es que este clima también se ha dejado ver en España y se ha traducido en una serie de decisiones que, a partir de la adopción del Código Penal de 1995, provocaron un aumento desmesurado de la población penitenciaria. Por ejemplo, como consecuencia del marco penológico creado por el nuevo texto legal, el tiempo medio de estancia en prisión casi se duplicó, al pasar de 9.7 meses en 1996 a 16.7 meses en 2004, según los datos del Consejo de Europa.
Si un elevado número de estudiosos españoles coincide en la necesidad de frenar el desmesurado incremento de la población reclusa, ¿qué se puede aprender del cambio de tendencia que ha tenido lugar en Holanda? René van Swaaningen nos dice que "es demasiado pronto para extraer conclusiones definitivas porque es un fenómeno relativamente nuevo y no hay análisis detallados", si bien hay algunas señales de que la sociedad ha reaccionado ante la situación tan insostenible que se había alcanzado.
"Todos los expertos han dicho que esta expansión era exagerada y que no tenía sentido encarcelar a tanta gente por delitos relativamente marginales. Y parece que los jueces han escuchado y han entendido esta crítica a la hora de dictar sus sentencias (y lo han hecho bastante mejor que los políticos, porque los cambios en las leyes siguen una dirección represiva). En todo caso, el cambio de tendencia holandés es una buena noticia en la medida en que demuestra que siempre hay una vuelta atrás desde el camino punitivo y represivo", nos dice el profesor de la Universidad de Rotterdam.
La dimensión de esta tendencia, de confirmarse y extenderse a otros países, puede tener una enorme relevancia. Lucia Zedner señalaba que las teorías de la cultura del control de David Garland resultaban "desalentadoramente pesimistas y distópicas" (el término contrario a 'utópicas'). Zedner opinaba que la fuerte tradición de democracia social que caracteriza a Europa era una invitación al optimismo penal, por lo que había posibilidades reales de revertir la deriva punitiva que describió Garland. ¿Será el caso holandés el primer paso en este camino?
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